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Tanto tiempo diciendo “furbo” y ahora resulta que se dice “fúmbol”

Manuel F. García
Manuel F. García
Manuel F. García es activista sociocultural. Colabora como voluntario en varias asociaciones de actividades sociales, culturales y deportivas adaptadas a personas con diversidad funcional. Ha participado en proyectos educativos como alfabetización de adultos, formación profesional y ocupacional.
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análisis

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El mundial de fútbol de este año, sin duda alguna ha resultado excepcional, pero no por su vertiente deportiva, sino por la anormalidad que ha supuesto el lugar donde se ha celebrado (lo cual no es un buen indicativo de los valores que debería representar el campeonato del mundo en particular y el fútbol en general). Ha sido el primer mundial de la historia que se ha celebrado en un país no democrático, donde se siguen violando los derechos humanos y donde, además, la religión forma parte de la ley vigente (la denominada sharia).

Dos recuerdos que guardaré de este evento “deportivo”, sin duda alguna será, en primer lugar, la noticia que se relacionó con su jornada inaugural. Como no veo televisión en mi casa, me sorprendió, en el restaurante donde invité a comer a mi padre, las noticias  sobre las sorpresas que se encontraron los asistentes occidentales, muchos de los cuales supieron por primera vez en su vida lo que es el choque de culturas cuando vas a un país de riguroso integrismo religioso como es Catar.

Según relataban por el plasma, de repente los confiados peregrinos que acudían a la llamada cuatrienal de la meca del fútbol, se encontraban que, nada más aterrizar en el país tenían prohibido beber alcohol (el gobierno catarí se echó atrás en su intención inicial de permitir el consumo de alcohol en las inmediaciones de los estadios, salvo cerveza únicamente, y solo en los hoteles de lujo y el Fan Festival.

Otro de los impactos culturales que experimentaron los fieles del balón fue la imposibilidad de exhibir ningún símbolo reivindicativo de los derechos LGTBI, tal como describía muy bien el artículo de José Antequera del  martes 22, “La homofobia de los jeques, el brazalete LGTBI y el ridículo de Rubiales en Catar”, a colación de la prohibición de la FIFA de un acto de protesta contra el régimen homófobo y machista catarí.

A mí lo que me sorprendió es que se sorprendieran los participantes y jugadores; ¿todos se fueron allí sin saber nada sobre qué tipo de régimen imperaba en Catar? La gente que tenía que hacer colas enormes para poder tomar una cerveza, ¿no sabía que en Catar hay una ley seca, y que es un régimen feudal donde se reprimen severamente los derechos y libertades de las mujeres y los homosexuales?

El periodista César Vidal, en su programa “Las noticias del día” del 21 de noviembre denunciaba la hipocresía de los medios y personalidades relevantes cuando tiempo atrás se organizó una campaña contra la obligación del velo en Irán, mientras que nada se decía contra la obligación del velo en Catar (incluso más estricta que en Irán); destacaba además, que se boicotearan los juegos de invierno en Rusia con la excusa de que el matrimonio homosexual no está permitido en ese país, mientras nadie dijo nada sobre las penas de prisión que se aplican a la práctica de la homosexualidad en Catar (en Rusia no es delito en modo alguno la homosexualidad, y hay artistas homosexuales que trabajan libremente y sin ser atacados en modo alguno por su condición); en España la ley del “sólo sí es sí” de hecho puede beneficiar a los violadores incluso con efecto retroactivo, mientras que en Catar el testimonio de una mujer tiene la mitad de valor jurídico que el de un hombre, y una mujer tiene sólo derecho a la mitad de herencia que un hombre.

Una mujer en Catar no puede ni siquiera buscar empleo sin una autorización masculina, tal como recordaba Antequera en su artículo, en el que, además explicaba: “Mientras el bravo pueblo iraní se juega la vida contra el fanatismo y reduce a cenizas la casa del ayatolá Jomeini (ideólogo del fundamentalismo), mientras una conocida periodista es arrestada por la Policía de la Moral del régimen de Teherán por cortarse el pelo y sumarse a la campaña por los derechos de la mujer, produce pena, consternación y asco que nuestros dirigentes futboleros compadreen con el autoritarismo teológico y no estén sabiendo estar a la altura de las graves circunstancias históricas que vive la humanidad”. Se puede decir más alto, pero no más claro.

El segundo recuerdo que me quedará de este mundial, aparte del fiasco de la Selección Española (que no me quita el sueño), será la repugnante y odiosa campaña de bulos contra la población marroquí en España, acusándola de tumultos y altercados tras la victoria de su equipo, con un partido (no de fútbol, sino político) alimentando la desinformación.

Reconozco que el fútbol no me ha despertado nunca pasiones como deporte; tal vez porque sólo me gustan los deportes que he podido practicar (submarinismo y algunas artes marciales en mis tiempos de mayor agilidad y equilibrio). Lo que me echa para atrás del fútbol es el ámbito mega comercial, el caldo de cultivo especulativo, ultra político y alienante que rodea a ese fenómeno cultural; el hecho de que los palcos presidenciales de los grandes clubes sean como las cacerías de Franco, donde se cerraban tratos empresariales en lugar de hacerse en despachos con luz y taquígrafos.

Y conste que yo he seguido con admiración la etapa de Messi en el Barça, he tenido un carnet de peñista y he compartido muchos partidos –y alguno en el estadio- con viejos amigos míos de gran nivel intelectual y talante progresista. Pero está ese poder espectacular que tiene de distracción, de procrastinación que veo que ejerce  alrededor mío; esa liturgia mediática tan bien programada cada temporada, de ligas, copas y campeonatos nacionales, continentales y mundiales, movilizando miles y miles de millones (y no; no hablo de aficionados).

Tal vez sea porque de pequeño jamás vi a mi padre ir ni un solo domingo al bar a ver el partido. Y no lo vi porque el recuerdo que tengo de la mayoría de fines de semana de mi infancia era la ausencia de mi padre en mi vida, porque trabajaba de lunes a domingo, sin distraerse de su dedicación por el futuro de sus hijos.

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