En este déjà vu permanente que vivimos, solo faltaba un hombre con las hechuras y el aspecto de Valle Inclán para instalarnos definitivamente en el pasado. “Fantocheril”, vestido de oscuro casi de luto, flaco con luenga barba de algodón, gafitas de intelectual y renegando de casi todo, como hacía el maestro, el diputado del PSOE por Burgos Agustín Zamarrón, presidente puntual y momentáneo del Congreso de los Diputados, ha aprovechado la sesión constitutiva de la XIV Legislatura para pedir “perdón” a los ciudadanos por la incapacidad de los políticos para formar un gobierno.

Las palabras de Zamarrón al pueblo español son sin duda las mismas que hubiese pronunciado al padre del esperpento y las que toca decir en un momento histórico trascendental donde todo parece volver, la crisis económica y la decadencia del viejo Estado, la corrupción, la pertinaz sequía, el aire cuartelero y rancio de la extrema derecha española de siempre y en general aquella profunda depresión de un país propia de la generación del 98 que vivió Valle. Hace ya casi un siglo que Ramón alumbró la palabra “esperpento”, esa “modalidad que consiste en buscar el lado cómico en lo trágico de la vida” −tal como escribió en 1921−, pero el término está más vigente que nunca porque define a la perfección lo que somos. Lo raro, lo estrafalario, lo tragicómico y vodevilesco se ha apoderado definitivamente del casón de San Jerónimo y Zamarrón viene a expresarlo magistralmente con esa puesta en escena que nos retrotrae casi un siglo en nuestra historia. “Estoy mancado del remo derecho, así que esto incrementará los tiempos”, se ha quejado emulando a su inmortal imitado con ese lenguaje retórico del siglo pasado que contribuye a aumentar, aún más si cabe, la sensación onírica, tensa y dramática del momento.

Viendo a nuestro Valle Inclán en la Mesa presidencial transitoria haciendo dramaturgia con su prosa florida, gongorina y azañista, los españoles caen en la cuenta de que todo se ha convertido ya en teatro, en puro teatro, y que ha acabado imponiéndose la forma sobre el fondo, la ficción y el simulacro sobre la democracia y los espejos deformados sobre la realidad.

“Guarden silencio que me trafullo con el ronroneo”, ha ordenado a sus señorías en el momento de votar a los miembros de la Mesa. Zamarrón, “el Valle Inclán” del Congreso, viene a poner con sus ironías y chascarrillos del Siglo de Oro el punto final a una época que parece agotada: el régimen del 78. Antes, ha abierto la sesión aludiendo al artículo 99 de la Constitución que, según ha recalcado, recoge el “artificioso modo” para el nombramiento del presidente del Gobierno y la conformación de un Ejecutivo “legítimo y pleno en sus atribuciones”. “Al hacerlo determina la grave responsabilidad de los intervinientes en el proceso, la responsabilidad de los diputados y de la Cámara entera”, ha alegado en un nuevo tirón de orejas valleinclanesco a nuestros políticos, entre los que se incluye él. “Mas cualquier comentario al respecto en punto y hora es enojoso y a mi voluntad está vedado”, ha añadido, dejando claro que no iba a repartir culpas.

Pero por lo visto sus señorías no le han hecho demasiado caso, ya que a la hora de la configuración de las mesas del Parlamento ni Meritxell Batet ni Pilar Llop han logrado la presidencia de Congreso y Senado en primera votación y han tenido que recurrir a la segunda vuelta. Todo un ejemplo del día de la marmota en el que andamos metidos.

La XIV Legislatura nace con nueva amenaza de aborto, uno más, y eso es precisamente lo que está avisando nuestro entrañable Valle Inclán resucitado y posmoderno. Todos los augurios son nefastos: el portazo más que probable de ERC a la investidura de Pedro Sánchez, la amenaza separatista y de ruptura del Estado, la sombra de la parálisis total y de unas nuevas elecciones, el regreso de la extrema derecha que confiere al Congreso un cierto tufillo a Cortes franquistas preconstitucionales, la desgraciada caída de Adriana Lastra al ir a votar (esguince de tobillo en segundo grado, la metáfora perfecta de una España que anda con mal pie) y en general el ambiente depre, de hastío y crepuscular que se respira en cada rincón del hemiciclo. Valle Inclán no lo ha dicho esta mañana, pero seguro que piensa que este país no lo arregla ni la madre que lo parió.

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