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Perú, 31 mayo: 50O años de desastre

Jorge Zavaleta Alegre (Lima)
Jorge Zavaleta Alegre (Lima)
Corresponsal en Latinoamérica
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análisis

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Ha trascurrido exactamente un año de aquel fatídico y monstruoso día, en el que en multánime parvada, más de 15 mil almas volaron a la eternidad, dejando a su ciudad amada convertida en una inmensa playa gris, que hoy está poblada de cruces, como si miles de cirios ardieron las 24 horas del día, dando la impresión a un gigantesco velatorio que tiene por bóveda al azul del firmamento, por paredes  los inmensos macizos del Ande cordillerano en el Callejón de Huaylas y por fondo enlutado de dolor, al Cristo levantado en aquella cúpula del cementerio antiguo de nuestro hermoso pedazo que  fue de la Patria peruana, la «YUNGAY HERMOSURA», expresó el escritor peruano, Isaías Zavaleta Figueroa, un año  después de uno de los terremotos más intensos que sufrió América Latina,  el fatídico 31 de Mayo 1970.

Faximil del discurso. 
Perú  D-500 años de Historia. Buscando un mundo diferente.

Escritor Isaías Zavaleta Figueroa, Caraz, 1917-Trujillo 2016.

El domingo 31 de Mayo de 1970, se produjo en el Perú el mayor “desastre natural” del hemisferio occidental. Setenta mil habitantes murieron y 140 mil fueron heridos por un violento terremoto y aluviones subsiguientes. Medio millón de personas quedaron damnificadas. Y esta tragedia no es un simple fenómeno natural, sino la suma de una serie de factores concurrentes en el desequilibrio geográfico  y social, como en el 2020 con el coronavirus, que afecta y  afectará más a los  desposeídos de recursos para vivir.

 El futuro, después de esta etapa crítica, dependerá de cómo  se reconstruye nuestra tierra, para el  retorno de sus hijos, empezando con el intenso apoyo  a la industria  cultural. Más bibliotecas, más museos, más grupos musicales, propuestas cinematográficas, junto al mejor  manejo  de sus lagunas, nevados, tierras agrícolas. Una movilización por el desarrollo de la aldea, conectada al mundo.

Esta es una  síntesis de la serie de investigaciones en el Centro de investigaciones de sismología de la Universidad Nacional de Ingeniería y la consulta a Anthony Oliver-Smith, antropólogo de la universidad de la Florida, de la Red de estudios sociales de prevención de desastre en América Latina. Oliver – Smith retoma tan terrible conmoción y argumenta que tales pérdidas humanas y materiales se debieron a la enorme vulnerabilidad de la zona, particularmente del Callejón de Huaylas.

Pero todo ello se debe a casi quinientos años de desestructuración de la sociedad andina, como efecto de la conquista, y a los nuevos patrones de asentamiento impuestos por la Colonia y la República.

Hace unas dos décadas que surgió una perspectiva en las ciencias sociales para estudiar desastres: se les consideró “eventos extremos”. De esa manera se empezó a interpretar los desastres no tanto como el resultado de extremos geofísicos (tormentas, terremotos, avalanchas, sequías, etc.), sino como funciones de un proceso social en marcha, su estructura de relaciones humanas y el marco más extenso de los procesos históricos que han dado forma a dichos fenómenos (Hewitt, 1983: 25).

Aunque tradicionalmente se ha prestado atención al contexto social de la amenaza y el impacto de los desastres, la nueva perspectiva establece una relación entre los riesgos naturales y el contexto socio-económico de los mismos, cuestionando seriamente toda las relaciones–ambientales en las que los desastres son considerados como lamentables accidentes que ocurren en la vida cotidiana “normal”.

La nueva perspectiva afirma que los desastres no ocurren simplemente sino que son causados. La alta correlación entre la propensión hacia el desastre, la desnutrición crónica, los bajos ingresos y el hambre, ha llevado a muchos investigadores a la conclusión que la causa principal de los desastres se debe a la falta de equidad entre los países pobres y los países ricos.

Es más, que muchos fenómenos naturales no llegarían a ser desastres o en todo caso ocasionarían menores daños, si no fuese por las condiciones “normales” que caracterizan al subdesarrollo en el que la población se ha visto obligada a vivir,  intentando adaptarse a las condiciones sociales y económicas y los contextos que se encuentran fuera de su control.

