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Gobierno de Cantabria y Ayuntamiento de Santander presuntamente comprometidos en un supuesto caso de «bebé robado»

El Servicio Cántabro de Salud no encuentra "documentación relativa a los datos personales identificativos correspondientes" al recién nacido, según la documentación a la que ha tenido acceso Diario16. Tampoco existen registros de entrada y salida de madre e hijo de dos centros hospitalarios, y la supuesta tumba del bebé fue retirada del Cementerio Municipal de Ciriego en Santander "sin previo aviso"

Juan Carlos Ruiz
Juan Carlos Ruiz
Periodista y Licenciado en Ciencias de la Información
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análisis

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En su humilde casa de “Santoñuca”, el barrio más antiguo del municipio cántabro de Santoña, aguardan Ramona Martínez y Genaro San Emeterio. Para este matrimonio, la vida cambió el día que comenzaron a sospechar que, quizás, aquel hijo que les llegó al mundo hace 50 años, pudo ser sustraído al nacer.  

Ramona ingresó el 14 de Julio de 1973 en el antiguo Centro de Salud, conocido como “El Hospitalillo”, para dar a luz en la madruga del día siguiente. Tuvo un niño que pesó al nacer 4,100Kgs. Y -al menos en apariencia- en excelentes condiciones. «Apenas lloró», recuerda. Sólo se le apreció que tenía dificultad para tomar el pecho materno. 

El parto fue muy duro para la madre, que hubo de permanecer hospitalizada varios días por este motivo. El bebé fue inscrito en el Registro Civil de Santoña por su padre Genaro, con el nombre de Genaro San Emeterio Martínez. 

A las 8:00 horas de la misma mañana del alumbramiento, las monjas y el médico que le atendían le dijeron a Ramona que el niño tenía “arritmias”, por lo que era preciso trasladarle al Hospital Marqués de Valdecilla de Santander, a donde fue llevado por el padre. Una vez allí, éste fue recibido por una enfermera en el Pabellón 8 y seguidamente derivado “al 19 o 21”, un dato que Genaro no logra precisar. A él y a las dos abuelas del bebé les dejaron en una sala de espera donde permanecieron continuamente turnándose, durante tres días, y sin que les permitiesen ver al niño. Al preguntar sobre su evolución, les contestaban que “iba mal, porque tenía el corazón demasiado grande comparativamente con su caja torácica”. 

El día 18, sobre las 16:00 horas, le comunicaron al padre que su hijo había fallecido “hacía una hora”. Y seguidamente, le mandaron pasar a otra estancia, “en la que se encontraba el cadáver de un niño en un pequeño ataud”, comenta Genaro. También le dijeron que se le había suministrado el Bautismo, antes de morir, “por el Sr. Capellán del hospital”. 

Genaro quiso darle un beso de despedida a su hijo, pero al acercarse notó que dicho cadáver “estaba muy frío, congelado” y que sus labios “se quedaban pegados” al mismo, lo que le pareció muy extraño. Después llegó el médico y le preguntó “si quería llevárselo”, a lo que respondió que “no quería darle más disgustos” a su mujer, aún hospitalizada. Y el mismo médico le repuso que, en ese caso, “ellos se encargaban de todo”, explica. 

En el Registro Civil de Santander aparece inscrita, a las 10:00 horas, del 19 de julio de 1973, la defunción del pequeño Genaro San Emeterio Martínez. 

Al cabo de unos días, les comunicaron que el niño había sido enterrado en el Cementerio Municipal de Ciriego de la capital cántabra. Fueron a visitar la tumba y vieron que se encontraba a nivel del suelo con una cruz con la inscripción “Genaro San Emeterio”, sin su segundo apellido. Cabe señalar que ha llegado a manos de los progenitores la licencia para dar sepultura en que «se recogen parcialmente los datos de la inscripción de defunción». 

La pista de Paco Lobatón

Preguntado por los progenitores al Capellán del Hospital Marqués de Valdecilla si en la misma fecha o anteriores en que se dice que había fallecido el menor, le había sido administrado el Bautismo, la respuesta fue que “en su registro correspondiente no aparecía nadie con ese nombre”. 

Ante la serie de contradicciones apreciadas por los progenitores y después de ver una intervención del periodista Paco Lobatón, en 2016, en televisión, donde se denunciaban posibles sustracciones, en distintos hospitales, de recién nacidos, con la complicidad del personal, y se mostraba cómo, supuestamente, al menos, ante sus familiares, eran suplantados por cadáveres de otros bebés, los que previamente, para su conservación, eran congelados, y a su vez recordando la sensación descrita por el padre, el matrimonio lo consultó con su entonces médico de cabecera. Este les dijo que, sin lugar a dudas, “si su hijo había muerto pocas horas antes de darle un beso su padre, y tenía los indicados síntomas de congelación, esto no era posible, porque el cadáver de un niño no se congela ni en 24 horas de estar sometido a temperatura de congelación”. 

