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“Todo está orientado a que no pensemos, a que no imaginemos y a que no soñemos”

El juez y escritor José María Asencio se adentra en la ficción con la novela ‘En busca de la irrealidad’, una subyugante inmersión en el onírico paisaje interior de un joven autor en busca de identidad propia

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análisis

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Nacido en Alicante, José María Asencio Gallego ingresó en la carrera judicial en 2013. Tras varios años ejerciendo como juez en varias ciudades españolas, actualmente es jefe del Área de Relaciones Externas e Institucionales de la Escuela Judicial, además de consultor internacional y autor de artículos jurídicos. Su pasión por la literatura le ha llevado a presentar una primera novela, En busca de la irrealidad, de difícil acomodo en un género literario concreto y en la que da sobradas muestras de una madurez literaria asombrosa y elogiable. Su protagonista, Manuel, es un joven escritor que vaga sin rumbo por el Raval barcelonés al encuentro de amigos y desconocidos con los que entabla una relación que fluctúa misteriosamente entre la realidad y el sueño, y que lo llevan a reflexionar sobre el sentido último de la existencia.

Juez, articulista en medios de comunicación, novelista… ¿Dónde están los límites de José María Asencio?

El mero hecho de pensar en la existencia de límites ya supone un límite. Yo simplemente hago aquello que deseo hacer. Y trato de hacerlo siempre con pasión, pues sólo las cosas hechas así están bien hechas. Esto, tal vez, sea lo que falta hoy en día. La pasión, que antes guiaba las plumas, los pinceles, las cámaras o la vida misma, ha sido sustituida en muchos casos por la terrible idea de la mercantilización, tanto de la persona como del arte, ambos concebidos como un negocio, como un producto consumible. Y claro, esto lleva a la producción en cadena, que es incompatible con el auténtico proceso creativo. Si usted quiere escribir, escriba. Si quiere pintar, pinte. Puede hacer cualquier cosa. Pero eso sí, hágalo con pasión. Como si, en el momento de hacerlo, no existiese nada más que el papel o el lienzo.

¿La Justicia como vocación y la narrativa como afición, o todo es mucho más complicado que esta directa simplificación?

Todo es más complicado que una simple frase. Digamos que son dos caras de una misma moneda, de mi moneda. Además, no olvidemos que un juez escribe todos los días. Y una sentencia, si está bien redactada, puede ser un documento de gran calidad literaria.

El título del libro es toda una declaración de intenciones de toda la novela y de su protagonista, Manuel, un joven escritor residente en el Raval barcelonés. ¿De dónde surge ese ansia por hallar la irrealidad?

En su última película, Fue la mano de Dios, Sorrentino puso en boca de Fellini lo que considero es determinante para comprender el título de la novela en toda su esencia. El cine, decía Fellini, no sirve para nada, simplemente te distrae de la realidad porque la realidad es decadente. Hoy en día hay demasiada realidad. Vivimos inmersos en una realidad muy peligrosa en la medida en que todo está orientado a que no pensemos, a que no imaginemos y a que no soñemos. Cada vez se lee menos. Los juegos infantiles rara vez consisten en fantasear. Y esto es desastroso para la sociedad porque la imaginación es el motor del pensamiento y de la evolución. Todas las utopías han sido producto de este proceso imaginativo, algunas de un simple sueño. Si nos privan (o nos privamos) de él, estaremos perdidos. Nos conformaremos con la vida. De ahí surge el ansia por hablar de la irrealidad.

“La pasión, que antes guiaba las plumas, los pinceles, las cámaras o la vida misma, ha sido sustituida en muchos casos por la terrible idea de la mercantilización”

Primorosamente escrita y con un ritmo cadente que va envolviendo y atrapando al lector poco a poco, ¡cualquiera diría que es la ópera prima de un novelista en ciernes! ¿La fue macerando poco a poco o surgió de forma espontánea en su proceso creativo?

