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Hamás, un Estado dentro de otro Estado

El abandonado y oprimido pueblo palestino ha visto en la organización terrorista la única salida a su desesperada situación

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análisis

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Con los años, el conflicto enquistado en Palestina no hizo más que recrudecerse ante la pasividad y la desidia de una comunidad internacional sometida al dictado de Estados Unidos, gran aliado de Israel en la zona de Oriente Medio. Hasta que en 1987 estalló la Primera Intifada o levantamiento del pueblo palestino. A partir de ahí, la prensa internacional situó el foco permanente en ese enclave del mundo y se constató la crueldad de la represión israelí. Fue un momento de esperanza para la causa palestina, pero que “se malogró en parte a causa del respaldo de Arafat al régimen iraquí de Saddam Hussein durante la primera Guerra del Golfo, en 1991, actitud que le hizo perder apoyos de países como Arabia Saudí y otros”, aseguran los autores del informe de Defensa El conflicto palestino-israelí.

La Conferencia de Paz de Madrid de 1991 fue una luz fugaz al final del túnel. Patrocinada por Estados Unidos y una URSS al borde de la desaparición (y con una España en plan anfitriona que puso el clima necesario para el entendimiento y los acuerdos), la reunión estuvo cerca de saldarse con éxito. Incluso se concedió el Premio Nobel de la Paz y el Príncipe de Asturias a Yasir Arafat y al primer ministro de Israel, Isaac Rabin, por sus esfuerzos en favor de la reconciliación de ambos pueblos. Por cierto, Rabin fue asesinado por un activista israelí de extrema derecha, un crimen altamente simbólico no suficientemente aclarado.

Las posteriores conversaciones de paz, auspiciadas por los Estados Unidos, culminaron con la firma de los Acuerdos de Oslo de 1993. Estos pactos incluían el mutuo reconocimiento entre Israel y la OLP, la creación de una autonomía palestina en los territorios ocupados, el final de la Intifada y el cese de la violencia y, en definitiva, una serie de medidas de confianza que pudieran propiciar la resolución de los asuntos más complicados, como el estatuto de Jerusalén, el regreso de los refugiados y un futuro Estado palestino. Durante los años siguientes, la nueva Autoridad Nacional se fue haciendo cargo, progresivamente, de determinadas competencias de gobierno en los territorios ocupados. La transferencia de atribuciones en materia de seguridad y policía, uno de los aspectos más conflictivos, quedó restringida a determinadas áreas y sujeta a condiciones particulares. Pero el litigio siguió latente. Hubo ataques por ambos bandos y Bill Clinton decidió intervenir. Los acuerdos de Camp David II resultaron un fracaso. Y el estallido de una nueva Intifada era solo cuestión de tiempo.

Los últimos intentos no han logrado ni un solo avance importante, más bien al contrario. El Plan de Paz de Trump (2020), un regalo para Netanyahu, reconoció a Jerusalén como capital de Israel, lo cual fue interpretado como una intolerable provocación en el mundo árabe. Tambores de guerra volvían a sonar de nuevo.

El auge de Hamás

En ese escenario de conflicto irresoluble y eterno, no podía ocurrir otra cosa que la radicalización del pueblo palestino. Y es ahí donde entra Hamás, la organización terrorista consecuencia lógica de décadas de represión, abandono, injusticia y pobreza de los sometidos. El sistemático incumplimiento de las resoluciones de Naciones Unidas por parte de Israel ha dado origen a un movimiento de resistencia armada que lucha por la independencia y que no solo no reconoce al Estado judío, sino que ha jurado sobre el Corán llevar a cabo una Yihad o Guerra Santa en todo el mundo para acabar con él y borrarlo de la faz de la Tierra.

Bajo el título La operación ‘Inundación de al-Aqsa’ y sus repercusiones en el yihadismo global, los analistas del Real Instituto Elcano Carola Calvo y Álvaro Vicente analizan el fenómeno de Hamás, una organización fundamentalista radical que ha logrado sustituir al legítimo Gobierno de la Autoridad Palestina para convertirse en un Estado dentro de otro Estado. Según estos autores, el ataque del 7 de octubre “podría servir no sólo a los fines de la organización islamista radical que domina Gaza, sino a los de organizaciones del yihadismo global que, como Al-Qaeda y Estado Islámico, tienen también en la liberación de Palestina y la destrucción de Israel un objetivo fundamental”. Esta idea avalaría la tesis de que en la sangrienta operación terrorista de Hamás participaron otras guerrillas como la Yihad Islámica o la libanesa Hezbolá. Todo ello sin olvidar la supuesta participación de estados integristas como Irán que llevan décadas financiando a la insurgencia contra Israel. Un golpe planeado por tierra, mar y aire con semejante grado de compleja minuciosidad y combinación de diferentes tácticas militares lleva, sin duda, el sello de la Yihad Internacional.

