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Dos catedrales mínimas

Jaume Prat Ortells
Jaume Prat Ortells
Arquitecto. Construyó hasta que la crisis le forzó a diversificarse. Actualmente escribe, edita, enseña, conferencia, colabora en proyectos, comisario exposiciones y fotografío en diversos medios nacionales e internacionales. Publica artículos de investigación y difusión de arquitectura en www.jaumeprat.com. Diseñó el Pabellón de Cataluña de la Bienal de Arquitectura de Venecia en 2016 asociado con la arquitecta Jelena Prokopjevic y el director de cine Isaki Lacuesta. Le gusta ocuparse de los límites de la arquitectura y su relación con las otras artes, con sus usuarios y con la ciudad.
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análisis

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(Este artículo ha de estar profusamente ilustrado para que se entienda. Las fotografías están colgadas con un cierto orden coherente en mi blog Arquitectura, entre otras soluciones en tres series, una de contexto general, una para el Pinell de Brai y otra para Gandesa. Os pondré los enlaces en los sitios necesarios. Foto del artículo: Jaume Prat/Escala Humana)

Uno de los capítulos de la próxima temporada de Escala Humana estárá dedicado a cómo el vino ha estructurado buena parte del territorio español. Una de las historias más potentes al respecto es la de las bodegas cooperativas que se construyeron en el sur de Cataluña en el primer tercio del siglo XX, artífices de buena parte del equilibrio territorial catalán. El rodaje nos llevó al interior de la bodega de Gandesa, que queremos contrastar con la de Pinell de Brai. Este artículo complementará la historia que contaremos en la serie explotando las diferencias entre estas dos bodegas.

Primero, la denominación. A estas bodegas se las suele llamar las Catedrales del Vino aprovechando un poema de Àngel Guimerà dedicado a la bodega cooperativa de la Espluga de Francolí (1912), proyectado por uno de los arquitectos modernistas más importantes, Lluís Domènech i Montaner (el del Palau de la Música y el Hospital de Sant Pau) y construido por su hijo Pere Domènech Roura un año más tarde. En 1914 se funda la Mancomunidad de Cataluña, el primer gobierno efectivo del país después de la Guerra de Sucesión y el ascenso de los Borbones, gobierno que intentará dotar al territorio de las mínimas infraestructuras necesarias para intentar salir de la profunda crisis a que está sometido. Proveer los pueblos productores de vino de una bodega cooperativa que pueda procesar la cosecha, distribuirla y exportar su excedente es clave para la supervivencia de buena parte de este territorio, particularmente en el sur del Llobregat. La bodega de la Espluga de Francolí se convertirá en el modelo de todos estos edificios. Se estructura como una agregación de naves basilicales muy altas de techo en que el mosto se transforma en vino dentro de unas cubas de hormigón armado para almacenarse posteriormente en un sótano. La bodega se asienta en una parcela en pendiente que permite descargar la uva por su cota superior y evitar, o minimizar, el uso de las bombas al definir todo el proceso por gravedad. Pere Domènech Roura solo construirá una bodega más, la del Sarral. El grueso de estas construcciones recaerá en un solo arquitecto, el novecentista Cèsar Martinell, a quien a menudo se lo califica de modernista (aunque considerase este epíteto como un insulto) a causa de su gran amistad con Gaudí. Martinell construirá una veintena larga de bodegas, algunas de ellas construcciones muy modestas, otras enormes y solemnes. La gran calidad de todas ellas, su riqueza espacial incluso en las más anodinas, han hecho que popularmente se las denomine también Catedrales del vino olvidando el origen circunstancial del término. Esta denominación es totalmente justa, sin embargo: se trata de obras populares, sufragadas por los habitantes del lugar sea con mano de obra, sea con dinero, materiales, terrenos o todo esto a la vez, obras que, incluso hoy en día, son el principal factor de cohesión social de los pueblos donde se asientan por encima, incluso, de la iglesia. Es decir: no tan solo son catedrales por la belleza de sus espacios. Lo son también en tanto que son la obra de un pueblo.

