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Censura en España: de Pablo Hasél a Buzz Lightyear

Vox importa del trumpismo estadounidense los tics reaccionarios contra la cultura de las democracias liberales

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análisis

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La férrea censura que PP y Vox han desplegado en los últimos meses en municipios gobernados en coalición ha lastrado actividades artísticas como la novela, el teatro, la música y el séptimo arte. Cuando el municipio cántabro de Santa Cruz de Bezana puso en marcha su cine de verano para todo tipo de públicos, nadie podía sospechar que un personaje de Disney/Pixar iba a ser reprendido sin piedad: el simpático Buzz Lightyear, famoso astronauta de la saga Toy Story. Lightyear ha sido capaz de sortear todo tipo de peligros y obstáculos en su infatigable lucha contra el mal, e incluso de viajar hasta el infinito y más allá, pero esta vez se ha topado con un enemigo imposible de doblegar: el funesto censor posfranquista, que decidió cancelar la película, privando a los niños de una divertida tarde de dibujos animados.

Fue el exalcalde Antonio García Onandía, del PSOE, quien a través de su cuenta de Instagram denunció que la Concejalía de Cultura, en manos de la voxista Manuela Bolado, había suprimido el film de la programación cultural, sustituyéndola por Los tipos malos, un título que supone toda una metáfora de la dictadura ideológica que pretende implantar la extrema derecha española. Además, la prohibición vino a coincidir con otro hecho significativo: la lucha vecinal para que la bandera arcoíris no sea retirada del Ayuntamiento en manos de PP y Vox.

 No es la primera vez que el fundamentalismo político y religioso emprende una implacable cruzada contra el cosmonauta Buzz Lightyear. La cinta ya suscitó polémica en países dominados por las élites teocráticas como Arabia Saudí, Jordania o Catar, ya que una de sus escenas muestra a dos mujeres besándose tiernamente (algo que por lo visto no solo desgarra interiormente a los clérigos del islam más radical, sino también a los más rancios nostálgicos del nacionalcatolicismo hispano). Desde hace tiempo, Hollywood trata de adaptarse a las nuevas ideologías de igualdad y género, como no podía ser de otra manera en unos estudios cinematográficos siempre nutridos de relatos contados por intelectuales de izquierdas. Aquella maniquea y dulce Blancanieves solo apta para anglosajones supremacistas (prototipo de la mujer sumisa y bellamente ornamental para goce y disfrute del varón) ya pasó a la historia, pero a algunos parece que solo les vale la versión aristocrática del cuento de los hermanos Grimm y ninguna otra más. Hoy, las princesas se han convertido en soldados, conducen taxis y autobuses, juegan al fútbol y dirigen grandes empresas. Y eso molesta al patriarcado.    

Con todo, la guerra sin cuartel contra Disney no es una apuesta original que haya partido de Vox. Como en otras muchas cosas, el partido ultraderechista copia cada iniciativa que sale de la escuela trumpista de Estados Unidos y la adapta a la realidad española concreta. En el caso de Disney, la compañía cinematográfica se ha convertido en una auténtica obsesión del gobernador de Florida, Ron DeSantis, el ultraconservador que, convencido de que el sistema educativo adoctrina a los niños en el comunismo, ordena a los profesores que censuren, por pornográfica, nada más y nada menos que una obra cumbre de la cultura occidental: el David de Miguel Ángel. De un tiempo a esta parte, DeSantis ha emprendido una enloquecida cruzada política y mediática contra el pensamiento “woke”. El clima de hostilidad que el “gobernador de hierro” ha ido generando en la sociedad norteamericana desembocó días atrás en la sanción que la junta directiva de una escuela de Florida impuso a la profesora de Historia del Arte Hope Carrasquilla, a la que se colocó ante la tesitura de renunciar a su puesto o ser despedida por haber mostrado a sus alumnos imágenes del célebre desnudo escultórico del Renacimiento. “Los derechos de los padres superan todo lo demás”, zanjó la dirección del centro educativo. Finalmente, harta del ambiente asfixiante y de las presiones, Carrasquilla decidió marcharse del colegio, consumándose así una auténtica purga por cuestiones ideológicas. Puro totalitarismo fascista; pura paranoia anticomunista.

El caso se convirtió en un auténtico escándalo mundial y provocó la airada reacción del mundo de la cultura. “Debería ser premiada, no castigada”, aseguró Cecilie Hollberg, directora de la Galleria dell’Accademia de Florencia, quien además recordó que hablar de arte renacentista sin mencionar el David de Miguel Ángel es sencillamente imposible.

