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Censura en España: la cultura de la cancelación

Esta modalidad de censura se remonta a la Alemania nazi, cuando los jerarcas del Tercer Reich iniciaron una campaña de abolición de toda forma de expresión cultural judía o marxista

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análisis

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La censura de hoy, especialmente promovida por la extrema derecha, tiene mucho que ver con el fenómeno conocido como “cultura de la cancelación”, que se da no solo cuando el Estado persigue, retira oficialmente sus fondos públicos o prohíbe determinadas expresiones o movimientos artísticos considerados contrarios a la moral o a la ideología política imperante. La cancelación también se produce cuando quien la promueve es un grupo amplio de personas que en las redes sociales pone en marcha agresivas campañas contra determinados artistas o personajes públicos con cuyas expresiones, creaciones u opiniones no están de acuerdo. Su origen, cómo no, se remonta a la Alemania nazi, cuando los jerarcas del Tercer Reich iniciaron una campaña de abolición de toda forma de expresión de cultura proveniente de la comunidad judía o de grupos disidentes contra el nacionalsocialismo. Entre los autores prohibidos por el nazismo se encontraban Walter Benjamin, Ernst Bloch, Bertolt Brecht, Albert Einstein, Sigmund Freud, Franz Kafka, Karl Kraus, Rosa Luxemburgo, Karl Marx, Robert Musil y Stefan Zweig, entre otros muchos.

En tiempos de la Unión Soviética, Stalin también impuso un férreo control del Estado a través de la censura. Absolutamente todos los medios de comunicación (radio, televisión, libros, revistas y periódicos estaban en manos del Gobierno). También las bellas artes (incluyendo el teatro, la ópera y el ballet) se encontraban sometidas a la fiscalización del comisario político del partido. Toda obra que promoviera un pensamiento burgués contrario a la revolución bolchevique era inmediatamente cancelada, censurada y prohibida. Y sus autores conducidos a prisión. La película Ninotchka, de Ernst Lubitsch con guion del sarcástico Billy Wilder, fue una cinta temida por el régimen por su apología de la libertad burguesa y su ácida crítica antibolchevique. No en vano, la hilarante comedia de 1939 fue retirada bajo amenaza de graves castigos para todo aquel que la viera.

La novela Archipiélago Gulag, del disidente Aleksandr Solzhenitsyn, redactada entre 1958 y 1968 para denunciar las tropelías y masacres cometidas por el estalinismo en los campos de concentración, fue publicada años después (en 1973) y únicamente en países occidentales. En la URSS solo se editaban libros perfectamente alineados con la moral comunista. Entre los más vendidos siempre estaba la colección de discursos del líder supremo Leonid Breznev, auténtico best seller en su época. En esa lógica, los medios de producción como las imprentas y las máquinas de escribir eran estatalizados. Ya al final de la URSS, cuando Mijaíl Gorbachov estaba a punto de demoler el bloque soviético, los ordenadores y fotocopiadoras seguían prohibidos para el ciudadano.

Cancelación y pensamiento totalitario, uniforme e intolerante suelen ir de la mano. Nos enfrentamos pues ante un gran peligro para las sociedades democráticas. En realidad, el término “cultura de la cancelación” (a fin de cuentas, cultura del dogma autoritario) esconde un gran eufemismo, ya que nos encontramos, sin duda, ante un boicot en toda regla, una purga o persecución contra artistas individuales o colectivos por el mero hecho de expresar unas determinadas ideas o pertenecer a un colectivo o etnia social. El individuo “cancelado”, generalmente una celebridad o famoso, puede ser rechazado socialmente por la masa, marginado o boicoteado profesionalmente hasta ver cómo se arruina su carrera. Ya se han dado casos de artistas que han tenido que borrar sus cuentas de Twitter o Facebook tras ser sometidos a cruentas campañas de linchamiento social solo por comentar un tema de actualidad o expresar su parecer. Incluso alguno que otro ha terminado en tratamiento psicológico al ser sometido al escarnio público. El problema tiene mucho que ver con la polarización política en la que han caído las sociedades democráticas hoy en decadencia. Izquierdas y derechas se han radicalizado, comiendo el espacio a los tolerantes considerados equidistantes, poco comprometidos o blandengues. El lenguaje faltón, el matonismo dialéctico, el insulto, la verborrea y la agresividad comunicativa, en definitiva, la carencia de educación y de civismo, han terminado imponiéndose en las sociedades modernas y están a la orden del día.