El Movimiento de Resistencia Islámica, conocido popularmente como Hamás, se formó en Gaza en 1987 durante el curso de la primera Intifada y como ramificación o franquicia de la red egipcia Hermandad Musulmana. Su primer cabecilla fue el jeque Ahmed Yasín, un activista parapléjico fiel seguidor de la ley coránica. Como dato curioso que nunca debe perderse de vista, cabe recordar que la creación de Hamás se debe en buena medida al propio Estado de Israel, según han declarado personajes de relevancia como el general hebreo Yitzhak Segev. Este militar sugiere que, al igual que Estados Unidos armó a la facción talibán afgana en su guerra santa contra los soviéticos, Israel hizo otro tanto con Hamás. En un principio, el Gobierno israelí habría ayudado a la implantación de la milicia palestina con la idea de fabricar un competidor contra la pujante y hegemónica OLP de Yasir Arafat. Sin embargo, como suele ocurrir en estos casos, el monstruo acabó revolviéndose contra su creador. Ya en los años ochenta, el Ejecutivo judío empezó a caer en la cuenta de su grave error cuando los seguidores del predicador Yasín decidieron liquidar a los colaboradores del sionismo local en los barrios más paupérrimos de Gaza. Una revolución islámica al estilo de la iraní estaba en marcha.

Al final, Yasín fue encarcelado (“el terrorista de la silla de ruedas”, se le conocía popularmente), pero sus seguidores ya se contaban por miles y sacaban fondos para la causa palestina de todas partes, de los magnates de los petrodólares siempre dispuestos a financiar movimientos ultraconservadores religiosos frente a la amenaza de la izquierda laica musulmana contraria a sus intereses, de Irán, de Siria, de Arabia Saudí. Todo ello sirvió para sufragar la gran oleada de ataques y secuestros de Hamás de los años 90. Incluso la feroz campaña de atentados suicidas iniciada en 1994. Arafat trató de frenarla, pero ya era demasiado tarde. El auge de la extrema derecha de Netanyahu y el terror de la población a los hombres bomba terminaron por enterrar, una vez más, cualquier posibilidad de entendimiento. Más tarde, llegó la gran ofensiva de Hamás de 2003 en el sur de Israel con decenas de muertos y ahora el sangriento 7 de octubre. Los palestinos llevan décadas viviendo en estado de guerra permanente.

Hoy la estructura del movimiento fundado por Yasín bajo el nombre de Hamás cuenta con un brazo militar, conocido como Brigadas al Qassam, que ha liderado los recientes atentados contra Israel. Se reclutan milicianos en todas partes. Parados, electricistas, mecánicos, ingenieros… Allá donde haya un palestino oprimido, huérfano o resentido por el asesinato de algún familiar a manos del Ejército hebreo hay un potencial combatiente. Muchos son expertos en la fabricación de teléfonos bomba y cinturones de explosivos. Todo hombre en plenas capacidades físicas y mentales puede convertirse en un guerrero de Alá para la causa de la emancipación de Palestina. “Hamás participa en el juego político utilizando las instituciones para ganar influencia, al tiempo que proporciona servicios sociales y realiza una importante labor de predicación (dawa) para ganarse el reconocimiento y apoyo de la población palestina”, asegura el informe de Calvo y Vicente.

El despegue fulgurante de Hamás se produjo en 2006, cuando bajo la lista electoral Cambio y Reforma obtuvo la mayoría absoluta en las urnas frente a su principal competidor, Fatah, el partido más moderado fundado por Yasir Arafat. Un año más tarde, los grupos leales a Hamás ya controlaban la situación, expulsaban de la Franja a los partidarios de la vieja OLP e imponían su ley islámica con mano de hierro. Desde su llegada al poder, la organización terrorista ha asumido el gobierno de facto en la zona ocupada, mientras Fatah se veía obligada a buscar un nuevo emplazamiento en Cisjordania. Esta separación se mantuvo hasta 2017, cuando se produjo un nuevo acercamiento entre ambos partidos. En octubre de ese año, la Autoridad Nacional Palestina regresaba a la Franja tras firmarse en El Cairo el Pacto de reconciliación,por el que se acordaba la creación de un gobierno de unidad, la convocatoria de elecciones generales y el traspaso del control fronterizo de Rafah.

