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Carlos Alcaraz luchando contra gigantes y ogros en Wimbledon

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análisis

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Hay algo en Wimbledon de imposible, de batalla campal más propia de una ficción que de la realidad; digna de un cuento.

En esta época nuestra, en la que la muerte se esconde y ya no se educa a los niños en ella (como si no existiese), en esta época que estamos viviendo en occidente, donde todo es blando excepto las jornadas inacabables para ganar el miserable dinero, el espectáculo que estamos viendo en Wimbledon es casi inverosímil.

Hombres hechos y derechos, fortísimos, peleando hasta el límite. Deportistas de élite que están más en forma que el príncipe de La Bella Durmiente o Blancanieves, que se agotan luchando unos contra otros, en encuentros cara a cara, gastando voluntad, fuerza e ingenio. Bajo la luz del sol, teniendo que ocultarse o esconderse tras un techo corredizo cuando empieza la lluvia. Soportando las miradas del mundo entero, que vienen de hasta el último rincón de la tierra. Miradas que les juzgan, y aplauden o censuran sin apenas darse cuenta de ello.

Esos partidos épicos, larguísimos: simplemente verlos por televisión deja agotados a los espectadores. Ni siquiera los más fuertes, los más míticos luchadores, salen indemnes de tamaño desafío.

Y ahí está Alcaraz, el joven y fantástico Carlos Alcaraz, luchando contra gigantes y ogros, aunque tal vez a alguien le pueda parecer excesivo calificar de ogro a Matteo Berrettini, pero viéndolo en Wimbledon contra Alcaraz sin duda alguna lo era. Y a Jarry nadie puede calificarlo de otro modo, enorme, torpe y rapidísimo al mismo tiempo, con ese extraño adminículo en la nariz para que le entrase más aire. A su lado Alcaraz parece un elfo, y aún diría más, señor Fernández: un elfo niño.

Pero va y se ríe, mientras pelea. (El tío ese que ha nacido en el pueblo de al lado de Sangonera La Verde). Le falta el resuello y sigue sonriendo. Porque lo tiene claro. Este Wimbledon es un viaje iniciático para él. En el futuro ya veremos, pero en esta edición ya ha llegado más lejos de lo que pensaban la mayoría. Todo lo que consiga en los últimos partidos… será de regalo; aunque de regalo muy merecido.

Porque muchos esperamos ya que llegue a la final. Esperamos que se encuentre con ese monstruo… ¿qué tipo de monstruo puede decirse que es Djokovic? Quizá un orco. En la final de Roland Garros la presencia terrible del Orco Serbio, su poderío mental y su estrategia implacable (nada caballerosa, como ya hemos dicho en otros sitios y momentos), logró que se le rompieran  los nervios al joven héroe. Pero si sucede que por fin vuelven a encontrarse, cara a cara, en Wimbledon…

¡Ojalá todos tengamos la suerte de verlo!

(Aún tengo en la memoria los últimos puntos contra Berrettini, el valiente guerrero clavando una y otra vez su raqueta espada en el cuerpo del dragón, que hasta el último momento no dejó de pelear y echar fuego. Hasta que cayó. Y entonces la sonrisa. Esa sonrisa feliz. De puro chaval (de lo que es). Alcaraz. Diciéndole al mundo lo que le pasaba por dentro.

He ganado, he vencido, ¡esto es un juego!”.

Tigre Tigre

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