En ese contexto emerge con fuerza la figura del “ofendido”, un perfil nacido al albur de los nuevos tiempos fuertemente marcados por la influencia de las redes sociales. No hace mucho, una asociación de payasos de la ciudad rusa de San Petersburgo exigió la prohibición de la película It, en la que aparece el clown asesino Pennywise, al considerar que este personaje “denigra su profesión y ofende sus sentimientos”. A su vez, varias asociaciones de alérgicos alimentarios del Reino Unido solicitaron la retirada de la película de animación Peter Rabbit porque unos conejos hacen bromas con la enfermedad. Y los abogados de oficio y técnicos de riesgos laborales protestaron cuando el film de animación Tadeo Jones 2 hizo chistes con ellos. El problema del “ofendidito” por todo va camino de causar un auténtico problema de convivencia, además de imponer un paradigma de homogeneización hacia lo políticamente correcto. Algunos gremios profesionales como el de los humoristas vaticinan que dentro de poco no se podrá hacer chistes con nada, ya que ahí estarán los censores de la cultura de la cancelación para amenazar con sus querellas y demandas. ¿Estamos también ante el final del humor y la comedia?

El “ofendido” a menudo termina convirtiéndose en hater, es decir, el violento odiador o detractor por sistema, ese individuo que se mueve en las redes sociales difamando, despreciando o criticando destructivamente a todo aquel que le cae mal o todo aquello que no le gusta. El odiador entra en todos los debates por el simple gusto de soltar su bilis contra un partido político, una religión, una etnia social, un género cinematográfico, un estilo artístico o musical, una receta de cocina o cualquier otra cosa (muchos de estos fanáticos están dispuestos a matar por hacer prevalecer su autoridad en asuntos tan triviales como los ingredientes que debe contener una paella). Cualquier asunto sirve para crear polémica y aumentar el número de seguidores o likes. En esa espiral delirante, a menudo el hater o polemista provocadormuestra comportamientos machistas y xenófobos. Son los signos de los tiempos violentos que han llegado como consecuencia de la crisis de la cultura, de la educación cívica en valores humanos, de la democracia y del Estado de derecho. Por lo visto, la decadencia de Occidente, de la que alertaba Spengler, parece que viene acompañada del auge de los movimientos supremacistas, intolerantes, sectarios y fanatizados.

El youtuber Jordi Wild está de acuerdo en que nos encontramos ante un momento delicado para la libertad de expresión en todo el mundo. “Para mí la cultura de la cancelación es uno de los peores cánceres. Es una verdadera pena que en este mundo cada día más complejo en el que deberíamos intentar dialogar más, intentar entender más al otro, intentar avanzar todos justos, aunque no estemos de acuerdo en todo, solo nos dediquemos a censurarnos mutuamente porque no toleramos que el otro piense de una manera diferente”. Y añade: “Vivimos en tiempo de ofendidos. Todo puede ser una ofensa porque todo se basa en el criterio del ofendido. Incluso en sus emociones. Si él dice que se siente emocionalmente afectado (sea verdad o no, porque no lo podemos saber) es suficiente para que se cuestione o hasta se censure cualquier contenido. Incluso se pueden prohibir ideas y hasta palabras. Todo lo que sea necesario para que el ofendido deje de sentir que se le ofende”.

