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La ideología de la decadencia

Rafael Víctor Rivelles Sevilla
Rafael Víctor Rivelles Sevilla
Nacido en Valencia el 4 de Junio de 1961. Licenciado en Medicina y Cirugía por la Universidad Autónoma de Madrid en 1986. Especialidad de Psiquiatría. Ejercicio actual en el Hospital Universitario La Paz.
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análisis

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Al conjunto de conocimientos, saberes, costumbres, valores, actitudes y comportamientos de grandes grupos humanos solemos nombrarlo como «Civilización», y ello incluye textos escritos, edificaciones, pinturas, esculturas y por supuesto todos aquellos mitos que mantuvieron unidas a las gentes durante siglos. El estudio de desaparecidas civilizaciones resulta de extrema utilidad aunque sólo fuese para no repetir los mismos errores una y otra vez.

Fue Zapatero quien en una Asamblea General de la cada vez mas inoperante ONU lanzó la confusa idea de una «Alianza de Civilizaciones». Su intención parecía ser la de fomentar una colaboración entre dos civilizaciones, la occidental y la islámica con objeto de combatir el terrorismo. El discurso constituyó uno de los ejemplos mas claros de lo que suele denominarse «pensamiento Alicia» que diría Gustavo Bueno, que no es otra cosa que prescindir de la realidad dando rienda suelta a nuestros benefactores deseos en la planificación de la acción política. Como lo haría un enamorado con la muchacha de sus desvelos. Pero la realidad política no es otra que la voluntad de poder de los hombres en las conflictivas dinámicas entre sus clases sociales, estados, naciones, imperios, etnias, tribus y demás construcciones que regulan las relaciones entre las personas.

Aunque de escasa relevancia a nivel mundial, Zapatero es uno de los mas conspicuos representantes de la actual «Civilización Occidental». Esa misma cuya decadencia irremediable vaticinaba hace poco mas de cien años el criticado pensador germano Oswald Spengler, conservador, reaccionario, clasista y sin embargo profundamente antinazi. Su visión de las civilizaciones como organismos en cambio que nacen, crecen, llegan a su clímax y desaparecen tiene su punto de verdad.

Lo que llamamos «Occidente » hunde sus raíces en Grecia, Roma y en el judaísmo y su secta herética (el cristianismo que aspiró al dominio mundial mediante la fe). El Islam también lo intentó y como el cristianismo fracasó. Tras el colapso romano ( provocado mas por su ambiciosa, egoísta y nefasta clase dirigente durante los siglos IV y V, propensa a los conflictos civiles) muchos estados han intentado ocupar su lugar preponderante, entre ellos la Monarquía Hispánica, dando lugar a un continuo «quítate tú que me pongo yo», siempre dentro de similares patrones culturales. Lo cierto es que tras Waterloo (1815) fue la talasocracia anglosajona la que, aprovechando las revoluciones científica e industrial, y en sus versiones primero británica y después norteamericana, se apropió del cetro imperial de la «Civilización Occidental» y dominó todo el orbe, aplastando los intentos alemanes en 1945 y rusos (mediante la URSS) en 1989 de arrebatárselo.

En los últimos años numerosos autores anglosajones han escrito sobre la caída de Roma. Ellos sabrán el motivo. Lo cierto es que Washington con su Capitolio y su arquitectura neoclásica no deja de recordar a la vieja Roma, un lejano espejo donde contemplamos su grandeza y sus errores que pudieran ser los nuestros. Porque las civilizaciones necesitan mitos que unan a sus bases de población y más si como EEUU aspiran al dominio universal. La machacona propaganda a la que a diario nos someten en el cine, la televisión, los periódicos y las plataformas de entretenimiento transmiten las viejas ficciones norteamericanas como ideología dominante. Son los mitos liberales de la Libertad, la Democracia y los Derechos Humanos. Sufren del mal propio de la ancianidad, es decir, son sabios pero nadie les hace caso. No importa. Se fabrican mitos nuevos que conforman lo que se conoce como » Progresismo». Son mitos radicalmente individualistas, sentimentales y finalmente profundamente divisivos. Como una caricatura grotesca de la ideología liberal. El feminismo absurdo, la ideología de género, el cambio climático, la ecología, el diálogo, la felicidad, la transformación de los sentimientos en derechos con la autodeterminación para etnias, pueblos y finalmente de uno mismo y de su biología, una política migratoria desquiciada e interesada, y los privilegios para determinados colectivos como reparación de abusos de hace siglos. Alguno se me olvida. Pero si despejamos la asfixiante niebla propagandística de bondad salvadora de la democracia, los derechos humanos y la libertad nos encontramos con una actuación clásicamente imperial con invasiones, bombardeos, cañonazos, apoyo a golpes de estado, explotación de recursos ajenos y nuevos genocidios ( permitidos hoy mientras denunciamos los ocurridos hace siglos). Es la descarnada lucha de EEUU en las fronteras de su imperio (Ucrania, el Mar Rojo, Palestina) ya que se siente amenazado por China, como en su día Roma por Persia.

Es curioso como tras el triunfo absoluto sobre la URSS y a tan sólo tres décadas, EEUU se encuentre dividido, temeroso y  propenso a utilizar la fuerza bruta como expresión de su propia inseguridad. Como Roma en el siglo V disponen de un poderoso ejército, aunque con muchos frentes abiertos. Como en Roma, el Emperador ha perdido el control de unas élites forradas de dinero que todos los años pasan lista en Davos donde políticos títeres transmiten una ideología para que sus amos ( no sus naciones) se enriquezcan a la vez que intentan implantar una suerte de tecnodictadura que imite a la existente en China aunque con mayor cantidad de hedonismo tontorrón y menos dosis de sacrificio confuciano. El problema es que en las fronteras del decadente imperio americano está muriendo mucha gente, como en los «limes» romanos y todo el mundo se ha dado cuenta de que los publicitados «Derechos Humanos» de la propaganda occidental son mas derechos para unos que para otros. EEUU sacrifica ucranianos como Teodosio I sacrificaba godos. Todo eso mientras Ernest Urtasun clama contra la colonización española en América como un revitalizado Bartolomé de la Casas (aviso que era fraile dominico y eso, ahora está muy mal visto). Nadie va a creerse al pobre Zapatero y su «Alianza de Civilizaciones». La nuestra está podrida.

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