(en este punto podéis visitar las imágenes de la primera serie)

La historia que contaré es incierta porque, como me indicó Raquel Lacuesta, nuestra entrevistada experta en Martinell, el arquitecto se contradijo, y bastante, en sus memorias. Así que, entre los datos que je recogido, el trabajo de investigación que he hecho y mi observación directa he llegado a esta conclusión.

Inmediatamente después del fin de la Primera Guerra Mundial dos pueblos vecinos de la Terra Alta, comarca de las Tierras del Ebro fronteriza con Teruel, Gandesa, la capital, y Pinell de Brai, uno de sus pueblos principales, afrontan la construcción de sus bodegas cooperativas. Parece ser que el encargo de Pinell es previo al de Gandesa, que se empezará a construir primero. La bodega de Pinell es enorme, la más grande de las construidas por Martinell, preparada (como buena parte de ellas) tanto para el vino como para el aceite. Pinell es unan bodega de tres naves basilicales ubicada en la entrada del pueblo. Dos naves se destinan al proceso del vino. Una al aceite. La bodega se proyecta como una construcción de muros de piedra y ladrillo que soportan unas encaballadas de madera sobre las que se monta un tejado de teja marsellesa. Es decir, es una construcción muy barata en que los elementos verticales son materiales minerales mientras que los pórticos que soportan las cubiertas son de madera.

La bodega de Gandesa es totalmente de ladrillo, de un extraño ladrillo de color amarillento producido en el mismo pueblo. El ladrillo que tenían. Quilómetro cero puro. El ladrillo lo forma todo: las paredes exteriores, los arcos que, arrancando desde el suelo, soportarán un techo resuelto en bóvedas también de ladrillo. No hay madera, material que se ha de comprar por no estar presente en el pueblo. Gandesa es también una construcción de tres naves, más pequeñas, sin embargo, que las de Pinell, con una cuarta nave que se atraviesa a estas tres y sirve de espacio de recepción haciendo que la entrada no sea frontal, sino lateral: entras y has de girar para enfrentarte al gran espacio central donde se guarda el vino.

Entre las tres naves se disponen, tanto en Gandesa como en Pinell, unas pequeñas naves más bajitas que ocupan el espacio sobre las tinas de hormigón. La diferencia de altura entre las naves principales y las secundarias se usa para inundar los interiores de luz natural, una luz natural que da a estos espacios una calidad sagrada.

Cuando la bodega de Gandesa está en construcción una comitiva de Pinell de Brai visitó las obras. Quedaron todos impresionados por la belleza de los arcos catenáricos que soportan el techo. ¿Por qué nuestra bodega no tiene arcos, señor Martinell?, preguntan. La respuesta es económica. Pinell tiene que ser una bodega enorme. Se sacrifica efectismo por tamaño. Si el primer proyecto se hubiese construido tal cual sus dimensiones lo hubiesen hecho igualmente imponente, pro no tanto como podía ser Gandesa. El pueblo de Pinell se reúne en asamblea. Deciden que quieren una bodega más bonita que la de Gandesa y que, por tanto, todo el pueblo se hipotecará para que la bodega tenga arcos catenáricos.

Pocos discuten hoy en día que la bodega de Pinell de Brai es la bodega cooperativa más espectacular de Cataluña. Su belleza es sobrecogedora, de una perfección sobrenatural, belleza conseguida alterando el primer proyecto, que prescinde en las dos naves del vino y en todas las naves secundarias de las encaballadas de madera para montar unos poderosos arcos catenáricos. La nave del aceite se queda como en el proyecto original, ocupada hoy en día por un restaurante. En una de las fotografías que os adjunto podréis observar cómo hubiese sido la bodega de haberse construida toda así, aunque sólo parcialmente: la conexión lateral no se ha mantenido, privando al espacio de su desarrollo horizontal.

(en este punto podéis admirar las fotos de Pinell de Brai.