Los disparates y delirios anacrónicos del censor DeSantis le han llevado a declararle la guerra a muerte a la factoría Disney. Escudándose en su polémica Ley sobre Derechos de los Padres en la Educación –conocida popularmente como ley “No digas gay”, que prohíbe al profesorado impartir materias sobre identidad de género y orientación sexual entre el parvulario y el tercer grado–, el gobernador ha acusado a los directivos de los estudios cinematográficos, y también al mundialmente famoso parque de atracciones Disneylandia, de promover peligrosas ideologías de género con sus películas, historias y personajes. DeSantis se la tiene jurada a Mickey Mouse y al resto de seres inmortales, entre otras cosas porque cree que difunden valores de igualdad, inclusión social y defensa de los derechos de las minorías que chocan abiertamente con su siniestra legislación totalitaria. Hasta ahí llega la manía persecutoria de un político que cuando oye hablar de sexo entra en shock. La mojigatería, al igual que la incultura, son señas de identidad de la nueva derecha norteamericana trumpizada al extremo y echada al monte en golpes de Estado como el intento de asalto al Capitolio.  

Para DeSantis, Disney no es más que “una máquina de adoctrinamiento y sexualización de niños”. Pero más allá de su alergia a la educación sexual, lo que realmente molesta a los tipos duros del nuevo republicanismo yanqui es que la factoría de ficción, en su encomiable intento por promover la inclusión social, haya transformado a personajes como La Sirenita –antes pelirroja y de piel nívea–, en una hermosa joven mestiza de rasgos latinos. O que Pocahontas sea toda una heroína convertida en un símbolo contra el racismo (el supremacista patriarcal es, ante todo, un xenófobo convencido). O que la productora haya incluido escenas y argumentos en sus películas donde se toca abiertamente la temática homosexual. Hasta la fecha, al menos nueve escenas gais han sido recogidas en los films del gigante del entretenimiento. En Zootopia (2016) aparece el primer matrimonio gay en una película de dibujos animados de la multinacional. En Buscando a Dory (2016), una pareja de lesbianas ocupa tres segundos de secuencia. En La bella y la bestia (2017), Le Fou, mano derecha de Gaston, baila con otro hombre. En Toy Story 4 (2019), un niño aparece en pantalla con sus dos madres. En Star Wars: El ascenso de Skywalker (2019) se recoge un beso entre dos guerrilleras de la Resistencia. En Onward (2020) aparece otro cameo lésbico. En Eternals (2021), se presenta al primer superhéroe gay. En High School Musical (2021), dos personajes homosexuales ocupan minutos del metraje. Y en la ya citada Lightyear (2022), otro beso entre las dos mamás de un niño, un auténtico terremoto en el mundo fundamentalista religioso, y no solo islámico, por lo visto también en el católico. Poco a poco, Disney se ha ido abriendo a los nuevos tiempos, tratando el tema de las diferentes sexualidades humanas, lo cual ha provocado airadas protestas entre los ultraconservadores norteamericanos anclados en el pasado y en aquellas historias de cuentos de hadas en las que el príncipe macho (y blanco, por supuesto) despertaba de su hechizo, con un estúpido beso, a la princesa rubia, estilizada y de ojos azules.

La batalla ideológica (que en el fondo no deja de ser una pugna económica) ha llegado incluso a los tribunales, donde el gobernador de Florida pretende arrebatarle a Disney su estatus de autogobierno, un régimen económico y fiscal que permite al parque temático gestionarse autónomamente como si se tratara de un estado dentro de otro estado. A su vez, los abogados de los estudios han demandado al líder republicano por su “campaña de represalias” contra la compañía. Un auténtico cataclismo judicial generado por un tonto prejuicio.

Esta kafkiana refriega ideológica que desangra a Estados Unidos ha sido recuperada por Vox, que la ha importado a España provocando la reacción de los profesionales del mundo de la cultura, alarmados por el nivel de censura al que estamos llegando. Javier Ruescas, escritor y youtuber español, advierte en una entrevista para Newtral.es que la homogeneización de los contenidos resulta nefasta y va en contra de lo que debe ser la cultura: “Una manera de acercarse al otro, al que no es como yo, al que vive una realidad distinta y así generar la empatía que nos hace humanos”. Para Ruescas, el peligro reside en que, al eliminar otras perspectivas alternativas, al aumentar nuestros propios sesgos y prejuicios, nuestra mente “se atrofia y acabamos pensando que solo existe nuestra realidad como única válida”. O, dicho en otras palabras: el conservadurismo ultra está hecho para miopes culturales y cortos de mente.

Bajo el lema Stop Censura, conocidos rostros del cine como Aitana Sánchez Gijón, Pedro Almodóvar, Juan Diego Botto, Alba Flores, Carlos Bardem y Leticia Dolera, entre otros muchos, se han posicionado en contra de las cancelaciones de obras de arte decretadas por PP y Vox. A pie de foto, denuncian “el retorno de la censura que está atentando contra la libertad de expresión, un derecho consolidado social y democráticamente en nuestra Constitución” y llaman a defender la creación artística.

