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Autocrítica necesaria

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análisis

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Leer a mi compañero José Antonio Antequera ayer hacía sentir el alivio de una reflexión certera. Un análisis que da en el centro de la diana de muchas cosas a la vez.

El episodio de la «no agresión homófoba» ha supuesto una bofetada en la cara para demasiados sectores de la sociedad española. Y es necesario un ejercicio de conciencia a muchos niveles. La autocrítica es ahora, más que nunca, necesaria.

Como señala Antequera, el periodismo se lo tiene que hacer mirar. No solamente por haber quedado en evidencia en este episodio, sino porque, por desgracia, cae en la trampa de los intereses con excesiva frecuencia. Lleva años siendo prácticamente imposible leer una pieza que aporte información con grandes dosis de criterio profesional.

Entiendo que en cuestiones de política, el tema principal de nuestra actualidad, sea jugoso exprimir a los dirigentes políticos. Ellos, con su incorregible falta de profesionalidad, no dejan de meterse en charcos, de regalar titulares y de mostrar un absoluto desprecio por la coherencia con el supuesto servicio que prestan. Y los medios de comunicación se han multiplicado ahora, desde que durante los últimos años se reprodujeran como setas. Se retroalimentan. Los periodistas y los políticos. Que no la política, ni el periodismo, pues eso es harina de otro costal: la política se empequeñece, de la misma manera que lo hace el periodismo. La velocidad da poco lugar a la reflexión. Tanto de los responsables que han de dirigir el bien común de una sociedad donde habitan millones de personas con dificultades y preocupaciones de todo tipo, como de una sociedad que cada vez reacciona más rápido y saca conclusiones en exceso precipitadas.

Como la mamá del pollito que le facilita el alimento triturado, así estamos funcionando. Y comemos lo que nos gusta comer. Cada vez se nos hacen más estrechas las entendederas y cualquier cosa fuera de lo normal, sencillamente, se nos atraganta.

Y se nos atraganta de tal modo que nos hemos vuelto incapaces de dialogar, de empatizar, de respetar. Los políticos entre sí. Los que informan e influyen entre ellos mismos. Y el consumidor final de todo este mejunje que termina siendo usted.

Lo del asunto del muchacho infiel nos debe hacer reflexionar a todos. Un rato más largo de lo que venimos acostumbrados a hacerlo, que viene siendo pequeño, muy pequeño. Esto pide un análisis colectivo para tratar de entender hacia dónde vamos como sociedad y darnos prisa en buscar las razones.

Porque el supuesto hecho de que ocho encapuchados atacasen a un chico y le rajasen la nalga con la palabra «maricón» nos ha parecido posible. Ojo.

Dejemos a un lado lo que denuncia Antequera, que es el papelón del periodismo apresurado y sediento de click bait, y analicemos la sociedad que somos.

Por muy bestia que nos pudiera parecer el asunto, el caso es que creímos que sería posible, a día de hoy, que semejante barbaridad sucediera en España. En pleno siglo XXI. Un domingo del mes de septiembre a las cinco de la tarde en un céntrico portal de Madrid.

Nos pareció posible. Porque, por desgracia, lo es. Y la sociedad reaccionó. De manera irreflexiva, pero todos pensamos durante unas horas que esto había sucedido. No tenemos por qué fustigarnos por ello al descubrirse la verdad.

Intentemos sacar algo bueno de todo esto: nos pusimos en una situación que podría llegar a darse. No hay más que observar las cifras y los últimos acontecimientos. Casos como el de Samuel han sido ciertos.

La sociedad ha hecho un simulacro de ejercicio de viaje a un futuro que podría estar más cerca de lo que pensamos. Y la conclusión de todo esto es que ahí es donde no queremos llegar.

Afortunadamente para esta sociedad lo de los ocho encapuchados que tan detalladamente han sido capaces de describir algunos -como Smith o Escolar-, les debería hacer también reflexionar sobre hasta qué punto hacen volar su imaginación. Y la ética.

Y de guinda, el hecho de que este chico haya sido capaz de poner el foco en las denuncias falsas, también nos asoma a otra realidad para pensarla un rato. Ojalá lo que ha pasado sirva para que aquellas personas que pudieran tener el más mínimo pensamiento sobre jugar con algo tan serio, ni se lo planteen. Pero también, y lo más importante, para concienciarnos como sociedad de que las agresiones homófobas, machistas, racistas o de cualquier tipo, son una lacra para toda la sociedad y en esta ocasión, afortunadamente, hemos visto que como sociedad, tenemos una tarea pendiente. Para que si lo mismo volviera a pasar, nos resultase impensable y probablemente falso en una sociedad tan evolucionada como la que habríamos conseguido.

De todo podemos aprender. Hasta de una actitud brutalmente errada.

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