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Los muertos de Cuelgamuros

Julián Arroyo Pomeda
Julián Arroyo Pomeda
Catedrático de Filosofía Instituto
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análisis

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Es un asunto de derechos elementales. Los familiares deberían poder enterrar a sus seres queridos donde deseen, pero esto no ha sido el caso aquí. Están en Cuelgamuros. Así lo decidió un régimen dictatorial, que disponía del poder y de los fusilamientos para aquellos que se resistieran.

Todo fue altamente simbólico. El jefe de aquel Estado así lo deseaba para que la reverenciaran a él. Se jactaba de ser muy católico, mientras que aquellos que yacen allí eran rebeldes y disidentes, pensaban solo en destruir España. A pesar de eso, se les ofreció una recompensa. Trabajando en la construcción del Valle, podrían redimirse, aunque sea mínimamente, aquellos que fueron condenados por ser leales a la República, el poder legítimo de entonces.

Fueron conducidos allí por la fuerza y obligados a trabajar como esclavos. Cuando murieron exhaustos, tuvieron que ser enterrados para que todos recordaran la supuesta benevolencia recibida, a pesar de su severo castigo. Fueron sacados de las cárceles y colocados en una prisión aún mayor, pero acogidos por el perdón de la cruz, que extiende sus grandes brazos abiertos como señal del perdón y triunfo del amor cristiano sobre sus enemigos.

Una vez más, la cruz representó la ignominia y el castigo por las maldades cometidas. El dictador los guardó durante mucho tiempo. ¿Para qué? Para que todos los ciudadanos españoles recordaran que él era el protector de la nación, una, grande y libre. Eso es precisamente lo que no ha sido, a pesar de la burda y machacona propaganda en todos y cada uno de los medios de comunicación. Nunca fue grande, sino más bien mediana, tampoco única, sino muy plural, y la libertad siempre estuvo custodiada por policías inclinados y proclives al régimen, que sigue en pie.

El protector de la historia y su régimen ya salió de allí y lo recreó todo de acuerdo a sus intereses. ¿Por qué no pueden salir también los demás? Luego vino la transición con una Constitución que nos impuso la monarquía tradicional como forma política de Estado, incluso en su artículo primero. La opinión de Adolfo Suárez es bien conocida. Procedente del movimiento, se convirtió en un Presidente democrático con decisión y sutileza. Las encuestas le confirmaban que en una posible consulta la monarquía no sería elegida, así que mejor no preguntar. Este hombre fue muy astuto y todo se intercaló en la ley de leyes. Solo los vascos se atrevieron a no votar afirmativamente, aunque el triunfo se consideró completo.

¿Quién se iba a atrever entonces a tomar la decisión contundente de que los proclives a la dictadura anterior debían retirarse? Eso es lo que tendría que haber sucedido, pero ocurrió lo contrario. Como si todo estuviera atado y bien atado, según las palabras del dictador, los fascistas se acostaron de noche y por la mañana todos nacieron demócratas, ocupando la totalidad de las instituciones. Una jugada limpia, que nadie podía creerse, pero así fue.

Parece que muchos quisieran que volviera aquella época. Sus ideas se han vuelto una enfermedad crónica y ya no hay reacción. Consideran que de ser vencedores, han pasado a ser vencidos. Algunos creen que estas ideas desaparecerán con ellos, pero yo no lo creo así porque han sido criados igual que sus descendientes, alimentándose en el odio ancestral para que estos hagan lo mismo con los suyos.

Luego tenemos una justicia muy lenta y con pocos medios para actuar. A veces, los propios jueces parecen estar de acuerdo con las ideas pasadas y no se atreven a avanzar. Los defensores del Valle de la muerte no pueden seguir creciendo porque se enorgullecen de ello. Y la Fiscalía no puede permanecer indiferente, cuando sabe que hay gente cuyo único afán es frenar los trabajos de exhumación en el Valle. Tienen demasiada paciencia y, si no se cortan las ideas de raíz, seguirán venciendo. Al sorprenderlos en una acción mínima, se debe aplicar de inmediato la fuerza de la ley.

Todos son subterfugios para paralizar los trabajos y evitar que se acabe todo. Lo último es ofrecer propuestas de ‘concordia’ para blanquear lo que fue oscuro y gravísimo desde la base. Un gobierno democrático debe reparar los daños causados. Esa es su obligación. La democracia nunca puede estar de acuerdo con el fascismo, porque son de naturaleza completamente distinta. Un golpe de Estado siempre será eso. No puede haber justicia que represente de otra manera un régimen que asesinó, represalió y enfrentó a hermanos contra hermanos es un mal de raíz. No se puede olvidar, por eso la necesidad de la memoria.

¿Cómo puede haber concordia entre quienes provocaron un golpe de Estado y establecieron una dictadura que duró casi medio siglo? República y franquismo son irreconciliables. La República fue un régimen legítimo que, a pesar de sus altibajos, se mantuvo en una trayectoria democrática. El régimen franquista, por otro lado, asesinó, reprimió severamente tras el fin de la guerra y trató de eliminar cualquier forma de disidencia.

Hitler y Mussolini perdieron la guerra, el franquismo la ganó, presentando así una historia distinta. Los antiguos dirigentes organizaron en buena parte la democracia en la que se enorgullecen y no se arrepienten del mal causado anteriormente, pues no lo reparan. Dentro de ella se impuso la continuidad y así se fue olvidando todo. El lastre quedó. La sociedad sigue siendo de régimen franquista, por eso lo añora,

Queda solo el polvo que hizo germinar la tierra y producir nuevos frutos con el agusanamiento de su raíz. Aquí no puede estar la solución. No hubo separación entre Iglesia/Estado y una siempre apoyó al otro, sacándole todo lo que  podía. La jerarquía eclesiástica estuvo de acuerdo desde el principio y reprimió la libertad con sus normas morales que se arraigaron en la sociedad. Es necesaria la llegada del laicismo y su práctica por parte del Estado. No queda otra alternativa.

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1 COMENTARIO

  1. Debería avergonzarnos a todos los españoles, la cantidad de fosas comunes que tenemos en España (ni siquiera están registradas todas), y la enormidad de desaparecidos que tenemos sin identificar. Pero la mayor vergüenza es que haya tal cantidad de ciudadanos españoles, que consideran a las víctimas y sus familiares enemigos suyos, a los que desean mantener escondidos debajo de la alfombra.

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