lunes, 29abril, 2024
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Luces de Bohemia

Jesús Ausín
Jesús Ausín
Pasé tarde por la universidad. De niño, soñaba con ser escritor o periodista. Ahora, tal y como está la profesión periodística prefiero ser un cuentista y un alma libre. En mi juventud jugué a ser comunista en un partido encorsetado que me hizo huir demasiado pronto. Militante comprometido durante veinticinco años en CC.OO, acabé aborreciendo el servilismo, la incoherencia y los caprichos de los fondos de formación. Siempre he sido un militante de lo social, sin formación. Tengo el defecto de no casarme con nadie y de decir las cosas tal y como las siento. Y como nunca he tenido la tentación de creerme infalible, nunca doy información. Sólo opinión. Si me equivoco rectifico. Soy un autodidacta de la vida y un eterno aprendiz de casi todo.
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análisis

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Faltan más de treinta días para la Navidad, pero todo está ‘petao’. El centro de la ciudad es un hervidero de gente que va y viene sin ningún propósito ni finalidad, sólo por el «placer» de ir al centro y ver las luces en unas fechas cada vez más ampliadas, descafeinadas e hipócritas dónde se potencia el consumo. Las calles son una oda al histrionismo lumínico y una tortura mental con unas melodías navideñas que se repiten hasta el hartazgo tipo «All I Want For Christmas Is You» de María Carey. De paso, ya que salen, se pasan por los lugares típicos que salen en las guías para vulgoletos cosmo-wokes: Casa Labra, el lugar dónde se creó el PSOE y tienes que hacer una hora de cola para comerte un trozo de bacalao rebozado y paladearlo como si fuera el mejor caviar iraní o unas croquetas también de bacalao que, aunque como decía Chicote en ese programa de la tele, no son de hormigón armado se acercan a las de tu abuela, como un polvorrezno a un buen torrezno de Casa Antonio en San Esteban de Gormaz (Soria). No faltan los consabidos huevos de Lucio o las hamburguesas a treinta pavos en el food truck del cocinero y la farandulera de los trajes narcisos de la Nochevieja.

Ramiro, que ha quedado con un amigo de la infancia, está bastante cabreado. No recordaba lo que es el centro de la ciudad en esas fechas. Aunque, por lo que parece, cada año va a peor. Más de quinientos metros de cola en la Gran Vía para comprar un décimo de lotería en una administración que tiene un local que no llegaría ni a la categoría de trastero y fama de buena suerte. Todo basado en la ley de probabilidades. Si vendes muchos números, las opciones de que alguno tenga premio, se multiplican. Pero eso no se lo cuentes a los gañaletos consumistas. Remonta por la orilla, junto al bordillo, cual salmón en aguas bravas. Podía haber cambiado de acera, pero unos metros más atrás, ya tuvo que hacerlo porque está la tienda en la que venden la ropa y enseres que tiñen los niños en la India sin ninguna protección para su salud y que cosen mujeres y niñas en talleres masificados de Bangladesh. Allí la aglomeración en la acera es tan masiva que Ramiro tiene que echarse a la calzada para poder pasar. Un coche le roza los pantalones.

Por fin, casi agotado de esquivar personas, llega a la plaza del Callao. Allí un sarao que ha montado una radio, con música a todo volumen, concentra a cientos de jóvenes alrededor del escenario. Nuevamente entre codazos, empujones y manos a sus bolsillos para impedir que le roben la cartera, consigue pasar y enfilar la calle del Carmen. La aglomeración es de tal calibre que los munipas ordenan el tráfico transeúnte. Se baja hacia Sol por la calle del Carmen y se sube hacia Callado por Preciados. Las luces de Navidad, ya encendidas, son un ataque epiléptico en toda regla. El camino hacia Sol, se hace agobiante. La multitud es como la lengua de un glaciar que le arrastra sin poder controlar su cuerpo. A veces, tiene la sensación de que no toca el suelo. Comienza a temer por su seguridad. Si ahora tropezara y se cayera, probablemente acabaría pisoteado por la multitud. Aunque es imposible caerse cuando tienes otras ocho personas ocupando tu espacio vital. El problema sería una detonación, un petardo o cualquier otra cosa que provocara una estampida. Poco a poco, se va acercando hacia Mesonero Romanos y cuando lo consigue, sale pitando de la procesión de borregos. Ha quedado con su amigo en Sol, pero va a ser misión imposible. Es muy difícil llegar hasta allí y, lo que es bastante más complicado, verse entre la multitud.

Le llama por teléfono y le dice que se dirija por la Calle Carretas hasta la Plaza de Jacinto Benavente. Una plaza mucho más pequeña, menos transitada y en la que será más fácil localizarse.

Tras todo un tour por el centro de Madrid, Ramiro se cuela por la Calle Caja de Ahorros, baja por la orilla de Sol, se mete por Espoz y Mina y por la Plaza del Angel acaba en Jacinto Benavente. No hay muchas personas en la plaza. Enseguida ve a su amigo junto al Bicimad. Se saludan efusivamente. Ramiro le cuenta la odisea que ha vivido hasta llegar allí. Y entonces se les ocurre una idea. Un juego que hacían cuando eran adolescentes en pleno Paseo del Espolón allá en su Burgos natal.

