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Una serpiente rodea el mundo

Ángel Martínez Samperio
Ángel Martínez Samperio
Doctor en ciencias de las religiones por la UCM, periodista y escritor
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análisis

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Como aquel “oúróboros”, la serpiente que se muerde la cola, que hallamos en las mitologías egipcia y griega; como aquella “jömundgander” de la mitología nórdica, la serpiente que al comerse el mundo no le quedó otra cosa que comerse a sí misma, hasta llegar a su cabeza; así predomina una forma de capitalismo en el mundo al que el filósofo coreano Byung-Chul Han encuentra un impulso de muerte.

Es insaciable. No le importa dejar excrementos de hombres. Devora derechos y esperanzas; exige tributos de todos para premiar a las élites que le rinden culto, los nuevos <<ofitas>>; no le importa engullir los recursos del planeta, ni tampoco el qué será de las generaciones futuras.

Capitalismo y políticos, que se ponen a su servicio, van de la mano. Es polifacético; se viste de todos los colores según convenga; son sus anillos de serpiente constrictor, oligarcas de capitalismo de estado como Putin, ayer comunista o demagogos de derechas como Trump o Bolsonaro; le sirven poderes fanatizados instalados en Italia, Hungría o Polonia. Resulta curioso ver esa forma “serpentil”, que otea amplios campos de caza, como encuentra aliados en estados mentales cortoplacistas, y aún en confesiones religiosas que lo bendicen.

Seguro que aquellos que se interesan en la “cosa pública” y en el “bien común” se estremecen ante el peligro que corre la convivencia democrática. Seguro también que aquellos que tienen una fe limpia, sienten arcadas al ver a Kirill, patriarca de la iglesia ortodoxa rusa, bendiciendo los bombardeos de Putin; no es de extrañar que un protestante norteamericano ponga distancias ante un Trump enseñando una Biblia, ni que un evangélico haga lo propio ante emocionalismos contagiosos autoinducidos que apoyan visceralmente a Bolsonaro, infeccionados por el falso<<evangelio de la prosperidad>>. Nacionalismo, elitismo, conservadurismo, y populismo, son demasiados “ismos” para tragar.

No es despreciable lo político para un ser religioso, y mucho menos lo social. Concretando: un cristiano puede vivir sin problemas la privatización de su fe, pero no por ello aceptar su marginalidad porque, según Habermas, que no tener nada de religioso, debe aportar su <<depósito de sentido>>. Por ello, no debe desestimar lo político, pero, orientado por el <<sumo bien>>, debe trabajar para el <<bien común>>, combatir las muchas formas de matar sin convertirse en matarife.

Se ponen los pelos de punta al leer el <<Democracy Report in the world 2022, autocratización changing nature>>. Ya lo pidió Harvey Cox en 1962: <<No lo dejéis a la serpiente>>.     

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