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Puigdemont claudica, acata la Constitución y renuncia a la vía unilateral

Aunque las derechas quieran retratar el acuerdo como una rendición del presidente del Gobierno, Junts pierde más que el PSOE en la batalla por la negociación de Bruselas

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análisis

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¿Quién gana con el histórico acuerdo cerrado hoy entre PSOE y Junts? Tal como suele ocurrir en una compleja negociación, hay que ir a la letra pequeña y analizar con lupa para saber qué ganan unos y otros y a qué renuncian.

Pedro Sánchez sabía que la piedra clave del acuerdo estaba en la amnistía. Esa era la idea central con la que envió a Santos Cerdán a Bruselas. La pieza grande, la gran presa de esta cacería que daba la investidura estaba en el perdón generalizado a los líderes soberanistas y ciudadanos afectados por procesos judiciales a raíz del 1-O. Sánchez era consciente de que, cediendo y concediendo la medida de gracia, el antisistema Puigdemont dispuesto a reventar el Estado lo tendría mucho más difícil para no firmar el documento. Y así ha sido. De modo que la batalla perdida de antemano se convertiría, de alguna manera, en una victoria a futuro. Porque a partir de ahí, los socialistas tendrían la sartén por el mango.

Sorteada la cuestión de la amnistía (de la que no se beneficiarán el abogado del expresident de la Generalitat ni su gente de confianza afectada por casos de corrupción, un logro que anotar en la hoja de servicios de Santos Cerdán), ambas partes pasaron a la siguiente pantalla, que era el as de bastos de la espinosa cuestión: el referéndum de autodeterminación. Y ahí, los puigdemontistas pierden claramente. Es cierto que el líder separatista logra colocar una cláusula en la que asegura que “en el ámbito del reconocimiento nacional, Junts propondrá la celebración de un referéndum de autodeterminación sobre el futuro político de Cataluña amparado en el artículo 92 de la Constitución”. Pero esta redacción supone, de facto, una claudicación del dirigente soberanista, que acepta la renuncia a la vía unilateral como medio para conseguir la República catalana y se somete al dictado de la Carta Magna, un rendimiento que desde el mundo indepe ya le están afeando, con crudeza, al hombre de Waterloo. No habían pasado ni cinco minutos desde la firma del acuerdo y las redes sociales ya se habían llenado de mensajes amenazantes contra Puigdemont, que va camino de convertirse en el nuevo botifler (traidor) de los catalanes más radicales. Que Junts se baje del monte y abandone el unilateralismo supone un punto de inflexión determinante, ya que hasta ahora los soberanistas posconvergentes se habían mantenido inflexibles en su insumisión contra el Estado español y su marco jurídico vigente. Lo que ha firmado hoy Puigdemont es, de alguna manera, un armisticio, una rendición, una renuncia al ho tornarem a fer (lo volveremos a hacer), más todavía teniendo en cuenta que en el párrafo siguiente el PSOE logra incluir un epígrafe en el que recuerda que defenderá un amplio desarrollo del Estatut de 2006, así como “el pleno despliegue y el respeto a las instituciones del autogobierno y a la singularidad institucional, cultural y lingüística de Cataluña”. Junts abandona su trinchera mientras que los socialistas no se salen ni un milímetro de la suya, o sea del carril de la Constitución. La prueba palpable de esto es el cabreo monumental de la CUP, que hoy mismo se ha opuesto frontalmente al acuerdo exigiendo que se active de inmediato la DUI. Juzguen ustedes mismos.

Pasados los escollos más difíciles, lo mollar como es la amnistía y el referéndum, se pasó a lo secundario: el modelo de financiación de la comunidad autónoma. Puigdemont pide que se “facilite la cesión del cien por cien de todos los tributos que se pagan en Cataluña”, algo que queda en el aire, en el limbo, ya que tampoco sale nada en claro ni concreto. Por pedir, Puigdemont puede pedir que Barcelona sea la capital de España, pero de ahí a que lo consiga hay un abismo. Así que, una vez más, el exhonorable president ha firmado un sueño etéreo.

Algo que sí ha conseguido Junts es una serie de comisiones de investigación para saber si hubo lawfare, guerra sucia o judicialización de la política en la persecución de quienes organizaron el procés, pero eso a Sánchez, ya investido presidente, le dará bastante igual. Por otra parte, que el líder soberanista haya arrancado un compromiso del PSOE de que promoverá la participación directa de Cataluña en las instituciones europeas y demás organismos y entidades internacionales tampoco es avanzar demasiado. Una vez aceptado el catalán en Bruselas poco rédito es ese, más allá de que se puedan abrir unas cuantas oficinas de la Generalitat en Nueva York con la cuatribarrada colgando en la fachada. La conclusión que se puede extraer del acuerdo no puede ser otra que Puigdemont se ha tenido que comer más que su interlocutor, es decir, ha tenido que ceder más que la otra parte, lo cual era hasta cierto punto lo lógico, ya que como prófugo de la Justicia y con un partido en franca decadencia en las urnas (Junts ha perdido votos y relevancia política en las últimas citas electorales) no le quedaba otra que firmar una rendición honrosa. Saca una amnistía, que no es poco, un mediador internacional para supervisar el cumplimiento de los acuerdos y una promesa volátil de mejorar las cuentas de Cataluña. Pero aquí el trilero de verdad (que no el traidor) ha sido, una vez más, Pedro Sánchez, que sale airoso y revalida el cargo. Dentro de un año, él seguirá en la Moncloa y nadie se acordará de la matraca del procés.

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