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El socialismo después de Babel

Boaventura de Sousa Santos
Boaventura de Sousa Santos
Sociólogo. Profesor catedrático jubilado de la Facultad de Economía de la Universidad de Coímbra (Portugal). Profesor distinguido de la Universidad de Wisconsin-Madison (EE.UU.)
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análisis

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Traducción de Antoni Aguiló y José Luis Exeni Rodríguez

Al menos en el contexto europeo, un texto con este título debe comenzar con una advertencia: cuando hablo de socialismo no me refiero a los partidos socialistas, ya que estos abandonaron el socialismo hace mucho tiempo, y se podría decir lo mismo de los partidos comunistas en relación al comunismo. Fuera del contexto europeo, debo hacer otra advertencia: no me refiero únicamente a las versiones del socialismo que fueron discutidas y practicadas en Europa a principios del siglo XX y que continuaron en práctica hasta casi el final de ese siglo en los países del entonces bloque soviético y en Yugoslavia. Ni siquiera me refiero al socialismo realmente existente hoy en China, Cuba, Vietnam o Corea del Norte, simplemente porque no sé si son formas de socialismo o formas de resistencia heroica y continuada contra el capitalismo salvaje que domina hoy en el Norte global, el cual, por cierto, ha intentado eliminarlas por todos los medios.

Mi intención es invitar a una sociología militante de la historia de las ideas sobre el socialismo en los últimos doscientos años en Europa y en el mundo. Quien escribe es un socialista interesado en comparar las discusiones sobre el socialismo desde el primer cuarto del siglo XIX hasta nuestros días. Una nota importante es que, si bien fueron particularmente intensas en Europa en las primeras décadas, las discusiones se extendieron luego a todo el mundo y las contribuciones asiáticas, latinoamericanas y africanas resultaron decisivas para enriquecer el pensamiento socialista a lo largo del siglo XX. Dadas las limitaciones de espacio, compararé únicamente dos momentos: el final del siglo XIX y el momento actual.

Ayer

Lo que más impresiona en la literatura sobre el tema en el cambio del siglo XIX al siglo XX es, ante todo, la riqueza y diversidad de las publicaciones y de las organizaciones. Era un tiempo ascendente que veía la llegada del socialismo. Un mundo sumamente rico, hoy completamente olvidado, pero que en ese momento ocupaba las conversaciones y las organizaciones obreras, y con una presencia fuerte en las bibliotecas populares. Curiosamente, las posiciones de Karl Marx no eran las más discutidas y en muchos debates no se hacía referencia alguna a ellas, aunque la influencia de su obra era obvia. Se discutían los antecedentes del socialismo, que se remontaban a Platón y a los primeros padres de la iglesia, como san Clemente y san Juan Crisóstomo, por ejemplo. Los temas centrales eran la propiedad individual y la desigualdad social. Se debatían intensamente las diferencias entre el socialismo, el comunismo, el colectivismo y el anarquismo. Las diferencias residían en la extensión de la socialización de la propiedad y en su forma política. ¿La socialización de la propiedad abarcaba solo los medios de producción (“tierra, agua, ríos, bosques y maquinaria industrial”, como se decía entonces) o también los medios de consumo? ¿La distribución de los bienes a cada persona según su trabajo o según sus necesidades? La forma política oscilaba entre lo libertario y lo autoritario, entre la asociación libre de productores y consumidores y el control total del Estado.

Eran populares libros didácticos hoy olvidados. Por ejemplo, los libros de Augustin Hamon, fundador de la revista L’Humanité nouvelle (1897-1903), anarquista, considerado uno de los precursores de la psicología social. Su libro Socialismo y anarquismotuvo una amplia difusión. La idea general de las discusiones de finales de siglo (ya presente en Marx) era que el socialismo llegaría como resultado inevitable de la evolución de las sociedades capitalistas. Cito a Hamon: «La sociedad capitalista actual está en pleno proceso de gestación de una sociedad nueva, de una sociedad que será socialista. Todos los hechos lo demuestran. Son ciegos aquellos que no lo ven. Los socialistas no han creado ni provocado este estado de cosas. Es una consecuencia inevitable de las condiciones económicas, del desarrollo mundial, de la vida en su conjunto. Los socialistas no han hecho ni hacen más que impulsar este proceso con mayor intensidad. A través de su propaganda verbal, sus periódicos, sus libros, sus folletos y revistas, no han hecho más que armonizar y regular el movimiento tumultuoso y desordenado de las masas proletarias en busca de un mejor estado de cosas, en lucha contra la clase de sus explotadores. Algunos detractores de los socialistas nos acusan de ser los autores de esta lucha de clases, de este enfrentamiento de la clase proletaria con la clase capitalista. Es una opinión profundamente equivocada. Los socialistas no son los creadores de este movimiento, cuyo origen reside en la propia naturaleza de las cosas, en los propios acontecimientos sociales» (s/f: 63).

