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Justicia para Commander, el perro al que Biden ha echado de la Casa Blanca por morder a sus agentes

Se desconoce el paradero del animal, que sufre un comportamiento agresivo probablemente por estrés

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análisis

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Commander, el pastor alemán del presidente norteamericano, Joe Biden, ha sido expulsado de la Casa Blanca y “se está evaluando su futuro”, después de que el animal haya mordido a varios agentes del Servicio Secreto, según informa la agencia Efe. Elizabeth Alexander, portavoz de la primera dama, Jill Biden, confirmó la medida adoptada a varios medios de comunicación este mismo miércoles. Y estos son los que se las dan de animalistas comprometidos con la causa. Otra gran mentira.

La primera familia del país ha tomado decisiones drásticas contra Commander sin ni siquiera darle una oportunidad de rehabilitación, un margen de confianza, un algo. ¿Alguien se ha preocupado de qué es lo que le ocurre al perro para que le hinque el colmillo a todo el que se mueve por el jardín? Vivir en la Casa Blanca no es nada fácil. Hay miles de turistas y curiosos rondando por las instalaciones, intrusos amenazantes, gente siniestra que entra y sale, como esos generalotes del Pentágono, esos espías de la CIA y esos amigos de Trump de los que no te puedes fiar. Seguramente, lo que le pasa al pobre Commander es que no da abasto, que ha caído en un estrés grave por exceso de trabajo, que no sabe a dónde acudir ya para defender a la manada de humanos a la que adora. No se ha sido justo con el fiel Commander dándole pasaporte canino y expulsándolo de la residencia oficial del presidente. Por exceso de celo, puede terminar en la perrera o en Guantánamo, como un vulgar yihadista, quién sabe.

Todos los hombres son dioses para su perro, decía Aldous Huxley. Un ser superior por el que están dispuestos a dar la vida si es preciso. Pedro Sánchez, nuestro Sánchez, jamás se habría mostrado tan cruel y frío con su mejor amigo. Es más, habría aplicado sin dudarlo la reciente ley de protección animal para que a Commander se le diera lo mejor, terapia, psicólogo, etólogo, tratamiento, lo que sea para recuperar y devolverle la tranquilidad a un can que no hace otra cosa que vigilar y proteger, aunque se vea desbordado por el trabajo. ¿Cómo no va a tener ansiedad el hermoso pastor alemán si su amo, el propio Biden, da con sus huesos en el suelo cada dos por tres? Lo que le pasa a Commander es que se desvive, se desvela, pierde la vida para que no le pase nada al anciano presidente. Y así le pagan su amor desprendido: con la deportación.

Uno cree que habría que organizar una gran recogida mundial de firmas para exigir justicia para este animal conmovedor. Habría que movilizarse contra un atropello enorme, salir a la calle a protestar, porque esto, además de un atentado contra los derechos de los animales es un abuso laboral en toda regla. Ahora dicen que Commander ha mordido a once agentes del servicio secreto. Normal, esa gente inquietante no inspira confianza a nadie. Armarios empotrados de dos por dos con gafas de sol y pinganillo siempre en la oreja como un diputado de las Cortes Españolas. ¿Qué se puede esperar? Que el perro reaccione contra todos esos tipos inquietantes que merodean alrededor del presidente, como conspirando contra él, es lo más normal del mundo. Cualquier día uno de esos mismos policías de paisano abre la verja de hierro en mitad de la noche y permite la entrada a las hordas trumpistas de la secta Qanon, como cuando asaltaron el Capitolio. Últimamente la cosa está caliente en la primera potencia mundial. El Partido Republicano se ha hundido y ya todo es extremismo, posfascismo, trumpismo a calzón quitado. Nadie se fía de nadie. Para eso está el hermoso chucho, para eso está el imponente cachorro, para hacer lo que haga falta con tal de defender la Presidencia del Gobierno, la democracia, la libertad.

Que dejen en paz al pobre Commander, hombre, que no está haciendo más que velar por la seguridad de su familia, lo que más quiere en el mundo. No hay perro agresivo, solo dueños que no saben darle a sus mascotas el cariño que merecen. El perro es un espejo de su amigo humano. Por eso se parecen a ellos y viceversa, tal como dice el dicho popular. A nosotros nos da que los Biden, pese a esa pose de progres de la que hacen gala, de millonarios izquierdistas, de buena gente de élite, están cometiendo un grave error con el fidelísimo y diligente Commander. Lo normal sería que se llevaran al animal a un balneario canino en la soleada California. Allí, con playa, reposo y buen pienso integral, lejos del estrés laboral de Washington, a buen seguro mejoraría de su trastorno adaptativo. Pero echarlo, largarlo de mala manera, ponerlo de patitas en la calle y someterlo a una devolución en caliente como hacen los rangers fronterizos con los espaldas mojadas de Río Bravo, no es sino una muestra más de la insensibilidad y la inhumanidad en la que se ha instalado la política estadounidense.

Commander llegó a la Casa Blanca hace dos años. Fue un regalo de la familia del presidente después de la muerte de Champ, su antecesor en el cargo que acompañó a la pareja durante 13 años. Es solo un cachorro con toda la vida por delante. Pero han optado por aquello de “muerto el perro se acabó la rabia”. ¿Dónde lo han metido? ¿Qué ha sido de él? ¿Lo han conducido al corredor de la muerte, previo a la inyección letal, en una prisión de Arizona? Qué pena. Obama nunca lo haría.

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