Geni (el amigo), comienza a levantar la voz discutiendo con su acompañante. La gente que anda por la plaza, comienza a fijarse en ellos. Parece una discusión de borrachos. Ramiro coge a su amigo por el cuello y hace como que le pega puñetazos en el estómago. Puñetazos que Geni recibe moviendo su cuerpo hacia atrás como si le hicieran daño de verdad. Este replica deshaciéndose del nudo y retorciendo el brazo de Ramiro por detrás. Y él, grita como si le hubiera partido el brazo. La expectación ha aumentado y ya tienen un pequeño grupo de gente a su alrededor, pero ninguno interviene. Geni, da un traspié y Ramiro lo aprovecha para hacer como que le da un puñetazo en el estómago de su amigo. Se separa y el otro parece que se retuerce del dolor. Jadea. Parece se ha quedado sin respiración. Los juramentos y las palabrotas suben de tono. Ahora el círculo se ha cerrado y una multitud cercana a las setenta personas se congrega mirando a los que se pelean.

Y entonces, viendo que ya tienen suficiente atención y antes de que lleguen los «palillos» (policía local), ambos amigos se abrazan, comienzan a reírse, y dicen “buenas noches, señores” y salen andando desencajonándose de risas mientras se van a comer unas patatas a la importancia a Casa Mortero en una mesa minúscula, en medio de un pasillo por los que les van a cobrar treinta pavos por cabeza.

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Luces de Bohemia

«Me dedico a la taberna, mientras llega la muerte»

MAX ESTRELLA –  LUCES DE BOHEMIA. Ramón María del Valle Inclán.

Veía el otro día una instantánea de los accesos a Vigo. En el pie de foto se decía que se tardaban más de cuatro horas en acceder a la ciudad y que la ministra «tal» había tenido que darse la vuelta por la imposibilidad de llegar a una reunión en coche. Ni aún yendo la policía delante. Todo, por obra y gracia de un alcalde sin conocimiento, populista y prepotente que no es consciente que ese despilfarro eléctrico supone una huella ecológica que pagarán sus nietos a base de penurias. Y, como siempre, para la distracción y atontamiento visual de los humanos anodinos y egoístas y la satisfacción económica de los hosteleros de la ciudad pontevedresa.

El centro de ciudades como Madrid se han convertido en un parque de atracciones dónde los monos van a juntarse con otros simios atraídos por la «codicia Vicente», las luces de colores y los sonidos histriónicos. Miles de personas de la ciudad y lo que es ecológicamente inaudito, venidos de otros lugares, se acumulan en el centro como si repartieran billetes de cien euros. Enormes colas bajo el relente de unos días fríos de un otoño cálido, para comprar un puñetero décimo de lotería en una calle (la del Carmen) ya de por si atestada de gente. Un décimo que no te va a sacar de pobre, y que además tiene las mismas posibilidades estadísticas que otro comprado en el bar de Valdorros. Pero, la tele, la codicia y la estupidez humana han aupado a Doña Manolita, al empíreo de la diosa Tique, cuando la fortuna consiste en aplicar la ley de las probabilidades. Más vendes, más posibilidades de que uno sea premiado.

Como ya contaba la semana pasada, es necesario poner en marcha cuanto antes un cambio de sistema en el que el decrecimiento basado en la justicia social, en el reparto igualitario de bienes, (dejando atrás el consumismo exacerbado que provoca que compremos compulsivamente cosas inútiles y que un 10 % de la comida acabe en la basura), y que el consumo de productos de cercanía y de temporada, nos libre de una catástrofe social y humanitaria sin precedentes. Una verdadera revolución social que no energética. Pero, ¿cómo le dices a toda esa multitud que coge el coche y pierde medio día para entrar en Vigo para ver un espectáculo dantesco de hiperconsumo eléctrico, o a los que se gastan trescientos euros en un fin de semana para que una multitud les lleve en volandas por la calle Preciados, después de haber estado tres horas en la puñetera calle para comprar dos décimos de lotería y de haber pagado 5 euros por dos croquetas de poliespán en un restaurante de medio pelo u ocho euros por sentarse en una terraza de la Plaza Mayor a tomar un café aguachirri, que hay que contenerse y que ese modo de vida nos va a llevar a la extinción?

Mientras la ministra de transición ecológica, Teresa Ribera, en ese simulacro de «acción por el clima» en la que participan decenas de sinvergüenzas, cientos de lobistas del sector petrolero, y cada vez menos activistas climáticos, que celebra la ONU en Dubái (uno de los países cuya riqueza parte de los hidrocarburos), abordaba la necesidad de poner sobre la mesa el decrecimiento, los participantes en la misma llenaban el aeropuerto de Dubái con aviones privados, en los que habían volado desde todo el mundo, que emiten cientos de kilos de CO2. ¿Cómo les dices a los Martínez que irse a Madrid en el puente de la Constitución, a ver las luces y a dar una vuelta es un despilfarro consumista que no nos podemos permitir, mientras toda esta gente utiliza la COP28 para hacer negocios de venta de petróleo y provocan con sus aviones más contaminación en ir y volver que medio millón de Martínez en un año?

