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Machismo, nepotismo y conflictos de interés en la coalición de Meloni

El escándalo de la expareja de Giorgia Meloni podría responder a una guerra en la coalición de gobierno

Davide Borrelli / Emiliano Bevilacqua
Davide Borrelli / Emiliano Bevilacqua
Emiliano Bevilacqua es profesor de Sociología de la Universidad del Salento. Davide Borrelli es profesor de Sociología de la Universidad Suor Orsola Benincasa de Nápoles
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análisis

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El verano italiano ha estado marcado por una serie de feminicidios y agresiones sexuales, seguidos de la habitual profusión de propuestas represivas y estigmatización de la juventud.

Andrea Giambruno, periodista de un canal de la televisión de la familia Berlusconi y entonces pareja de la primera ministra, Giorgia Meloni, comentó el 29 de agosto el enésimo acto de violencia sexual, señalando que su víctima estaba borracha. Añadió que «si vas a bailar, tienes todo el derecho a emborracharte -no debe haber malentendidos ni tropiezos-, pero si evitas emborracharte y perder el sentido, también puedes evitar encontrarte con ciertos problemas, porque entonces encuentras al lobo».

Una frase absolutoria que, aunque inaceptable, habría pasado casi desapercibida si no fuera por los lazos familiares del periodista de Mediaset. Giambruno se justificó que había sido malinterpretado pero, a partir de ese momento, el hecho de que la entonces pareja de Giorgia Meloni discuta a diario de política en las redes de una empresa amiga del Gobierno ocupó un lugar central en el debate publico.

Aunque Giambruno no era ajeno a posturas cuestionables, esta metedura de pata fue sólo el principio de un crescendo que terminó el 20 de octubre, cuando un programa de sátira de Canale Cinque (otra red del imperio televisivo de Berlusconi), ofreció en horario de máxima audiencia una increíble salida de tono del periodista de Mediaset, vista en directo por más de tres millones de telespectadores.

En concreto, se vio a la pareja de Giorgia Meloni tocándose compulsivamente el bajo vientre mientras preguntaba a una colega si estaba soltera y lamentaba no haberla conocido antes. Después, Giambruno, bebiendo repetidamente de un vaso que parecía contener vino, alardeaba de un romance con una colega e invitaba a las presentes a unirse a él para practicar sexo a tres o cuatro bandas.

El reportaje de Canale Cinque terminó deformando maliciosamente el rostro del periodista con efectos especiales, para acercarlo al mismísimo lobo que había evocado en sus comentarios de finales de verano.

Hay que tener en cuenta que la semana anterior había aparecido una entrevista del propio Giambruno en una conocida revista de cotilleos, en la que declaraba todo su amor por Giorgia Meloni. No es de extrañar, por tanto, que el 23 de octubre la primera ministra, tras agradecer a su pareja «los maravillosos años que hemos pasado juntos», diera públicamente por terminada su relación, con estas palabras: «Mi relación con Andrea Giambruno, que ha durado casi diez años, termina aquí. Nuestros caminos se han separado hace tiempo y ha llegado el momento de tomar nota».

Y así, la atención de la opinión pública italiana se centró en un grotesco cotilleo político-familiar, dejando en un segundo plano los problemas sociales que representan una cultura de género atrasada y una violencia machista que sigue produciendo víctimas.

Los casos judiciales de políticos italianos, especialmente cuando tienen implicaciones sexuales, ejemplifican de forma excelente estos problemas. Ya en abril de 2021, el fundador del Movimiento 5 Estrellas (M5S) Beppe Grillo fue duramente criticado por desestimar las acusaciones de violación contra su hijo declarando su inocencia e invitando a los magistrados a detenerle a él en lugar de a su hijo.

Este verano, además, el segundo más alto cargo del Estado, el presidente del Senado Ignazio La Russa, imitó al exponente del M5S cuando reaccionó a una acusación similar formulada contra uno de sus hijos: se improvisó magistrado y declaró que le había interrogado duramente, afirmando estar seguro de su inocencia.

El problema de la violencia, sin embargo, parece ser el aspecto más insoportable de una difícil condición femenina. Si es cierto que los datos del Ministerio del Interior sobre feminicidios en el periodo comprendido entre el 1 de enero y el 1 de octubre de 2023 indican que hubo hasta 90 víctimas, 75 de las cuales fueron asesinadas en el seno de la familia, no es de extrañar que el diario de Confindustria, il Sole 24ORE, siga insistiendo en la conveniencia de una presencia más significativa de las mujeres en la educación y el mercado laboral. Comentando la concesión del Premio Nobel de Economía a Claudia Goldin, experta en desigualdad de género, el diario de los industriales lamentaba el fracaso de Italia en su modernización, que se desprende del último informe del Instituto Italiano de Estadística (ISTAT), según el cual la educación y el empleo de los italianos siguen estando por detrás de las realidades europeas más virtuosas.

El affaire Giambruno siguió acaparando la atención del país hasta el punto de que sus implicaciones políticas no prevalecieron. Todo esto puede parecer discutible, pero lo cierto es que no faltan pistas que, empujándonos a ir más allá del mero cotilleo, convierten el caso en ilustrativo de algunos rasgos básicos del escenario italiano.

Un aspecto del asunto pone en primer plano la aptitud italiana para la recomendación, ya que muchos sospechan que el papel de Andrea Giambruno en Mediaset adquiere cada vez más relevancia en paralelo a la creciente influencia del partido fundado por Giorgia Meloni, Fratelli d’Italia (FdI).

