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Rompamos de una vez con los jeques y sus petrodólares

El petróleo se acaba mientras Europa avanza en el empleo de energías renovables

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análisis

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El petróleo vuelve a estar por las nubes. Cada vez que Rusia y Arabia Saudí se encuentran en apuros económicos cierran el grifo de la producción, disparan el barril de Brent y a forrarse. Es la forma que ambas dictaduras tienen de vengarse de Occidente. Putin lo hace por puro odio a Europa y Estados Unidos y por simple estrategia en su guerra contra la OTAN. El régimen teocrático y fundamentalista de Riad nos aprieta las clavijas sencillamente porque los orgullosos jeques árabes disfrutan desquitándose tras siglos de colonización del hombre blanco. Ahora le han cogido el gustillo a robarnos las estrellas del fútbol para exhibirlas como trofeos de caza en su Liga del desierto. Ellos, que no saben lo que es un gol y solo disfrutan de las carreras de camellos. Así vamos.

Estamos en manos de desalmados, lo cual debe llevarnos necesariamente a plantearnos una cuestión: ¿hasta cuándo vamos a tolerar que una panda de sátrapas y dictadores nos tenga agarrados por donde más nos duele? ¿Por qué tenemos que pasar por el aro de unas oligarquías corruptas que no respetan los derechos humanos? En apenas unas décadas, cuando ya se haya consumado la gran revolución verde, el crudo no valdrá nada. Algunos expertos, los más optimistas, incluso predicen que el mundo ha entrado en la última etapa de los combustibles fósiles, o sea en el principio del fin de una era, de modo que el petróleo, el gas natural y el carbón serán cosa del pasado antes de 2030.

Las energías renovables están conociendo un desarrollo impensable hace solo unos años. Cada vez se venden más coches eléctricos, el hidrógeno es una panacea hecha realidad y el consumidor empieza a tomar conciencia de que una placa solar bien instalada en el tejado de su casa resulta mucho más rentable y económica que dejarse robar cada mes por la compañía energética de turno. Por mucho que algunos nostálgicos del pasado quieran retornar a la medieval quema de carbón, la “transición energética” ya no es una utopía, sino una realidad que avanza vertiginosamente.

Lo tenemos todo para ir soltando amarras de unos regímenes autoritarios árabes que no solo corroen nuestras frágiles economías (ahí está el reciente asalto a Telefónica por parte de un poderoso fondo saudí, una colonización financiera en toda regla), sino que emponzoñan nuestras sociedades con su obscena mezcla de religión y lujo, con sus ideologías políticas pseudofascistas que humillan a la mujer, a las minorías sexuales y al migrante pakistaní y con su delirante retorno al nuevo Al-Andalus, solo que con teléfono móvil, antena parabólica y yate de 145 metros de eslora en lugar de la Alhambra. Todo ello por no hablar de las íntimas conexiones de los petrodólares con los paraísos fiscales, el terrorismo yihadista, el tráfico de armas a gran escala y el narcotráfico.

Si queremos construir sociedades más limpias, sostenibles, justas y democráticas tenemos que empezar a romper ya con el jeque árabe de maletín sospechoso y gafas oscuras de honrado mafioso. Debe acabarse lo de poner el punto de amarre en Puerto Banús, la alfombra roja y la jaima polígama en Marbella a todos esos clanes que exportan la fe del nuevo dios, que no es Alá, sino el dios negro del petróleo. Debemos terminar ya, en fin, con tantas crisis energéticas globales como nos caen como plagas nilóticas, unos cataclismos provocados a capricho cada vez que a estos tipos, beduinos de la estafa, les duele la úlcera o la hernia de hiato porque han perdido unos decimales en Wall Street.

En el año 2021 casi el 21 por ciento del consumo bruto final de energía en España salió de las renovables. A poco que nos lo propongamos, en unos cuantos años podremos duplicar ese porcentaje y empezar a soñar con ser energéticamente independientes. Europa va por el mismo camino. Entonces los ladrones de Alí Babá empezarán a perder el monopolio y tendrán que pensar en cómo engañar a otros pobres incautos. Los países africanos y asiáticos, que están tratando de salir del subdesarrollismo dando el gran salto adelante, tienen todas las papeletas para ser los nuevos primos, las nuevas víctimas. A ellos les caerá, sin duda, la maldición del golfo del Pérsico y también el humo negro con el que Putin gasea a los pueblos y la paz mundial.

Después de la Revolución Industrial, el petróleo ha sido el gran combustible de la historia contemporánea, del capitalismo, de la globalización. Ahora que el planeta agoniza tras siglos de emisiones contaminantes, el preciado crudo se acaba también. Desde los primeros magnates tejanos (véase Pozos de ambición, el peliculón de Paul Thomas Anderson), hasta el ascenso al poder de las grandes dinastías de Washington y la colonización del Tercer Mundo, pasando por el conflicto árabe-israelí, Vietnam, el terrorismo yihadista financiado por los saudíes, el 11S, la peste de los Bush, la guerra de Irak, los diferentes cracks financieros y otras calamidades, todo se explica por la fiebre del oro negro que ha vuelto loca a media humanidad. Acabemos ya con la maldición. Mandemos a paseo a los jeques árabes de los que dependemos como perros atados por sus amos; saquémoslos de la cueva del Íbex y devolvámoslos a sus mansiones de arcos de herradura con hermosos estanques alicatados de piedras preciosas, flamencos y esclavas con velo. Derroquemos de una vez por todas a las satrapías del fundamentalismo petrolífero, al nefasto imperialismo de los petrodólares. Vayamos a por todas con las renovables, manantiales de vida, de oxígeno puro y de auténtica democracia. Cuando consigamos la ansiada libertad, la liberación total de la dictadura petrolera, los jeques habrán caído en desgracia, al fin, y tendrán que volver al zoco para vender lo de siempre: sabrosas especias, jarrones damasquinados y alfombras voladoras.   

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