A esto añadimos las campañas que pretenden concienciar como esta del Ministerio de Transición ecológica, ponen en el mismo rasero a negacionistas y a los activistas que advierten de que es la inacción lo que lleva al colapso. Que el decrecimiento es inevitable, aunque se puede hacer de forma ordenada a través del reparto justo de los bienes de consumo o de forma traumática si seguimos con este modo de vida que consume dos veces y media más de lo que la naturaleza le da tiempo a regenerar. Campañas destinadas al lavado de conciencias que lo que consigue es el efecto contrario: que la gente crea que con el cambio climático lo que se pretende es asustar y que no será para tanto.

Se toman medidas para el común que no entienden que sólo sirvan para ellos. Se anuncia el adiós a los coches con motores de combustión interna para 2035. Y esto muchos interpretan como un ataque a la llamada clase media porque se fija el objetivo en los coches pequeños, mientras las grandes marcas podrán seguir produciendo coches supuestamente eléctricos que los pobres no podrán ni acercarse a su uso. No se explica que es, en gasto energético, una aberración usar un trasto de dos toneladas para mover a una persona. Y además tampoco se toman medidas para que haya opciones alternativas como transportes públicos regulares porque como el hijoputismo predica que deben ser rentables, y por definición, un SP no puede serlo, o tienes coche para ir a trabajar o no trabajas. La deslocalización de los trabajos y la creación de barrios residenciales en el extrarradio, tienen también mucha culpa en el uso del vehículo particular.

Pasa lo mismo con los vuelos. Se está haciendo hincapié en la gran cantidad de CO2 que emiten los vuelos comerciales de pasajeros y en el fin de los «vuelos baratos» y de los viajes de menos de dos horas en avión allí donde exista un AVE, pero nadie dice absolutamente nada sobre los vuelos privados que producen catorce veces más CO2. Vuelos privados que usan los ricos y famosos como quién toma un taxi.

Hay mucho desconcierto y negacionismo sobre el cambo climático y sus consecuencias. Una simple búsqueda de las palabras «sequía extrema 2030» (quedan 7 años) en Google, asusta. Desde un artículo en el que se relata como los peores escenarios de calor extremo, décadas completas de estrés térmico y sequías pronunciadas (de hasta cinco años) que se preveían para finales del siglo XXI podrían estar a la vuelta de la esquina, hasta que el 70 % de la economía española estará expuesta al riesgo de sequías e incendios en menos de 30 años, a pobreza y hambrunas, si no se consigue el reto de bajar el calentamiento global por debajo de 2 grados centígrados, según la COP28. Y claro, si uno revisa que en noviembre el comportamiento térmico está en el +1,9 º en la península, el 2,2 º en Baleares y el 1,8 º en Canarias, todo hace pensar que el logro de los 2 º es una meta que se ha quedado muy corta. Pero si hay un dato aún más aterrador es que el 8 % (640 millones) de mujeres y niñas vivirán en pobreza extrema en el 2030, según la ONU.

Si hay un peligro más extremo que la idiocia, el nagacionismo, los vulgoletos y los ultras, es que toda esta problemática acabe siendo utilizada por los de siempre para darle la vuelta a la tortilla y que acabemos en un ecofascismo. Y vamos camino de ello. Como venimos advirtiendo el decrecimiento será sí o sí. Y la única forma de evitar que sea drástico y que acabe eliminando al 80 % de los humanos es que decrezcan los que tienen, no los pobres. No podemos pedir a África o América del Sur que decrezcan mientras USA, Europa, China o Rusia consumen diez veces más de lo que la naturaleza puede generar. Si consentimos que comiencen a restringir el acceso al agua, la comida o los bienes de primera necesidad en nombre de una supuesta conservación ecológica, como ya han coartado los derechos laborales, la protesta social o los derechos humanos (véase el genocidio israelí sobre Palestina en el que todos los gobiernos miran para otro lado y en casos como Alemania, donde cogobiernan unos supuestos verdes fascistas), nuestros descendientes pagarán con sangre.

Cada vez tengo más claro que estamos en el Titanic. Y que el capitán sabe perfectamente que hay un Iceberg que viene hacia nosotros pero que le da igual porque tanto él como sus pasajeros de primera clase, tendrán botes suficientes para volver a tierra firme. Los de tercera, seguirán bailando como si nada hasta que el barco se parta en dos y acaben ahogados. Mientras bailan, creen que, de ser ciertos los rumores que han oído, las ratas serán las más perjudicadas, pero no saben que hasta los roedores tienen más posibilidades de colarse en un salvavidas que ellos.

Ya no hay solución ni con más escuelas ni con la república.

Salud, feminismo, ecologismo, decrecimiento y monte.

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