Sin embargo, y pese a los acuerdos, Hamás ha terminado convirtiéndose en el gran poder palestino en la sombra. De hecho, dirige el país de forma autocrática, tal como denuncian las oenegés Human Rights Watch y Amnistía Internacional, que han acusado a sus líderes de cometer graves crímenes contra la humanidad, y no solo contra la población judía, también contra sus propios compatriotas. Se han redactado informes de torturas, asesinatos y secuestros que hablan de una sangrienta dictadura de corte islamista donde la libertad no tiene cabida.​ Se habla de un régimen de terror como nunca antes visto. Nadie está a salvo en la Franja, y mucho menos los intelectuales, librepensadores, las prostitutas, los narcotraficantes y todo aquel comerciante que mantenga tratos con Israel. Hamás amenaza con duros castigos, incluso con la muerte ante la más mínima sospecha de traición.

La organización terrorista nunca ha renunciado a la violencia para alcanzar sus objetivos políticos y finalmente se ha convertido en una obsesión enfermiza para el Estado de Israel, que lleva años temiendo su propio 11S, como así ha ocurrido finalmente. Ni siquiera la política de “asesinatos selectivos” del Ejército judío, que de cuando en cuando consigue acabar con la vida de alguno de los cabecillas de Hamás, ha logrado terminar con la pesadilla. Como todo grupo armado, el movimiento de resistencia es una hidra de mil cabezas y cuando una de ellas es seccionada surgen nuevos líderes y nuevas células metastásicas dispuestas a continuar con la lucha. De ahí que escuchar a Netanyahu decir que la victoria caerá del lado del pueblo judío, aunque la batalla será “larga y compleja”, solo puede llevar a una conclusión: está engañando a la nación.  

Sea como fuere, allá donde no llegan los alimentos de la ONU y de los países que participan en el programa de cooperación internacional (casi el único sustento del que viven millón y medio de palestinos) llega la mano de Hamás. Allá donde la red sanitaria y asistencial falla, está Hamás para cubrir en lo que se pueda las necesidades de los enfermos. Hamás proporciona un pan que llevarse a la boca, consuelo espiritual y la esperanza remota de una vida mejor ya sin el yugo judío. Ha levantado una red de escuelas coránicas, clínicas, obra social. Concede donaciones, préstamos, subsidios. Se hace cargo de la pensión de las familias de los activistas caídos en combate y de los presos recluidos en cárceles israelíes. Y todo ello con un modesto presupuesto calculado entre 70 y 90 millones de dólares, el que podría manejar un ayuntamiento español de tamaño medio. Muchos palestinos ven a Hamás como el único partido que se preocupa por ellos. Poco a poco, el grupo terrorista ha ido desplazando a la Autoridad Nacional Palestina y a Fatah, hasta el punto de que cuando un vecino de Gaza tiene un problema de cualquier tipo recurre a Hamás y solo a Hamás. Es en ese semillero de gente sumida en la miseria y la desesperación donde el aparato yihadista capta a sus futuros soldados para la guerra santa contra Israel. Unos palestinos se acercan a los guerrilleros porque ya no tienen nada que perder o por pura necesidad de subsistencia (un sueldo a cambio de empuñar un arma contra el enemigo es mejor que ver morir de hambre a tu propia familia). Otros por convicciones religiosas o políticas (sienten la llamada del martirio o están seguros de que el futuro de Palestina pasa necesariamente por hacer desaparecer a Israel). Gracias a su intensa labor caritativa y proselitista, Hamás ha ido ganando cientos de adeptos para la causa en los últimos años. Y cada vez llegan más jóvenes, más radicalizados y con más ganas de matar judíos. Esa es la trágica consecuencia de años de fracaso de la ONU, de opresión israelí y de falta de futuro.

