Unos cardan la lana y otros se llevan en la fama, dice el refrán.
En el tenis también sucede. Parece que la final de un torneo siempre tiene que ser un partido apasionante, pero en el caso de Montecarlo 2023 las semifinales han estado a mucha más altura que la final.
Disfrutamos viendo al joven Rune, a quien intentan comparar con Alcaraz pero ya quisiera (excepto en que tienen la misma edad), luchando contra Sinner y consiguiendo hacer morder el polvo al italiano. Y de Rublev habíamos visto un partido memorable contra Fritz.
Quizá era que los dos jugadores estaban cansados de los respectivos partidos memorables. O quizá era que no tenían la calidad verdadera para alcanzar una final.
Ganó uno de los dos, por supuesto. Siempre es así. Cano Rublev, que lo hizo un poco menos mal.
A ambos les constaba mantener su propio servicio. Y fallaban sin pausa. Sobre todo fallaban.
No había belleza, no había verdadera lucha, no había apenas deslumbrantes aciertos.
Los jugadores fallaban y los espectadores bostezaban.
Hace poco comentábamos en esta misma un partido de Bautista Agut en en la primera ronda de este mismo torneo, que a pesar de estar muy lejos de la final fue una auténtica maravilla.
Por supuesto que en el tenis hay finales inolvidables y todos las hemos visto, pero la de Montecarlo 2023 de ningún modo fue una de ellas. Que aburrimiento.
Tigre Tigre