Gandesa se terminará de acuerdo con su primer y único proyecto. Gandesa es un proyecto puro, inalterado, sistemático. El ladrillo es el protagonista absoluto. El ladrillo forma la caja que cierra la bodega y rodea las tinas de hormigón. Todos los elementos verticales ser revocan y se pintan de un blanco purísimo. Todos los elementos horizontales son arcos o bóvedas y se realizan también en ladrillo. Las bóvedas, por fuera, se revocan, se pintan con alquitrán y se puede prescindir de la partida de cubierta: la propia estructura envuelve el edificio y lo cierra. Las ventanas entre naves, más pequeñas, inundan de luz el interior gracias a su color blanco.

(aquí podéis observar las fotos de Gandesa)

Gandesa es la bóveda. Pinell es el pórtico, es decir, el elemento horizontal tendido entre dos soportes verticales.

Pinell siempre será un proyecto reciclado. Entre los arcos catenáricos se tienden las viguetas de madera que soportan el tejado. El espacio de Pinell se percibe muy diferente según como te sitúes. Si lo miras longitudinalmente los arcos se tienden muy juntos, poderosos, cálidos. Te abrazan. Si lo miras en dirección a las tinas los arcos muestran su grosor mínimo. Entre ellos, una solera que soporta la cubierta: un plano puro, sin ningún tipo de atributo geométrico extraño. En Gandesa importa mucho menos la dirección donde miras: las bóvedas se perciben igual en cualquier dirección.

Y más: ahora llamaré a mi querido José Ramón Hernández Correa, una de las personas a quien hay que leer en este país que, desde su blog Arquitectamos Locos? Nos brinda reflexiones de fondo muy interesantes sobre arquitectura. El pasado 19 de junio editaba un artículo titulado Qué cosa rara sobre uno de mis edificios favoritos del mundo, San Baudelio de Berlanga, en Soria. Su lectura de San Baudelio me emocionó al comparar la pequeña sala hipóstila que hay ante el altar con una mezquita. Bien, me emocionó y me llenó de envidia a la vez: he estado en San Baudelio tres o cuatro veces y, aún intuyendo cosas, jamás se me había ocurrido.

Pues bien: gracias a José Ramón ahora sé que el espacio entre naves de Gandesa es una mezquita. Tal cual: aquella sucesión de elementos verticales, abstracta, ritmada, aquel espacio horizontal sin jerarquías, un espacio de paz, un espacio sagrado, está allí.

En Pinell la nave lateral es una sinfonía de pequeños arcos catenáricos en dos direcciones, necesarios por temas de arriostramiento, un espacio más de estar, con menos continuidad, un espacio reconcentrado, agradable pero claramente subsidiario del espacio principal.

En Gandesa la mezquita que hay entre las naves no cierra. Abre. El espacio pasa limpio entre las naves, sin tropiezos, gracias a la capacidad de arriostramiento de las mismas bóvedas. No estás encerrado. Es el mismo aire. La transición es esto, una transición sutil, delicada, entre los diversos elementos que forman un mismo espacio.

Pinell es vertical, direccionado, imponente.

Gandesa es horizontal, desjerarquizado. Equilibrado.

Y todo por el uso de los materiales. Pinell siempre será un edificio de madera con arcos de ladrillo. Gandesa es un canto al ladrillo. Poder evaluar los dos edificios, visitarlos en serie, disfrutar de sus similitudes y diferencias, de su increíble calidad espacial, es un de estos privilegios por los que (paradojas de nuestra manera de pensar) seríamos capaces de viajar mies de quilómetros de estar ubicados pongamos, en el Japón o en la India o en América. Pero es que los tenemos aquí al lado. Y no son estas las únicas historias que hacen que visitar la Terra Alta (el lugar, no lo olvidemos, donde Picasso descubrió el cubismo, tal y como declaró el mismo Picasso) sea una experiencia única para un arquitecto, que permite comprobar la versatilidad y la multiplicidad de sensaciones que podemos provocar trabajando sobre lo que esencialmente es el mismo proyecto con tan sólo pequeñas variaciones. Hay que conocerlo.

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