Parecía que le había mirado un tuerto, al magnífico Sergio Pérez, a Checo. La masa vociferante le culpaba de la diferencia de puntos entre Mercedes y Red Bull. Y es cierto que en las últimas carreras ni la suerte ni la circunstancia le habían acompañado.
Pero hoy tocaba sujetar a Hamilton, al enemigo absoluto: al adelantador más implacable que además hoy tenía un coche muy superior.
Pero…
Pero Checo Pérez, como ha demostrado muchas veces a lo largo de su carrera, cuándo toca hacer lo que hay que hacer, lo hace. A cualquier precio.
Estaba el mundo entero mirándolos a los dos. A Lewis Hamilton y a Sergio Pérez. En Istambul Park… Y Sergio Pérez parecía ya derrotado y vencido, pero al diablo no se le puede vencer si el diablo no quiere.
Y Checo Pérez hoy no quería ser vencido. ¡Cómo devolvió el adelantamiento a Hamilton y lo contuvo y consiguió dar la vuelta a la sucia maniobra del británico que le sacó de la pista! Es quizá la defensa más magistral que hemos visto nunca en Fórmula 1. O al menos hoy y ahora no somos capaces de recordar ninguna otra de ese calibre.
Y luego es bellísimo lo tranquilo que estaba en el podio. Las felicitaciones de Marko y Horner resbalándole. El piloto mexicano había hecho simplemente su trabajo. Como un maestro. Como un ángel, o como un diablo. Porque -al fin y al cabo- un ángel y un diablo son lo mismo; es lo mismo: un ser superior, un paso más arriba de lo humano.
Nuestra admiración desde Las Almas y la F1, maravilloso Checo.
Tigre Tigre