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Todos en el PP pasan mucho de Borja Sémper

Feijóo coloca al político vasco como nuevo portavoz electoral para dar una imagen de supuesta moderación que no encaja con las decisiones del partido

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análisis

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Feijóo ha rescatado a Borja Sémper, el “moderao” Sémper como lo llama el bravo Antonio Maestre, para darle una pátina de brillibrilli centrista al PP. Cree el dirigente gallego que poniéndole al partido el rostro de un vasco noble, cabal y templado, podrá terminar de convencer al electorado socialista desencantado con el sanchismo para que le vote en las próximas elecciones municipales y generales que están a la vuelta de la esquina. La imaginación de los responsables de la formidable y prodigiosa maquinaria de propaganda del principal partido conservador de nuestro país no tiene límites. Son capaces de colocar al frente de la campaña electoral al supuesto símbolo del conservadurismo progre, al adonis de la presunta derecha civilizada y liberal española (si es que eso existe todavía) y al día siguiente emitir el comunicado más facha posible sobre el aborto. No hay por dónde cogerlos.

Ayer, Sémper pudo constatar que es un dandi en una taberna de rufianes, una cara bonita en un partido de tipos duros que se radicalizan por momentos, y poco más. Su misión consistía en desautorizar al Gobierno castellanoleonés de Mañueco, que rehén del gran inquisidor Gallardo Frings ha emprendido una brutal caza de brujas contra las mujeres embarazadas dispuestas a interrumpir su embarazo, a las que quiere obligar a escuchar el latido de su feto y a ver la imagen del embrión escaneada en 4D para disuadirlas de que aborten. Por la mañana, el bueno de Sémper salía a la palestra y daba la cara por un Feijóo enmudecido (“él está para otra cosa”, alegó sobre el jefe, que no ha dicho ni mu sobre la polémica de la que habla toda España) y de paso para desautorizar al Ejecutivo bifachito de Valladolid como responsable último del macabro protocolo antiabortista parido, nunca mejor dicho, con la complicidad de PP y Vox. “Los gobiernos tienen que ser responsables y sensatos. Lo que se ha visto en Castilla y León no es eso. Por tanto, nuestra valoración no puede ser positiva”, sentenció poniéndose en plan activista por los derechos cívicos.

La intervención del político vasco se antojaba un sopapo en toda regla al Ejecutivo de Mañueco, quien por momentos, durante su declaración institucional (sin admitir preguntas de los periodistas, todo hay que decirlo), parecía noqueado. El presidente castellanoleonés compareció para tratar de explicar lo inexplicable, o sea, cómo podía ser posible que Vox se hubiese salido con la suya a la hora de poner en marcha un polémico protocolo clínico copiado del Gobierno fascista del húngaro Orbán y rechazado por toda la profesión médica, un verdadero manual de la tortura psicológica para mujeres que se encuentran ante el duro trance de poner fin a un embarazo no deseado. Tras un fin de semana convulso, el plan antiabortista impulsado por Gallardo Frings (un golpe a la ley actualmente en vigor y a la propia Constitución del 78) había causado una gran alarma social, no ya en Castilla y León, sino en todo el país, y los españoles miraban con preocupación a aquella comunidad autónoma por lo que pudiera decir el presidente Mañueco sobre una normativa que más bien parece una de esas fatwas religiosas que se dictan contrala población femenina en los Estados teocráticos que la legislación de un país occidental, moderno y avanzado.

Al final, Mañueco se vio obligado a garantizar que su Gobierno jamás obligará a pasar por el mal trago de la penitencia clínica ni a los ginecólogos ni a las mujeres que decidan interrumpir su embarazo voluntariamente y en pleno ejercicio de sus derechos reconocidos. De esa manera se desmarcaba públicamente de su vicepresidente ultra, lanzaba un mensaje de calma a Génova 13 (donde más de uno, entre ellos el propio Feijóo, temblaba ante un episodio que se les iba de las manos) y abandonaba el escenario a toda prisa y como alma que lleva el diablo (el diablo, naturalmente, es el propio Gallardo Frings, que ya arrastra al presidente regional, de acá para allá, como a un pelele desprovisto de conciencia y voluntad). 

Tras el toque de atención de Sémper, las aguas parecían retornar a su cauce y las españolas volvían a respirar tranquilas con la esperanza de que ningún matón disfrazado de médico o curilla ultra con bata blanca les iba a endosar el fonendoscopio para obligarlas a pasar por el tortuoso trance de tener que escuchar el latido fetal. Cierto es que daba la sensación de que el valeroso Borja había controlado el patio imponiendo sus supuestas tesis moderadas. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. A las pocas horas Espe Aguirre, esa mujer que va de liberal por la vida cuando todo el mundo sabe que lleva un legionario de Millán-Astray dentro de sí, volvía a dar un balón de oxígeno a Vox al avalar su sórdido protocolo médico mientras que por la tarde, en la sesión del Senado, reaparecía el PP más reaccionario y carpetovetónico. Los populares de la Cámara Alta volvieron a lanzar enmiendas a la actual ley del aborto al pedir que se elimine el registro de médicos objetores, al reclamar que las menores (16 y 17 años) no puedan someterse a la intervención quirúrgica sin consentimiento paterno y al exigir un periodo de reflexión de tres días para que las mujeres que deciden abortar puedan recibir información “verbal y escrita”. Ni Vox ha llegado tan lejos. Una vez más, la mascarada de Feijóo quedaba al descubierto. El líder gallego es capaz de ordenar una cosa y su contraria el mismo día –por la mañana le dice a su gente que han de moderarse, por la tarde les da rienda suelta como buenos ultras que son–, de modo que ya solo cabe concluir que en ese partido no manda él, sino la caverna mediática, religiosa, empresarial y judicial que lo tiene amordazado (más bien se deja secuestrar en un extraño síndrome de Estocolmo que le impide dimitir de una vez por todas y volverse con la maleta para su tierra).

Lo que queda de la jornada de ayer es una farsa indecorosa o sainetillo y un nuevo ridículo del principal partido conservador de este país, entregado ya al nacionalpopulismo trumpista rampante (por no llamarlo directamente fascismo 2.0). Eso y un Borja Sémper que como galán de pelis de tarde puede dar el pego, pero cuyo peso específico y poder de influencia ideológica mucho nos tememos que va a ser escaso o nulo. El día que tiró la toalla y se dejó el partido, allá por 2020, lo hizo dignamente y denunciando el ruido, la crispación y el tinte cainita que había tomado la política española. Ahora, incomprensiblemente, vuelve a meterse en harinas ya como reincidente pese a que nada ha cambiado y este negocio sigue siendo tan asqueroso como siempre. ¿Por qué, Borja, por qué lo has hecho? ¿Qué necesidad tenías tú de meterte otra vez en este vodevil?

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