Detrás de las bambalinas, de los focos y las alfombras rojas, detrás de los Goya, los Óscar, los Globos de Oro y los discursos rimbombantes, se esconde una realidad trágica para las actrices españolas de nuestro cine. Hablamos de un gremio donde la fama y el reconocimiento internacional de unas pocas divas eclipsa la lucha por la supervivencia de la inmensa de la mayoría, un colectivo de trabajadoras que sufre como ninguno la explotación laboral, la discriminación por razón de sexo y de edad, el abandono a su suerte de las intérpretes más veteranas cuando llega el temido día de la jubilación y otras desigualdades.

El paro entre las actrices roza el 46 por ciento, una cifra que por sí misma demuestra la difícil situación por la que atraviesan las mujeres que viven del séptimo arte. Para la mayoría, encontrar un papel supone pagar unas cuantas facturas a final de mes y muchas se ven obligadas a alternar la profesión que aman con otros trabajos. Cuando termina el rodaje o la función hay que volver a empezar de cero y así van tirando, en la más absoluta de las incertidumbres y en medio de la incomprensión de la sociedad, donde se ha instalado la opinión errónea de que todas las actrices nadan en la abundancia entre promociones por todo el mundo, anuncios y vestidos carísimos, pasarelas, photocalls y cócteles propios de una existencia de color de rosa. Nada más alejado de la realidad. El mundo del cine es uno de los sectores industriales de mayor desigualdad y brecha salarial entre hombres y mujeres. Y a pesar de las reiteradas denuncias y los discursos feministas de esas consagradas que suben a recoger el Goya cada año para romper una lanza por sus compañeras, la situación empeora por días.

En 2016 solo un 26 por ciento de las actrices españolas conseguía superar unos ingresos brutos de 6.000 euros anuales. “Cada seis personajes que se ruedan en el cine, cuatro son femeninos, y de estos, la mayoría son actrices menores de 35 años. Hay una brecha no solamente salarial”, explica en TVE Eva Marciel, portavoz de la Unión de Actores y Actrices.

La falta de papeles maduros, un mal endémico de nuestro cine, convierte la recta final de la carrera de las actrices en una auténtica pesadilla y en una lucha constante por mantenerse en el escenario ante el empuje de las más jóvenes que van llegando.

Otro problema no menos importante es el de la maternidad. La situación de precariedad laboral lleva a las intérpretes a aplazar el momento de tener un hijo. La actriz Carolina Castellanos denuncia que las mujeres que trabajan en el cine y el teatro “van retrasando sin duda el hecho de ser madres. No sabes si decir estoy embarazada porque puede ser un problema”. Aquella que finalmente se decide a dar el paso más importante de su vida no lo tiene nada fácil para que las productoras cuenten con ella a la hora de darle un papel. “Trabajamos días sueltos y por lo tanto cotizamos días sueltos. Para nosotras acumular el número de días que exige la Seguridad Social para acceder a cualquier tipo de prestación, incluida una baja maternal, es prácticamente imposible”, asegura Marciel.

Finalmente solo un 7 por ciento de las actrices consigue que se vean reconocidos sus derechos tras una dura trayectoria laboral. Las estrellas más cotizadas, las menos, no necesitarán de una pensión para la vejez (el peor enemigo de una actriz), pero la inmensa mayoría quizá no llegue al mínimo para poder sobrevivir, ya que habrán cotizado por días.

En la Fundación AISGE (Artistas, Intérpretes, Sociedad de Gestión) tratan de paliar esa situación. Con su programa Actúa en Familia, en 2018 destinó 72.000 euros en ayudas para 49 madres y padres del mundo del escenario. “Captamos a través de los distintos estudios que habíamos realizado que únicamente un tercio de ellas habían sido madres”, asegura a un programa de televisión Iván Arpa.

Y en medio de un mundo injusto y cruel con las mujeres como es el del cine se producen gestos altruistas, como el protagonizado hace poco por el actor, humorista y presentador Berto Romero. Él y su compañera Eva Ugarte acudieron al programa La Resistencia de David Broncano en Movistar+ para presentar la segunda temporada de la serie Mira lo que has hecho. En un momento de la entrevista surgió el polémico asunto del salario y ella dijo: “Yo no tengo el mismo caché de Berto (…) y en la negociación de la segunda temporada él dijo que deberíamos de cobrar lo mismo. A cada uno nos llegó una cifra y dijo que no: Se suman las dos y se dividen por la mitad. Así se hizo al final”, explicó ante los aplausos del público invitado al programa.

Pero las mujeres no solo deben sufrir la explotación laboral, también la sexual, cuando se suben a un plató o escenario. Después de que se destapara el escándalo Weinstein en Estados Unidos −el famoso productor de Hollywood acusado de abusar sexualmente de las mujeres durante décadas−, también las actrices españolas han decidido dar el paso adelante y sumarse al movimiento Me Too, que denuncia la situación de indefensión que sufren las actrices en todo el mundo. En los últimos meses, reconocidas actrices españolas como Aitana Sánchez Gijón, Carla Hidalgo, Ana Gracia y Maru Valdivieso han contado sus experiencias de acoso sexual. También Leticia Dolera. “Tengo 18 años, son las 23.00 de la noche y estoy en la fiesta de despedida de uno de mis primeros trabajos en el mundo audiovisual. En la barra del bar charlo con el director, el subdirector y dos compañeros más. Todos adultos”, relata Dolera.

“Siento una mano en el pecho, en mi pecho, juraría que en mi teta derecha. Bajo la mirada para ver de dónde ha salido esa mano indecente, es de hombre, tiene pelos en los dedos, sigo el recorrido por el brazo, paso por el codo, el hombro, cuello, oreja, cara y ahí están sus ojos, que me miran sonrientes y libidinosos”, asegura la actriz, que reprendió al director esperando que alguno de sus compañeros la apoyara.

“No puedes ir tocando las tetas a la gente”, reprendió a su agresor. “Sí puedo, mira”. “Y me vuelve a tocar. Lo vuelvo a sentir. El calor, la presión, su descaro y mi pudor. Esta vez le aparto la mano, que se había quedado pegada a mi teta. Insisto, tengo 18 años, él tendrá más de 40”. Un episodio que quizá se repita con demasiada frecuencia en nuestra industria cinematográfica. Esa donde las mujeres no viven el sueño de color de rosa que a veces se quiere pintar.

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