El pasado mes de julio, el líder de Vox, Santiago Abascal, presentó el programa cultural de su formación en un acto celebrado en la Fundación Carlos de Amberes, en el que coincidió con Juan Carlos Girauta y Marcos de Quinto (ambos ex de Ciudadanos), y el torero y vicepresidente del Gobierno de Valencia Vicente Barrera. El dirigente ultra puso como ejemplo un diálogo de la famosa película La vida de Brian, en el que uno de los personajes, un hombre, reivindica su derecho a dar a luz. Esa secuencia ha sido suprimida de versiones teatrales posteriores por políticamente incorrecta. “Una de las escenas más celebradas que no lo volverá a ser, no sabemos si por convencimiento de los actores o por miedo a represalias”, dijo Abascal. El dirigente ultra aseguró que esa secuencia es un ejemplo claro de la cultura de la cancelación y del “wokismo propio de la izquierda” frente al que, dijo, Vox se plantará: “No aceptaremos acusaciones de censura y cancelación de quienes han hecho de la censura y cancelación un modus vivendi”, proclamó.

En efecto, en una adaptación teatral del film de los Monty Python que se estrenará en los teatros londinenses en 2024 se eliminará, para “no ofender”, el conflictivo gag del hombre que quiere ser mujer para poder dar a luz. El actor de la película y guionista John Cleese ha asegurado que “nunca ha habido una queja en cuarenta años” pero, “de repente, no se puede hacer la escena porque ofenderá”. “¿Qué se supone que hay que hacer con eso?”, se preguntó ante los periodistas.

Curiosamente, la cultura de la cancelación siempre opera en los sectores más radicales de la sociedad, aquellos que se muestran más intolerantes e intransigentes con las ideas de los demás. Cuando Abascal dice que no dará un solo paso atrás contra los que pretenden cancelar sus ideas rancias, anticuadas y retrógradas no está haciendo más que demagogia barata. No hay mayor censor que él y los que en su partido tratan de abolir para siempre las ideologías progresistas como la igualdad de género, la lucha contra el cambio climático, el nuevo socialismo o el movimiento vegano. Los radicalismos de uno y otro signo no tienen pudor a la hora de censurar obras de arte. Los nostálgicos partidarios de las dictaduras, de los autócratas, de los regímenes totalitarios, viven de la censura porque es la herramienta principal para mantener el poder. Es el respetuoso con la libertad de expresión de los demás el que está en tierra de nadie y amenazado de extinción. Corren malos tiempos para el demócrata tolerante y civilizado. Ese al que los totalitarismos de un color y de otro pretenden cancelar sin piedad.

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3 COMENTARIOS

  1. La cultura de la cancelación es algo que ha creado la izquierda .
    Básicamente su artículo lo que dice es que cuando eso mismo lo hacen los otros esta mal por que lo suyo es bueno.
    No estoy de acuerdo :
    -La ideología de género es mala (en mi opinión).
    -Censurar e insultar a los que estamos en contra del aborto esta mal.
    -El feminismo actual es muy agresivo incluso con las mujeres que defienden la ley natural (cosas que han sido normales por millones de años en todas las culturas)
    -Toda la cultura que la izquierda ha defendido desde hace 20 o 30 años no aguanta un asalto con cualquier filosofo competente o con alguien que sepa debatir con lógica pero te pueden despedir , te pueden amargar la vida ,…La cultura de la cancelación es un invento de la izquierda estadounidense la cuna de los ofendiditos.

  2. Estar en contra del aborto es un derecho, y a favor también, pero de la mujer. Estar en contra del aborto siendo un varón no tiene mucho sentido, como el que arriba escribe, pues díganme en que modo afecta a sus derechos o a sus capacidades la posibilidad de engendrar, entiéndase algo que no sea tóxico, invasivo, o destructivo PARA QUIEN TIENE EL DERECHO, LA CAPACIDAD, Y LA POTESTAD. El resto dan pipas.
    Hay que joderse con los burros estos. Filósofo competente…
    Es que no dan para más la puta derecha, ni una a derechas.

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