 Dentro de este contexto, la clasificación del terremoto de 1976 en Guatemala es como un “terremoto de clases” o del desastre peruano de 1970 como “el terremoto de 400 años”, lamentablemente son evaluaciones precisas sobre un desastre “natural”.

El comentario que hizo la Primera Dama de los Estados Unidos al presenciar la devastación ocasionada por el terremoto de 1970 en el Perú, en el sentido que su país  ayudaría a las víctimas hasta que “todo se vuelva color de rosa otra vez”, es un ejemplo de la creencia que el desastre fue un “evento extremo” y que el retorno a la normalidad solucionaría todos los problemas.

Casi no se reconoce que el histórico subdesarrollo de la región se muestra en el Desastres y Sociedad del Perú, 31 de mayo, 1970: Quinientos años de desastre.

El terremoto que ocurrió el 31 de mayo de 1970 (con una intensidad de 7.7 en la escala de Richter pudo ser severa en cualquier contexto humano. En el Perú resultó ser el peor desastre “natural” en la historia del hemisferio occidental.

 En cierto sentido, el terremoto que devastó la costa central del norte del país y sus zonas andinas, podría ser visto como un evento que empezó hace 500 años con la conquista y colonización del Perú y su consecuente inserción como colonia al sistema económico del mundo en desarrollo. En general, las bases naturales de esta precaria condición reposan en dos dimensiones: climatología y geología.

Los Andes centrales se elevan abruptamente desde la angosta faja de desierto costero, y descienden en forma gradual a la zona del Amazonas en el oriente. La posición de las cordilleras de los Andes es el factor clave para la distribución y estacionalidad de la precipitación pluvial. La cuenca del Amazonas tiene una precipitación orográfica todo el año, mientras que en el desierto de la costa casi no llueve, salvo cuando ocurren cambios de temperatura ocasionados por la corriente del niño.

Los Andes peruanos han sufrido aproximadamente 50 terremotos fuertes (superando los 7.0 grados en la escala de Richter) y una infinidad de temblores desde que se empezó a registrarlos (Gieseke y Silgado, 1981: 65-67).

LOS  10 TERREMOTOS MAS MORTIFEROS

Los 10 terremotos más potentes y mortíferos de la historia en América Latina, según BBC Mundo son:
1. Valdivia, en Chile, 22 de mayo de 1960: magnitud de 9,5
2. Arica, en norte de Chile, 13 de agosto de 1868: magnitud de 9. El epicentro frente a las costas de Tacna.
3. Chile, 27 de febrero de 2010: magnitud de 8,8. La presidenta de Chile, Michelle Bachelet, declaró estado de excepción constitucional de catástrofe para ciudades como Concepción, en la región del Biobío.
4. Ecuador, 31 de enero de 1906: magnitud de 8,8. Epicentro en el Pacífico y frente a la frontera de Ecuador y Colombia.
5. Chile, en Valparaíso, 8 de julio de 1730: magnitud de 8,7.

Los terremotos más mortíferos:
1. Haití, 12 de enero de 2010: 316.000 víctimas mortales y más de 1,5 millones de personas sin hogar, según dio a conocer el gobierno un año después. Miles de edificios se hundieron, incluidos el Palacio de Gobierno o la sede de Naciones Unidas. La falta de recursos, la precariedad de las construcciones, las aglomeraciones urbanas y la debilidad del Estado contribuyeron a hacer de esta una de las catástrofes humanas más graves de la historia.

2. Perú, 31 de mayo de 1970: más de 66.000 muertos. El terremoto más destructivo de la historia de Perú se registró en los Andes. El temblor, de 45 segundos y magnitud 7,8, destruyó la ciudad de Huaraz (que perdió la mitad de su población) y provocó un desprendimiento de tierra que enterró y borró del mapa la ciudad de Yungay, en el departamento de Áncash.

 3. Chile, en ciudad de Chillán, 25 de enero de 1939: más de 24.000 muertos.

4. Guatemala, 4 de febrero de 1976: 23.000 muertos. Ya afectado por la pobreza y el conflicto armado interno, el país vio cómo 250.000 casas fueron destruidas y más de un millón de personas se quedó sin hogar. Desaparecieron ciudades asentadas sobre la falla activada como Chimaltenango o Guastatoyano.

5. Nicaragua, en Managua, 23 de diciembre de 1972: más de 10.000 muertos.

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