El clima general era optimista. Tal como en el Manifiesto de Marx-Engels (1848), la sociedad burguesa llevaba consigo la semilla de la sociedad socialista. Se vislumbraban embriones de socialismo en el crecimiento de los sindicatos y las cooperativas. Se profundizaba en los detalles de la organización de la sociedad futura, desde la propiedad hasta el trabajo, desde el Estado y el gobierno hasta el sistema judicial y el ejército, desde la familia hasta la religión y la educación.

Hoy

Ha transcurrido un siglo, setenta años de la Unión Soviética, y más de mil quinientos millones de personas viven bajo regímenes autodenominados socialistas o comunistas, algunos de los cuales (como China y Vietnam) han sido hasta ahora aliados del hipercapitalismo más salvaje. A lo largo del siglo XX, el socialismo trascendió los límites geográficos y teóricos de Europa, convirtiéndose en una opción política muy presente en los movimientos de liberación del colonialismo europeo, con innovaciones notables protagonizadas por el Movimiento de Países No Alineados; la reflexión y la práctica de figuras como José Carlos Mariátegui, Ho Chi Minh, Kwame Nkrumah, Julius Nyerere, Frantz Fanon, Aimé Césaire, Modibo Keïta, Gamal Abdel Nasser, Ahmed Ben Bella, Walter Rodney, Amílcar Cabral, Thomas Sankara, entre muchos otros; así como por las experiencias pioneras en Cuba (1959-) y en Chile durante el breve período de Salvador Allende (1970-1973). Lo que subsiste de toda esta experiencia extraeuropea son en gran medida ruinas y, sobre todo, memorias amargas de la violencia con la que el capitalismo imperialista (tanto estadounidense como europeo) puso fin a tales experiencias.

Después del fin del bloque soviético, el socialismo desapareció por completo del horizonte político del Norte global. La forma más eficaz de lograr su desaparición fue hacer desaparecer astutamente a su rival, el capitalismo. Dejó de hablarse de capitalismo y se comenzó a hablar de economía de mercado, la única y natural forma de economía, como si todo mercado fuese capitalista y como si el capitalismo no tuviera tanto de mercado como de antimercado (monopolio). A partir del año 2000, el socialismo volvió a ser tema de conversación debido a experiencias políticas muy diversas: el desencanto del postcomunismo en los países del este de Europa, el Foro Social Mundial (2001-2016), el programa de Bernie Sanders en Estados Unidos. Más recientemente, Thomas Piketty presentó sus propuestas de socialismo participativo.

¿Significa esto que estamos de nuevo en un tiempo inaugural semejante al final del siglo XIX? En realidad, estamos en su opuesto. Con la excepción de Piketty, no hay optimismo y mucho menos optimismo basado en la evolución reciente del capitalismo. ¿Dónde están esos embriones de socialismo que surgen por todas partes a partir del activismo obrero? Aparentemente, solo Piketty los ve en la evolución de los patrones de desigualdad social, en el crecimiento del Estado de bienestar y en la experiencia de cogestión de las grandes empresas en el norte de Europa. En general, la nueva apelación al socialismo proviene de una percepción opuesta, del fuerte pesimismo sobre el futuro de la humanidad si el capitalismo continúa con las tendencias actuales de exclusión, de catástrofe ecológica, de economía de muerte, de eliminación de la disidencia y de saqueo de los recursos naturales por todos los medios, incluso los más violentos (sanciones, embargos, guerra, asesinato) para lograrlo. Llega a ser ridículo el optimismo de Piketty sobre la universalización del socialismo basado en la experiencia europea (incluso con la adenda políticamente correcta del anticolonialismo y las reparaciones), cuando en este momento su país está librando una guerra, siempre con la ayuda de Estados Unidos, contra algunos países de África Occidental (Mali, Níger y Burkina Faso) para asegurar el acceso al valioso uranio. Un informe de Oxfam de 2013 cita a un activista nigerino, para quien: “En Francia, una de cada tres bombillas se enciende gracias al uranio nigerino. En Níger, casi el 90% de la población no tiene acceso a la electricidad. Esta situación no puede continuar”. No hay un camino hacia el socialismo a partir de aquí. Hay un muro.