Caza de brujas contra el rapero

La censura no es más que otra vuelta de tuerca, la conclusión lógica de un largo proceso de involución que ha venido sufriendo nuestro país en los últimos años de gobiernos conservadores, sobre todo desde que Mariano Rajoy llegó al poder. La ley mordaza, la criminalización de raperos y artistas subversivos, la policía patriótica diseñada para espiar a la disidencia y otros tristes hitos de la represión han supuesto un antes y un después en nuestra joven democracia. Se empieza por acosar y reprimir al que piensa diferente y se termina por arrancar las páginas de un libro incómodo con el poder. Siempre fue así, desde las antiguas dictaduras del Imperio Romano hasta nuestros días, pasando por la quema de obras consideradas “corruptoras para el espíritu nacional”, como ocurrió en la Alemania nazi.

El magistrado Joaquim Bosch, expresidente de Jueces para la Democracia, asegura que “se ha producido el mayor retroceso de derechos y libertades de la historia de la democracia”. Y añade: “En un contexto de numerosas protestas ciudadanas, en lugar de propiciarse desde el poder político un amplio debate sobre el origen, naturaleza y tratamiento de la crisis, se optó por criminalizar la disconformidad. Como si el ciudadano que discrepa fuera el enemigo”, afirma. Pablo Hásel, César Strawberry, Valtònyc, los miembros de La Insurgencia, Femen o Willy Toledo (el actor llevado a los tribunales por blasfemar contra Dios y la Virgen) son algunos de los nombres que han pasado a engrosar la lista negra de perseguidos o censurados por sus ideas políticas, canciones revolucionarias, textos antisistema u opiniones personales contra los poderes establecidos. Desde la llegada de la democracia, España siempre fue un país más bien tolerante con la libertad de expresión (tal como refleja la jurisprudencia del Tribunal Constitucional), pero con el retorno del conservadurismo, sin duda se ha registrado un importante retroceso.

Caso paradigmático es la peripecia del rapero Pablo Hasél. Detenido en Lleida en octubre de 2011 por publicar una canción, Democracia su puta madre –en la que defiende al miembro del PCE(r), Manuel Pérez Martínez, el ‘Camarada Arenas’ condenado a diecisiete años de cárcel por pertenencia a la banda terrorista GRAPO–, su vida ha estado marcada por los problemas con la Justicia. Entró en prisión para cumplir una condena firme de nueve meses de cárcel por enaltecimiento del terrorismo con canciones en las que alaba a ETA y los GRAPO, pide que vuelvan a atentar y se señala directamente a políticos como José María Aznar, Patxi López o José Bono como “merecedores” de un ataque terrorista, según El País. El Tribunal Supremo confirmó ambas condenas y admitió que sus letras exceden los límites de este derecho, incitando a la reiteración de actos terroristas, “lo que genera un elevado riesgo real de que alguno de los múltiples seguidores en las redes sociales del acusado los intente repetir”.

Hasél acumula numerosas denuncias y también ha sido procesado por calumnias e injurias contra la Corona. A partir del 16 de febrero de 2021, se empezaron a organizar manifestaciones en su apoyo en Barcelona, así como en otras ciudades españolas. Si bien dichas protestas se convocaron de forma pacífica, los cinco días de movilizaciones se saldaron con 102 detenidos, 32 de los cuales menores de edad. Más de 200 artistas, entre ellos Pedro Almodóvar o Joan Manuel Serrat, pidieron públicamente su libertad y el artista C. Tangana aseguró: “Nunca he escuchado la música de Pablo Hasél pero meterle en la cárcel es una locura”.

Hablamos de un rapero que deja ripios como “No me da pena tu tiro en la nuca, pepero. Me da pena el que muere en una patera”; “Pena de muerte ya a las Infantas patéticas, por gastarse nuestra pasta en operaciones de estética”; “Que alguien clave un piolet en la cabeza de José Bono” o “Merece que explote el coche de Patxi López”. Pero más allá de la calidad de la obra de Hásel o de que esta pueda ser violenta, grosera o de mal gusto, el debate sobre los recortes a la libertad de expresión y de creación artística está servido. Después de la Transición, ya en la Movida de los ochenta, aparecieron grupos de ideología incendiaria y revolucionaria, el punk español, el rock radical vasco y el hardcore barcelonés. Bandas disidentes con el sistema como Eskorbuto, Kortatu, La Polla Records, Barricada o Siniestro Total emitían mensajes revolucionarios a la juventud, pero ni al Gobierno ni a la Justicia les dio por perseguir músicos en aquella época. ¿Hemos ido hacia atrás? Eso parece. El arte, con su punto de provocación y disidencia, está ahí para quien quiera consumirlo. No hay ninguna obligación de adquirir un disco o bajarse una canción de las plataformas digitales. En eso precisamente consiste la verdadera libertad, en la capacidad de elegir entre las diferentes manifestaciones artísticas con arreglo al gusto y a la inquietud social o política.

