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El sentido de un final

Joan Martí
Joan Martí
Licenciado en filosofía por la Universidad de Barcelona.
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análisis

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No encuentro simpatía por aquellos que abandonan una película antes de que llegue a su fin; al contrario, siento la necesidad de honrar a quienes hicieron posible que disfrutara de esa hora y media de enriquecimiento, y no quiero perder la oportunidad de reflexionar sobre su desenlace.

Me viene a la memoria una cita, posiblemente atribuida a Jane Austen, que establece una diferencia entre el dramaturgo y el escritor de novelas. Este último inevitablemente deja entrever que el final se acerca; basta con sentir el poco papel restante en el libro. Todo tiene su término. Los finales son una manera de encontrar significado en la experiencia. Considero que la literatura puede enseñarnos mucho sobre la vida, pero, por supuesto, es esencial saber leer.

Podemos pensar que el problema en nuestra sociedad actual es la escasa capacidad de asimilar la cultura por parte de las clases más privilegiadas. ¿Qué comprendieron cuando leyeron sobre libertad, solidaridad y, para colmo, qué entienden por razonabilidad? ¿Estamos frente al retorno de una prosa burguesa caracterizada por palabras como confort, utilidad y sentido común? Una prosa que carece de héroes y belleza.

En su libro «El sentido de un final», Frank Kermode comienza hablando del apocalipsis, un comienzo paradójico pero apropiado. Desde la segunda lección, nos muestra una idea: «Anhelamos finales y crisis». Kermode nos invita a reflexionar sobre cómo todo forma parte de la Ficción; no existe una única ficción, sino varias: la teología, la ciencia, la política, todas son ficciones. En resumen, la creencia final debe encontrarse en alguna forma de ficción.

En su perspectiva, y especialmente en el ámbito de la ficción, la forma en que se desarrolla el argumento y cómo se relaciona con los hechos previos al desenlace es fundamental para la naturaleza humana, una forma de dar sentido al mundo. Al principio, teníamos a los ángeles, los mitos, siempre presentes; luego, la tragedia ocupó su lugar y, más recientemente, la crisis perpetua.

Cuando asumimos el papel de lectores en esta dinámica, lo peor que podemos hacer es malinterpretar el final del relato. Aquellos que exigen un adelanto del desenlace actúan como lectores neuróticos. La prisa por llegar al final es una distorsión artificial, un puro deseo que nos impide leer en su totalidad.

Siguiendo la perspectiva de Kermode, las crisis recurrentes en la humanidad, únicas para aquellos que las han vivido, generan dos tipos de respuestas cismáticas: retroceder hacia el mito (el pasado del pasado) o negar la historia mediante el vanguardismo (suavemente anárquico). Ambas posturas pueden ser peligrosas, especialmente en el ámbito intelectual, si no sabemos mantener cierta idea de orden (¿o esperanza?) enfocada hacia un propósito. Este enfoque, característico de la crítica de las ficciones, requiere esfuerzo y prudencia también en la realidad, dado que el mundo está compuesto de ficciones. El final de una historia implica descubrir el secreto, pero también embarcarse en el camino que nos permite adentrarnos en otra trama.  

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