Si es cierto que domina la versión pesimista sobre el modo en que el capitalismo está conduciendo a la humanidad y a la naturaleza al abismo de la destrucción, no es menos cierto que, también contrariamente a finales del siglo XIX, las alternativas y los agentes que podrían luchar por ellas están ausentes. Piketty afirma que el socialismo participativo que propone “no viene de arriba hacia abajo”, como supuestamente sucedió en el pasado con la vanguardia obrera de élite (no deja de ser extraño concebir a la clase obrera, incluso de vanguardia, como perteneciente a los de arriba), sino que proviene de los ciudadanos, en tanto se reapropian de la deliberación colectiva a través de transformaciones jurídicas paulatinas. En otras palabras, el sueño de la socialdemocracia europea que ésta abandonó hace mucho tiempo.

Un mundo eurocéntrico es hoy una ruina pospuesta (por emocionante que parezca a través de la brillante actuación de Piketty), pero la comprensión y la transformación del mundo son ahora mucho más amplias de lo que cabe en la imaginación europea. La experiencia de “los de abajo”, de “la gente de a pie”, es muy rica, aunque poco conocida en el Norte global. Es muy diversa y no cabe en ninguna designación escrita en singular. Es un mosaico de ideas y prácticas que desafían todos los universalismos abstractos que le fueron impuestos por el mundo eurocéntrico a partir del siglo XV. Como decía Edouard Glissant, los pueblos colonizados, enfrentados al poder y al saber absolutos, hace tiempo que se acostumbraron a vivir en lo relativo. Quizás lo que más los une sean las múltiples caras de la dominación y la diversidad de luchas y repertorios de lucha para enfrentarlas. Ni siquiera se sienten obligados a utilizar el término socialismo, aunque esté escrito en plural. Tienen en común el respeto por la continuidad de la vida de la especie humana y de todas las demás especies.

El socialismo después de Babel 

El socialismo después de Babel está constituido por una multiplicidad de ideas y lenguajes que sintetizan formas de vivir el mundo de manera ecológicamente compartida. Ecologías de saberes, de vivires, de culturas, de productividades y de temporalidades. Algunas ideas y lenguajes son eurocéntricos y otros no. Muchos son el resultado de mezclas insondables entre diferentes universos culturales que hoy constituyen un pluriverso, para algunos, una Torre de Babel con muchos nombres, rompiendo de una vez por todas con el orden bíblico de una sola idea y un solo lenguaje (el Dios de las religiones del Libro). Estos son algunos de los nombres (en orden alfabético): agroecología, agua como bien público, alternativas al desarrollo, anticolonialismo, antirracismo (Black Lives Matter), artivismo, autodeterminación, buen vivir, bienes comunes, cooperativismo, comunismo, constitucionalismo transformador, decrecimiento, demarcación de territorios ancestrales (de pueblos indígenas y de descendientes de pueblos esclavizados), derechos humanos contrahegemónicos, derechos de la naturaleza, ecología política, economía del cuidado, economías no capitalistas (popular, campesina, ribereña, indígena, feminista, cooperativa, comunitaria), ecosocialismo, educación popular, feminismos, laicismos, movimientos por la justicia global, movimiento naxalita, nacionalización de sectores estratégicos, neozapatismo (EZLN), Ni Una Menos!, Nuevo Movimiento de los No Alineados, Pachamama, panafricanismo, panarabismo, poder constituyente, reforma agraria, renta básica universal, salud como bien público, soberanía alimentaria, socialismos (africano, asiático, etc.), sumak kawsay/suma qamaña, swadeshi, swaraj, zonas liberadas, ubuntu, ujamaa.

