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Casado descubre que las ovejas no votan

El líder del PP constata que su proyecto político embarranca en Castilla y León a pocos días para las elecciones

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análisis

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Todo jefe de Gobierno es el fiel reflejo proyectado en el espejo de un país. La síntesis o quintaesencia de un pueblo en un momento determinado de la historia. ¿Es Pablo Casado el hombre que en estos momentos representa, como un calco perfecto, el espíritu de la sociedad española? No parece. Nos resistimos a pensar que las gentes de este país, ya vivan en la Meseta, en el Mediterráneo, en el Cantábrico o en las Pitiusas, coincidan en ideas y formas con el controvertido líder del Partido Popular. Cuesta trabajo creer que la derecha española de hoy no sea capaz de forjar un estadista con algo más de talla moral, intelectual y política que la de este personaje que ayer mismo, y en otro ejercicio delirante, declaró la guerra a los pérfidos enemigos de la remolacha.

Nadie, ni en su partido ni fuera de él, le entiende ya. Nadie le compra ya su discurso hiperbólico de la crispación constante, su cainita intento de bloquear los fondos europeos (a sabiendas de que paralizando las ayudas de Bruselas sus paisanos vivirán peor), sus performances en las macrogranjas, sus ridículos disfraces (tiene uno para cada día de la semana, brutal el último de experto cortador jamonero), su espuria forma de politizar la justicia y de judicializar la política, sus bulos, populismos y disparatadas estrategias políticas y su “no” sectario a todo para que se hunda España y poder levantarla después. Nos negamos a asumir que el votante del PP esté de acuerdo con que Génova alimente el transfuguismo a calzón quitado (ya lo han hecho en Murcia y parecen dispuestos a llevar su sucio modelo antidemocrático al Congreso de los Diputados) o con que el partido se arroje en brazos de los ultras mientras la derecha europea digna y decente traza un cordón sanitario alrededor de los neofascistas emergentes.

La última errática maniobra de Casado, tratar de tergiversar la realidad en la más pura línea trumpista, presentar el incidente ocurrido en la votación de la reforma laboral como un “pucherazo” del Gobierno cuando todo el país pudo ver en la televisión que el decreto salió adelante por la torpeza de uno de sus diputados de mayor rango, Alberto Casero, pone en evidencia el escaso nivel del dirigente popular. Cada día que pasa queda más palpable y evidente que este hombre no está preparado para ponerse a los mandos del país. Y así se lo hacen ver todos. En la última semana ha recibido varios toques de atención, serias advertencias que le auguran que va por val camino en su hoja de ruta hacia el poder. La pasada semana, el mismísimo Aznar puso en cuestión su liderazgo en plena campaña electoral en Castilla y León al asegurar que lo importante no es llegar a la Moncloa, sino “para qué”, al tiempo que le afeaba su excesivo acercamiento a los “populismos mentirosos”, o sea Vox. Solo le faltó soltarle una colleja, como un cura a su monaguillo, antes de decirle: nene, no tienes programa electoral, te estás hundiendo de la mano de Santi Abascal, ponte las pilas que se te acaba el cuento. En definitiva, lo que el patriarca le estaba transmitiendo, entre líneas, era un claro aviso a navegantes: o convences al electorado de que eres un ganador nato o colocamos a Isabelita Díaz Ayuso, que ya la tenemos calentando en la banda.

Pero es que hoy mismo, El Mundo, el medio que supuestamente hace las veces de correa de transmisión de las ideas conservadoras en España, abre a cuatro columnas con una sorprendente crónica política de campaña. Bajo el titular “Los barones del PP reclaman un revulsivo a Génova: Casado debe aportarnos más”, el rotativo madrileño revela que destacados dirigentes del partido creen que gente como Ayuso o Núñez Feijóo están siendo más decisivos y rentables políticamente que el actual presidente popular. Además, los editorialistas de El Mundo alertan ante la caída de dos puntos en intención de voto del PP por los desvaríos de su dirigencia. Si esto no es un ultimátum de la prensa conservadora, que baje Dios y lo vea.

Y mientras los sopapos y bofetones le llueven al líder del PP como chuzos de punta por el flanco derecho, El País publica una inquietante encuesta sobre la campaña castellanoleonesa en la que concluye que las expectativas de voto de los populares se desinflan a pocos días para la cita con las urnas. El sondeo constata que el Partido Popular está lejos de la mayoría absoluta, de modo que tendrá que gobernar inevitablemente con Vox, al tiempo que la izquierda crece en la recta final de la campaña y se sitúa a solo un punto de distancia del bloque conservador. La consulta demoscópica no es más que un dato aproximativo, ya que fue realizada antes del ridículo espantoso protagonizado por Alberto Casero durante el Pleno sobre la reforma laboral en el Congreso, en el que votó sí al decreto de convalidación sanchista cuando quería votar no. Tras semejante espectáculo de incompetencia sonrojante, es lógico pensar que muchos votantes del PP estén pensando en salir en estampida de ese partido/vodevil en busca de mejores alternativas (en este caso Vox), así que el resultado en las elecciones en Castilla y León podría ser todavía peor, confirmándose que la estrategia casadista (ir de victoria en victoria autonómica hasta la victoria final en las generales, dando tamayazos y comprando voluntades si es necesario) se desmorona como un castillo de naipes.

Todo lo cual nos lleva a una conclusión elemental: Casado es un líder con pies de barro y muchos claman ya por jubilarlo anticipadamente, aplicándole la reforma laboral de Yolanda Díaz que él mismo ha aprobado con sus negligencias políticas. Cuestionado por Aznar y Ayuso, acorralado por la prensa madrileña de uno y otro color ideológico y acosado por las malas previsiones electorales, debería empezar a pensar que su idea de llegar a la Moncloa a cualquier precio está resultando un tanto fallida. Los españoles no son tontos y saben que por mucho que tire de un disfraz distinto cada día, por mucho que se vista de camionero, de tractorista o de granjero, rodeándose de vacas y otras faunas de la España Vaciada, ese transformismo electoral no le dará para ganar. La propaganda solo funciona si no es burda ni evidente. Para jugar a Goebbels no basta con repetir una mentira mil veces hasta que se convierta en realidad. Es preciso tener carisma, talento, mucho talento para vender ese pollino. Hasta los suyos empiezan a oler que no sirve para el cargo. Poco a poco se va quedando sin apoyos, dentro y fuera del partido. Y por desgracia para él, las ovejas no votan.

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