En su carta fundacional de 1988, Hamás marca cuáles son sus estrategias y fines, que básicamente se reducen a tres: la destrucción de Israel, la expulsión de los judíos del territorio palestino y el establecimiento de un nuevo Estado teocrático regido por la ley islámica (sharía). Su ideal es construir un régimen radical islámico a la manera del iraní con capital en Jerusalén y que englobe los actuales territorios de Israel, Cisjordania y la Franja de Gaza. Cualquier vía de negociación con el Gobierno de Tel Aviv o con Estados Unidos se rechaza rotundamente. Cualquier pacto como los acuerdos de paz de Oslo se considera “una pérdida de tiempo”. Se trata de vencer o morir. Lógicamente, su proyecto delirante nunca será aceptado por la comunidad internacional. Y no solo porque ello supondría la liquidación de facto del Estado de Israel, sino porque sería tanto como dar luz verde a otro país fundamentalista anclado en la Edad Media e idéntico al que han establecido los talibanes en Afganistán. Más ley coránica, más madrasas para adoctrinar a los niños en el islam radical, más burkas, más lapidaciones de mujeres, más persecución contra los homosexuales. En definitiva, más odio a la democracia y a la libertad occidental.

El nombre con el que Hamás bautizó su baño de sangre del 7 de octubre –“Operación Inundación de al-Aqsa”, en alusión a la mezquita homónima de Jerusalén cuyo control ha sido objeto de reiteradas disputas entre judíos y musulmanes en los últimos años– fue toda una declaración de intenciones. La propia crudeza y grado de salvajismo de sus acciones militares indican que la banda ha caído en manos de los elementos más fanatizados y violentos. Las ejecuciones, degollamientos, secuestros y lanzamiento masivo de cohetes contra Israel (más de 5.000 proyectiles en menos de tres semanas, según fuentes palestinas), ponen los pelos de punta a Occidente, que prefiere mirar para otro lado ante el genocidio del pueblo palestino antes que negociar nada con los yihadistas. Todo apunta a que Hamás ha dado un salto cualitativo en la estrategia del terror, pasando de ser una organización local con acciones puntuales a una multinacional del terrorismo globalizado apoyada y sostenida económicamente por estados totalitarios como Irán, Siria o Arabia Saudí. El momento elegido para el atentado, precisamente cuando Estados Unidos trataba de normalizar relaciones con las autocracias religiosas de Oriente Medio y del Norte de África en el marco de los Acuerdos de Abraham de 2020 (en especial con el Gobierno saudita), revela un claro mensaje de Hamás para el mundo: no hay nada de lo que hablar con los infieles. Es evidente que el grupo radical ha iniciado una guerra que tiene como principal objetivo la desestabilización de la zona y al mismo tiempo involucrar a fondo a más Estados árabes y a otras organizaciones terroristas como la milicia chií de Hezbolá, que tras los atentados del 7 de octubre se ha sumado a las acciones bélicas bombardeando posiciones israelíes desde el Líbano.

Sin embargo, hay otras posibles explicaciones a por qué Hamás se ha lanzado a una espiral de violencia máxima y sin control. Por ejemplo, el descontento social de los propios gazatíes contra los líderes del grupo terrorista. Según algunas encuestas, tres cuartas partes de la población de Gaza considera que la administración local es corrupta, mientras que la mitad rechaza la lucha armada como única forma de interacción entre israelíes y palestinos, mostrándose a favor de que se inicien negociaciones de paz. “Ello va en contra de los principios estratégicos de Hamás, que no contemplan otra posibilidad que la aniquilación del estado de Israel”, aseguran los analistas de Elcano.

Se cree que el grupo guerrillero ha construido una laberíntica red de pasadizos secretos y túneles subterráneos en la frontera con Egipto, con los que puede romper el bloqueo de Israel y contrabandear con armamento, combustible y material de primera necesidad para la población gazatí.

Hamás ha sido declarada organización terrorista por la Unión Europea, Estados Unidos, Israel, Japón, Canadá, Australia, la Organización de Estados Americanos (OEA), Reino Unido, Paraguay y Costa Rica. Otros países como Rusia, Turquía, Brasil, China, Noruega o Suiza no la consideran como tal.

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1 COMENTARIO

  1. Hagamos memoria:
    En 2006 hubo elecciones libres en Palestina y en la zona de Gaza gano mayoritariamente Hamas.Para no variar, los EEUU y Israel no dieron por validas esas elecciones a pesar de que el expresidente Carter fue observador internacional y no cuestiono el resultado electoral.Israel,para no variar, detuvo y encarcelo a diputados de Hamas elegidos democraticamente .
    Todo el derecho del mundo tiene quienes quieren defenderse de un ejercito invasor y asesino como es Israel.

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