Todo esto aumentó las sospechas del matrimonio San Emeterio- Martínez de que el cadáver del bebé que se le había presentado al padre, no correspondía al del hijo de ambos, y que su hijo Genaro San Emeterio Martínez, les habría sido sustraído, dándole un destino desconocido. 

El Servicio Cántabro de Salud no encuentra registros

Puestos en acción, la madre dirigió un escrito al Servicio de Atención al Paciente del Hospital Marqués de Valdecilla, al que para su sorpresa, recibió contestación: “no hemos encontrado documentación relativa a los datos personales identificativos correspondientes a D. Genaro San Emeterio Martínez”. 

Para la Defensa de la familia “resulta sumamente sospechoso que durante los tres días que permaneció en el Hospital Marqués de Valdecilla hasta certificarse su defunción el 18 de julio no se permitiera al padre, ni a las dos abuelas, verle. Cuando en su inscripción de defunción la causa fue cardiopatía congénita, que no sería contagiosa. En ningún caso se trataba de una enfermedad infecciosa, por lo que no existía razón que exigiera o aconsejara su aislamiento respecto a sus familiares más próximos”.  

También se plantea “si no tendría por finalidad dicho aislamiento respecto a los familiares que éstos no retuvieran la fisonomía de ese recién nacido, para que posteriormente no pudieran reparar en que el mismo había sido suplantado físicamente por el cadáver de otro bebé”. 

Tampoco se explica “si es normal que el ingreso de un paciente, en el año 1973, concretamente, y su permanencia durante varios días en ella no queden registrados ni aparezcan en la documentación oficial de la misma o, por el contrario, sería absolutamente imposible dicha omisión”. 

En la actualidad, existe un documento emitido por la Gerencia de Atención Primaria del Servicio Cántabro de Salud, dependiente de la Consejería de Sanidad del Gobierno de Cantabria, que afirma que “no existe la información solicitada en nuestras bases de datos de historia clínica en Atención Primaria de Genaro San Emeterio Martínez”. Tampoco existen registros de la entrada y salida de la madre en la casa de maternidad “El Hospitalillo”, ni de la salida del menor; menos aún de su entrada, y salida como fallecido en el Hospital Marqués de Valdecilla.

Una de las fotografías que los hijos de Ramona y Genaro han distribuido en redes sociales

Declaración jurada de una testigo 

En cambio, entre los documentos a los que ha tenido acceso Diario 16, aparece la declaración jurada de una de las varias vecinas del municipio que coincidieron con Ramona en “El Hospitalillo”. La declaración ha sido suscrita también por el hijo de la testigo, en calidad de testigo de referencia, «por haber escuchado ese mismo relato en multitud de ocasiones en el hogar familiar”. 

Según esta testigo, la comunicación entre las madres ingresadas en la casa de maternidad “era total”, ya que no estaban alojadas en habitaciones por separado, “sino en una sala corrida, en la que las cabeceras de las camas estaban pegadas, en fila, a una de las paredes laterales, y con una separación entre sí, mínima, por lo que cada una se enteraba de todo lo que les ocurría a las demás”.  

Relata que el niño dado a luz por Ramona llamó la atención de los presentes y de la comadrona que “llevándolo en brazos lo iba mostrando a las demás madres diciéndoles: Mirad que niño más hermoso”. 

Sin hijo y sin tumba

Por si la historia no fuera lo suficientemente surrealista, Ramona y Genero tuvieron que soportar que la tumba de su hijo fue desmantelada del Cementerio Municipal de Ciriego en Santander “sin previo aviso, ni comunicación de ningún tipo” y, sobre ella, dice Ramona, con un gesto mitad de tristeza, mitad de amargura en la mirada: “han construido nichos”. 

En todos estos años, ni ella ni su marido han tirado la toalla porque quieren «llegar hasta el final y saber qué ocurrió». Cuentan con el apoyo de sus hijos e incluso el Ayuntamiento de Santoña aprobó una moción de apoyo al caso.  

Entretanto, siguen distribuyendo fotografías de la familia en redes sociales por si su hijo “pudiera reconocerse en alguna”. Y Ramona mira al cielo, como intentando hallar una respuesta, y vuelve a repetirme que no le gustaría morir sin antes encontrar a su hijo.

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