Más medidas frente al machismo feminicida

La desbocada oleada de asesinatos de mujeres por sus parejas o conocidos demuestra que las medidas adoptadas en los últimos años no son suficientes para atajar esta masacre, que exige destinar más medios y efectivos para que el sistema VioGén sea más eficiente en la protección de las mujeres agredidas y amenazadas. Que reclama reformas legales para que los agresores denunciados sean monitorizados de manera más eficaz, y que se discrimine a los recalcitrantes con un mayor castigo y se les revoque la patria potestad de sus hijos. Que demanda, también, la implicación de toda la sociedad con campañas sistemáticas de sensibilización social y fomento de la igualdad, ante un problema que nos afecta a todos: la violencia nos degrada como personas y colectivo.

Datos que demuestran la insuficiencia de las políticas implantadas para favorecer la igualdad, porque atienden más a la superestructura —igualdad de cargos y representación de la mujer en entidades públicas y privadas—, pero se olvidan de la base donde pervive y se propaga el machismo. En otros términos, que la labor educativa y divulgativa de la igualdad en derechos debe ser prolongada y persistente, para acabar con las mentes cerriles que ven a la mujer como un objeto a su servicio. Asesinatos que deben hacernos reflexionar como sociedad, sobre qué cortocircuita la mente de una persona que la lleva a despojarse del traje humano, para convertirse en un ser abyecto sin miedo ni remordimiento alguno, a la hora de asfixiar psicológicamente, anular, golpear o asesinar a su compañera a la que dicen amar, o a sus hijos, para satisfacer sus más bajos instintos de dominio de un ser que consideran inferior.

A la luz de hechos tan macabros resulta evidente que sigue latente en un número indeterminado de hombres — e incluso crece entre los adolescentes y jóvenes—, la idea de que la mujer viene al mundo para servir al hombre en todos sus deseos. Pensamiento fomentado por la iglesia católica y la dictadura —por no remontarnos más en la historia— que ve aceptable sojuzgar a las mujeres e incluso vejarlas o maltratarlas hasta la muerte, cuando no hacen lo que el hombre quiere. Poso cultural del que venimos, que pervive en la mente de muchos hombres, que se sienten perdidos, sin lugar en el mundo, una vez que la mujer ha visto reconocidos sus derechos sociales en pie de igualdad con el hombre, tras muchas décadas de brega contra el patriarcado como modelo de orden familiar y social. Un cambio rol que las mentes masculinas más rancias siguen sin aceptar, en su visión de la mujer como el chivo expiatorio de todos los males que les acontecen, ante su incapacidad para dar un sentido a su vida o conseguir lo que quieren.

Concepción diabólica que se sigue manifestando en miles de pequeños actos cotidianos que pasan inadvertidos, micro machismos, que funcionan como un lastre cultural que perpetúa la desigualdad que vemos de continuo; por ejemplo, en la publicidad que convierte el cuerpo femenino en un objeto de placer o en discursos que niegan el feminicidio sin recibir ninguna sanción social, que deberían estar reglamentados punitivamente, acompañados de una pedagogía constante y permanente en la base del problema, la educación que reciben los adolescentes y los jóvenes que libere la mente de apriorismos de moralidad tridentina mediante una educación sexual y para la convivencia en pie de igualdad.