Dos periódicos, Il Fatto Quotidiano y La Repubblica, han llamado la atención sobre cierto nepotismo a la hora de dirigir el partido que actualmente gobierna Italia junto a la Lega per Salvini Premier y Forza Italia. Estos dos diarios han estigmatizado el hecho de que Francesco Lollobrigida, cuñado de Meloni, ejerza una influencia política que va más allá del ya cuestionado cargo de ministro de Agricultura, explicándolo en base a los lazos familiares con la primera ministra.

Por otra parte, la esposa de Lollobrigida, Arianna Meloni, se ha convertido recientemente en la Coordinadora Nacional del Secretariado del partido de la primera ministra, un papel muy importante en un partido que todavía parece asignar cierta importancia a la maquinaria organizativa de la militancia y las secciones de base. Tanto Francesco Lollobrigida como Arianna Meloni proceden del Fronte della Gioventù, la organización juvenil del histórico partido neofascista italiano Movimento Sociale Italiano, y ambos siguieron a la actual jefa de Gobierno cuando en el 2012 fundó su partido.

Son los casos más clamorosos de una tendencia de nepotismo que agita a los periodistas de la oposición, acostumbrados a cultivar un público progresista que ha crecido políticamente con las denuncias del clientelismo localista democristiano, así como con el nepotismo caricaturesco del italiano por excelencia, Silvio Berlusconi. Y no es de extrañar que la carrera de Giambruno, de repente en el punto de mira por sus declaraciones y su comportamiento, haya vuelto a plantear la vieja cuestión de las recomendaciones y el mal ejemplo que da la clase política nacional.

El cronista Sigfrido Ranucci, director de un semanario televisivo de investigación militante de RaiTre, mostró al público otra de las implicaciones políticas que se esconden tras el caricaturesco asunto de Giambruno. En su opinión, la emisión en Canale Cinque del vídeo que muestra el mal comportamiento de la entonces pareja de Giorgia Meloni no es casual, sino que forma parte de un enfrentamiento interno en la coalición de gobierno, concretamente entre Fratelli d’Italia y Forza Italia, el movimiento político huérfano de Silvio Berlusconi.

De hecho, en el último Consejo de Ministros antes del receso de agosto, el Gobierno había anunciado un impuesto del 40% sobre los «beneficios extra» recaudados por los bancos en 2023 como consecuencia de la subida de los tipos de interés provocada por las políticas restrictivas del BCE.

La propia Giorgia Meloni había calificado esta medida de «de derechas» porque, en coherencia con los ataques verbales a la «Europa de los bancos» que la unen con la derecha española de Vox, detraía recursos de las finanzas para destinarlos a las familias de los prestatarios y a la reducción de impuestos.

Aunque el gobierno acaba de definir una Ley de Presupuestos bastante restrictiva, esta medida fue anulada en la reanudación de septiembre, protegiendo los beneficios de los bancos y orientándolos a la consolidación de sus activos. La tesis de Ranucci es que la oposición de la Asociación Bancaria Italiana (ABI), de Confindustria y, sobre todo, de la hija de Silvio, Marina Berlusconi, no sólo ha llevado al Gobierno a dar marcha atrás precipitadamente, sino que ha minado profundamente la confianza de la familia Berlusconi en Giorgia Meloni.

La familia Berlusconi posee más del 30% del accionariado de Banca Mediolanum y se habría visto fuertemente afectada por el impuesto sobre los beneficios extraordinarios. Por lo tanto, la revelación del off-airing de la pareja de Meloni sería el resultado de un fuego amigo, o más bien de una guerra de desgaste dirigida contra el premier por círculos próximos a Forza Italia.

La discreción de Marina siempre ha sido proverbial y el hecho de que, a mediados de septiembre, se pronunciara públicamente en contra del impuesto sobre los beneficios extraordinarios impresionó a la opinión pública. Marina afirmaba que esta medida no respetaría el libre mercado por ser demagógica y de dudosa constitucionalidad. Aunque el resultado de este brusco retroceso demostró una vez más la facilidad con la que el partido de la primera ministra olvida su retórica antiglobalización cuando se trata de proteger intereses amigos o de promocionar familiarmente a sus propios parientes, resulta sorprendente que se pueda plantear la hipótesis, como hizo Ranucci, por la que la ruptura de la relación entre Giorgia Meloni y su pareja no sería más que el efecto secundario de un conflicto interno en el seno de la mayoría gubernamental.

En este caso, Italia se encontraría simplemente ante un episodio más de un viejo problema, el del conflicto de intereses de la familia Berlusoni. Cuando el mundo conoció las dimensiones italianas de este conflicto en 1993, Silvio Berlusconi se convirtió en político, permaneciendo esencialmente como propietario de su enorme imperio empresarial y añadiendo una fuerza política que rondaba el 25% del consenso ciudadano. Aunque hoy Forza Italia es un pequeño partido de centro moderado con una aceptación electoral de poco más del 5%, la acusación de actuar como un partido político al servicio de intereses privados sigue de actualidad.

Sería poco generoso atribuir a Andrea Giambruno un papel central en los acontecimientos italianos de las últimas semanas. Lo más probable es que su asunto no sea más que la ejemplificación caricaturesca de una costumbre política y un contexto cultural de larga duración en los que el gobierno de Meloni hunde sus raíces y de los que no parece dispuesto a distanciarse.

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