De esta inmensa diversidad, surgen cuatro ideas clave: 

1. No hay sujetos históricos. Hacen historia todas las personas, grupos y clases que luchan contra las tres principales dominaciones de la modernidad eurocéntrica: el capitalismo, el colonialismo y el patriarcado. La lucha tiene que ser conjunta. El drama de nuestro tiempo es que, mientras las tres dominaciones actúan de forma articulada, la resistencia contra ellas está fragmentada: movimientos anticapitalistas que son racistas y sexistas; movimientos antirracistas que son procapitalistas y sexistas; movimientos feministas que son procapitalistas y racistas. Cualquiera de estas luchas, cuando está aislada, es fácilmente secuestrada por las fuerzas políticas que sustentan la dominación, que en el mundo eurocéntrico se denominan fuerzas políticas de derecha. La nueva identidad de la derecha se alimenta de ideas de pertenencia identitaria (racial, de género, religiosa) desprovistas del ánimo de cambiar el mundo capitalista.

2. La naturaleza no nos pertenece; pertenecemos a la naturaleza. La dicotomía humanidad/naturaleza legitimó, en los albores del capitalismo, la apropiación individual de la naturaleza y su sujeción total a los usos y abusos determinados “por los intereses del desarrollo”. La explotación de los recursos naturales sin respeto por los ciclos y tiempos naturales de reconstitución creó lo que Karl Marx llamó una fractura metabólica, la degradación de los metabolismos de reequilibrio que, en nuestro tiempo, alcanza proporciones extremas: por primera vez, la supervivencia de la especie humana está en peligro. En todas las culturas con las que los europeos entraron en contacto desde la expansión colonial moderna, los humanos pertenecían a la naturaleza, que respetaban y temían. En estas concepciones reside la clave de nuestra supervivencia como especie. Dado que las formas de propiedad no capitalistas son potencialmente las más respetuosas con la naturaleza, en la fase de transición, la propiedad capitalista no debe ser más protegida por el Estado que todas las demás formas de propiedad (campesina, familiar, indígena, cooperativa, comunal, asociativa). El ecocidio es el nuevo crimen de lesa humanidad.

3. Debemos recuperar la soberanía temporal y el uso autónomo del tiempo. Las experiencias de tiempo, ritmo y duración son muy diversas en las diferentes culturas del mundo. Durante los últimos doscientos años, las sociedades capitalistas se han centrado en tecnologías que ahorran tiempo y aceleran los procesos. Paradójicamente, tales ahorros no se tradujeron en más tiempo del que se pudiera disponer libremente, al igual que tal aceleración solo resultó en más falta de tiempo. El tiempo cronológico es al tiempo vivido lo que el Producto Interno Bruto es a la riqueza de las naciones. No se contabiliza lo más importante. La aceleración del tiempo se convirtió, a través de la repetición, en una forma de estancamiento. Los pueblos que escaparon y aún escapan del secuestro capitalista del tiempo son estigmatizados como subdesarrollados y, por lo tanto, están expuestos a todo tipo de intervencionismo capitalista (desde la ayuda al desarrollo hasta el saqueo de recursos, desde el cambio de régimen y la guerra hasta las sanciones y embargos). Recuperar la soberanía temporal es luchar contra la falsa autonomía (como, por ejemplo, la autonomía uberizada), una autonomía sin condiciones para ser autónomo. El tiempo capitalista es monocrónico, el tiempo socialista será policrónico, porque se autodefine.

4. Si es cierto que no podemos vivir sin biodiversidad, no es menos cierto que no podemos vivir sin demodiversidad. Hace mucho tiempo definí el socialismo como democracia sin fin. E identifiqué los principales espacios-tiempos en los que debía darse la democratización: los espacios-tiempos de la familia, de la comunidad, de la producción, de la ciudadanía, de las relaciones internacionales. A cada espacio-tiempo corresponde un tipo específico de democracia. Defender que la democracia representativa liberal es la única forma posible de democracia es aceptar como una fatalidad que la democracia en el espacio-tiempo de la ciudadanía sea una isla democrática en un archipiélago de despotismos. Sin otras islas democráticas que la apoyen, la isla de la democracia liberal será cada vez más una isla desierta poblada únicamente por trampas autocráticas.

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