Desde hace ya varios años siempre viajo con una libreta y una pluma. Son pequeñas, de modo que caben en cualquier bolsillo. Y lo hago porque siento la necesidad de plasmar sobre el papel las reflexiones que, en el momento más inesperado, me van asaltando. Tal vez sea la consecuencia lógica del proceso de observación, pues digamos que prácticamente todo me resulta digno de observar. Ningún detalle me parece intrascendente. Ninguna imagen carece de importancia. Así es como ha surgido esta novela. Con el paso del tiempo me encontré con decenas de vivencias y reflexiones que, víctimas de mi necesidad de escribir, habían quedado recluidas en folios muchas veces mal garabateados. Tenía que ofrecerles una salida. Y, aunque al principio no sabía cómo, un día tuve un sueño, que es precisamente como empieza el relato.

“Solo el inconsciente quema y lo demás es polvo”, subraya en su novela. ¿Puede ampliar esta reflexión que resumen en buena medida la búsqueda por la que transcurre prácticamente toda la novela?

Se trata de mi alegato en pos de lo etéreo. El sustento tangible es importante, de eso no cabe duda. Todos necesitamos comer y beber para sobrevivir. Pero el metafísico es, si cabe, más necesario para una vida plena.

En el fondo, Manuel y su encuentro con amigos a lo largo de la obra supone un metafórico canto al proceso creativo y artístico. ¿Es aquí donde reside esa búsqueda, en gran parte una entelequia?

Las artes, ya sea la literatura, la música o la pintura, se presentan en la novela como las armas que los seres humanos disponemos para luchar contra la superficialidad de una sociedad que, paradójicamente, las rechaza cuando más las necesita. Por ello, el grupo de amigos que, por las noches, se reúnen en el barrio Gótico y hablan hasta el amanecer sobre sus creaciones artísticas, representan la resistencia frente a lo vacuo, frente a la frivolidad que domina y envuelve todo.

La variopinta galería de personajes secundarios lleva a Manuel, y por tanto al autor de En busca de la irrealidad, a una honda reflexión sobre el sentido último de la existencia, emparentando sus indagaciones con las claves que mueven la sociedad contemporánea. ¿La novela como género literario a modo de armazón de lo que realmente es un ensayo filosófico en toda regla?

La conjunción disyuntiva “o” es aquí compleja. A mi juicio, este libro ni es puramente una novela ni un ensayo filosófico. Algunos incluso lo han calificado de prosa poética y otros, para mi sorpresa, de novela musical, dada la importancia que se confiere a la música, que subyace a la historia. En cualquier caso, siempre he sido reacio a realizar clasificaciones. La creación artística, en cualquiera de sus manifestaciones, tiene que ser libre. Y sólo es libre aquella que no está encorsetada, aquella a la que se le permite saltar de un universo a otro con absoluta libertad o incluso de manera inconsciente por el escritor. Imagínese usted a un bibliotecario. Imagíneselo con un libro en cada mano en el centro de un pasillo en cuyos laterales se alzan sublimes dos estanterías, una a cada lado. Coloca el primero de ellos a la izquierda, en la sección de ficción literaria. Pero cuando se dispone a colocar el segundo, echa un vistazo a la portada, luego a la contraportada. Le asalta la duda y se pregunta: ¿será esto ficción? ¿Cómo puede ser prosa si sus líneas encierran versos? ¿Cómo puede ser poesía si la rima no es ni tan siquiera asonante? Se para, piensa y, tras unos instantes, desiste y vuelve a dejar el segundo libro en su mesa. Esto es lo que persigo con En busca de la irrealidad. Deseo que este libro sea aquel segundo ejemplar capaz de desconcertar no sólo al amable bibliotecario, sino a todos los lectores que, curiosos, se dispongan a leer la primera página.

“La reflexión, que es la base del conocimiento y el fundamento del librepensamiento, nos salva de la mediocridad”

También sobrevuela por toda la novela una sucinta crítica a la resignación a la mediocridad, que nos lleva a aceptar la crisis del librepensamiento como seña de identidad de la sociedad actual. ¿Dónde hallar la ‘salvación’ a este mal que nos invade a diario?

En la reflexión, que es la base del conocimiento y el fundamento del librepensamiento. Un concepto que hoy en día está denostado e incluso perseguido pues, ante cualquier indicio de pensamiento libre, de expresión libre, el fantasma de lo políticamente correcto se abalanza sobre nosotros y nos relega al ostracismo. De ahí la mediocridad que impera en casi todos los ámbitos de la vida y, sobre todo, en la política.