La ofensiva judicial contra la disidencia ha continuado desde 2011. César Montaña Lehmann, de nombre artístico César Strawberry, del grupo Def Con Dos, también ha sufrido las acometidas de la Fiscalía. Strawberry fue detenido por la Guardia Civil y denunciado por enaltecimiento del terrorismo y humillación a las víctimas. Unos mensajes en Twitter en los que ironizaba sobre Carrero Blanco, Ortega Lara, Eduardo Madina, Esperanza Aguirre, Franco, Serrano Suñer, Arias Navarro, Manuel Fraga y Blas Piñar, lo sentaron en el banquillo de los acusados.​ Strawberry lamentó que esos mensajes pudieran haber ofendido a otras personas, reclamó su derecho a la crítica sociopolítica y aseguró que en todo momento creyó que esa actividad “se encontraba amparada por la libertad de expresión”.

En enero de 2017, el Tribunal Supremo lo condenó a un año de cárcel por sus tuits. De nada le sirvió alegar que sus comentarios formaban parte de la “crítica social y política” ni haberlos lanzado con “humor e ironía”. Los magistrados presididos por Manuel Marchena (ponente de la sentencia) estuvieron de acuerdo con el fallo, todos salvo Perfecto Andrés Ibáñez, que con su voto particular discrepante abogó por la absolución al asegurar que los comentarios del rapero “no pasan de ser meros exabruptos sin mayor recorrido, que se agotan en sí mismos; desde luego francamente inaceptables, pero esto solo”. ​Fue una sentencia dura, sobre todo teniendo en cuenta que cuando los enaltecedores son personas que hacen apología del fascismo, niegan el holocausto judío o vierten comentarios denigrantes contra fusilados y represaliados por el régimen franquista la Justicia no suele darse tanta prisa en abrir expediente por humillación de las víctimas.

Finalmente, el Tribunal Constitucional, en sentencia de 2018, dio la razón al cantante tras admitir a trámite su recurso de amparo, de forma que Strawberry quedó definitivamente absuelto por mayoría de once magistrados contra uno. El fallo del TC reconoció el derecho a la crítica política y social y añadió que el Supremo no valoró de forma correcta si esa conducta era “una manifestación del ejercicio del derecho fundamental a la libertad de expresión”.

José Miguel Arenas Beltrán, alias Valtònyc, es otro de los artistas procesados por sus polémicas opiniones. En agosto de 2012 fue detenido y acusado de enaltecimiento del terrorismo, apología del odio ideológico, incitación a la violencia e injurias a la Corona española. Su presunta arenga a “matar a un guardia civil” y a “ponerle una bomba al fiscal” le valió una dura condena. Tras huir de la policía (se cree que a Bélgica), su caso ha llegado a la Justicia europea. El 17 de mayo de 2022, el Tribunal de Apelación de Gante decidió no extraditarle a España, mientras que la Fiscalía belga no recurrirá la decisión.

Libertad intelectual, libertad de conciencia, libertad de pensamiento, libertad ideológica, libertad de creencia​, libertad de cátedra, libertad científica, libertad artística y libertad de creación forman parte de la esfera del derecho a la libertad de expresión, piedra sagrada y angular en todo sistema democrático, como así lo reconocen los tratados internacionales suscritos por España y las últimas resoluciones de los tribunales europeos. Cualquier injerencia o atentado del poder político supone un retroceso hacia tiempos dictatoriales ya superados.

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2 COMENTARIOS

  1. ¿Por qué no se habla de NewsGuard? Esta empresa se dedica a calificar webs de noticias e influir sobre los anunciantes y es, además, contratista del departamento de defensa de los EEUU. El ex secretario general de la OTAN Rasmussen y el ex director de la CIA, Michael Hayden, son, entre otros, sus consejeros.

    NewsGuard es la verdadera censura en internet, si algún medio no se porta bien le cierran el grifo. NewsGuard es también el verficador de noticias de Microsoft, de esas noticias que aparecen en Windows sin que nadie las pida.

    Los dos socios principales de NewsGuard son Publicis y KnightFoundation, que durante la pandemia trabajaron a tope pasando notas a los periodistas sobre el enfoque correcto de las noticias. A quien pueda interesarle una lectura activa que sega tirando del hilo en internet y quizá descubra que una filósofa feminista es dueña del 7% de Publicis. Así las cosas ya van cuadrando.

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