Narrada en primera persona, la novela parece dar por hecho que lo autobiográfico queda intercalado en la trama en dosis más o menos abundantes. ¿Lo considera un cuasi defecto de novelista principiante o más bien una elección perfectamente escogida para en verdad tomar distancia con la realidad a la que parece apegada la novela?

Bueno, nadie es perfecto. Ni yo tampoco. Pero siempre he dicho que toda novela es, en cierta medida, autobiográfica. Es muy difícil, quizás incluso imposible, desligar al escritor no ya del personaje principal, sino de todos los que aparecen en su obra. Además, la novela está escrita en primera persona, un detalle que da más pistas acerca de este hecho. Y con ello, que no considero simplemente un estilo literario, lo que he querido es implicar mucho más lector y, en cierta medida, hacerle parte de la historia y provocar que sus pensamientos se confundan con los de Manuel, el protagonista, llegando a quererle o a odiarle, al igual que todos nos queremos o nos odiamos alguna vez.

Como buen amante de la literatura, su estilo seguro que posee unos referentes estilísticos. ¿De qué autores bebe la narrativa de José María Asencio escritor?

Desde siempre he sido un lector voraz. Leía todo aquello que me llegaba a las manos, fuera bueno o malo. Más tarde, ya comencé a seleccionar y a inclinarme por un tipo determinado de literatura. Pero para eso, para formarse un criterio, es necesario haber leído mucho. Si me pregunta usted por escritores concretos, sin dudarlo le diría tres: Hermann Hesse, Albert Camus y Henry Miller. Y de todas sus obras: El lobo estepario, El extranjero y Trópico de Cáncer. Soy perfectamente consciente de que ninguno de ellos es similar al otro. Pero todos ellos rompieron de alguna forma los esquemas establecidos y crearon auténticas obras de arte literarias.

¿Necesita el escritor buenas dosis de narcisismo para aventurarse sin miedo a la crítica en el mundo de la ficción narrativa y la creación literaria?

Yo no diría narcisismo. Los humanistas defendían que el narcisismo podía ser consecuencia de una baja autoestima. Un escritor ha de ser valiente. Ahora bien, no me refiero a ese concepto de valentía del que hablaba Hemingway. No tengo intención de boxear con nadie para discutir en el ring sobre quién es mejor escritor. La valentía, creo, no viene de no tener miedo. Todos lo tenemos. Sino de vencerlo a la hora de desnudarse ante el lector. Un desnudo mucho más íntimo que el físico. Quien escribe se abre de par en par ante el mundo. Y esto no es fácil.

Si se viese obligado a dictar sentencia sobre su primera novela, ¿le temblaría más el pulso que cuando ha tenido que dictar alguna que otra resolución judicial?

Me abstendría. Eso sin duda. Habría conflicto de intereses. Prefiero que sea el jurado quien emita su veredicto y me condene o me absuelva literariamente. De hecho, ya me ha ocurrido. Y no puede usted imaginarse lo que he disfrutado escuchando a otros hablar de mi novela y otorgar a la historia o a los personajes un sentido que yo ni siquiera había pensado. Borges tenía razón, el lector es tanto o más importante que el escritor porque el lector reescribe el libro al leerlo.

¿En qué disciplina se ha sentido más ‘dios’: como juez o como novelista?

Nunca me han gustado ni los dioses ni los líderes, que no son otra cosa que dioses laicos. Así que ni una cosa ni la otra. Además, y esto es importante, un juez se limita a aplicar la ley aprobada por el Poder Legislativo, le guste su contenido o no. Su poder, por tanto, emana de la Constitución y de la ley. Si en un Estado de Derecho, como es el nuestro, hay algún dios, no es tal, sino una diosa, una mujer. Y es la Ley.

¿Ha sentido en algún momento la necesidad de dirigirse a sí mismo en estos términos: ¡qué diablos hago yo aquí!? ¿En la judicatura? ¿En la literatura?

Converso con el hombre que siempre va conmigo, decía Machado. Que es precisamente lo que exhorta a hacer uno de los personajes de la novela. Hablar con uno mismo aprovechando ese instante de voluntario silencio, esa pizca de auténtica soledad. Pero, como antes he dicho, estoy donde quiero estar y hago aquello que deseo hacer. Escribir y dictar sentencias. De momento, salvo algunas incursiones de escasa relevancia en la música, no me he planteado otra cosa.

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