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Obrador de albondiguillas

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Tanto en el Congreso de los diputados como en el Senado debería haber una sola cámara de televisión de trescientos sesenta grados colgada del techo, un cacharro parecido a aquellas alucinantes bolas de espejos de las discotecas de nuestra juventud, para que todos los ciudadanos y ciudadanas pudiéramos tener una visión global del desarrollo de las sesiones, y así ver con total claridad, y también oír, por supuesto, el comportamiento de sus señorías. Esa imagen total nos daría una información muy valiosa del pelaje, la calaña, la calidad de nuestros políticos y políticas. Una información a la que no tenemos acceso porque, hasta ahora, las cámaras solo enfocan al orador u oradora que está hablando  en la tribuna, alternando esa imagen fija con algunas, no muchas,  imágenes de las diputadas y diputados en sus escaños.

Si hubiéramos visto las sesiones de los últimos cuatro años de legislatura a través de esa cámara cenital, habríamos visto con total claridad  la “estrategia”  del PP frente al gobierno de Sánchez. Una estrategia que, a falta de ideas, razones y argumentos, ha consistido básicamente en un permanente ejercicio de crispación, en una continua bronca, un interminable ruido, un furor, una rabia, un desatado griterío, una escandalera  más propia de un patio de colegio que de un parlamento nacional. Porque el PP, a pesar de sus muchas y buenas cabezas, que desde la cámara cenital se verían como un puesto de melones, no han sido capaces de articular otra oposición más allá de las continuas trifulcas, los insultos y las descalificaciones.

Ya empezaron diciendo, y todavía lo dicen cuando no tienen otro insulto  al que echar mano, el caso es hacer daño, que el gobierno de Sánchez era “ilegítimo e ilegal”, además de los ya habituales de “socialcomunista, filoterrorista, chavista, bolivariano….” y otros insultos y descalificaciones que se han oído salir una y otra vez como un mantra de las bocazas de algunos dirigentes de las derechas. Unas acusaciones, sobre todo las de “ilegítimo e ilegal” sin venir a cuento alguno, solo motivadas por su odio, su rabia y  su furia porque perdieron unas elecciones que creían tener ganadas de antemano. A la vista de todo esto, puede decirse sin temor a equivocarse que el Partido Popular es el partido de las mentiras, los insultos y las deslealtades. Podían respetar mínimamente a sus adversarios políticos aunque solo fuera por respeto a sus votantes. Unos votantes que, naturalmente, han equivocado su voto, pero merecen el mismo respeto que cualquier otro español que, muy acertada e inteligentemente, sobre todo los asalariados, les votaron a ellos.  ¿O es que acaso no son también españoles?. Lo son también, existen, les guste o no, hasta que el general de Aviación Francisco Beca, ese españolazo bíblico, ponga en marcha  su proyecto de fusilar a los veintiséis millones de españoles que, según él, estorban, sobran, porque no piensan como él y los buenos españoles de orden y de bien. 

Pero tanto Pedro Sánchez como los miembros de su gobierno de coalición ya tienen el callo hecho a los insultos porque los han recibido, y los siguen recibiendo a diario, como el pan, de todas las formas y colores. Unos insultos que más que a Sánchez y a sus socios y socias señalan la impotencia, el odio, la rabia y la furia desatada de quienes no pueden soportar que otros gobiernen España, su España, a la que tienen y siempre han tenido como su cortijo particular.

Uno de los que más insultaron a Sánchez, porque así venía en el miserable, rastrero e infame guión, en el tan torpe y como faltón argumentario del PP, fue Pablo Casado, aquel presidente del PP al que echaron de su partido con los mismos miramientos que se echa una bolsa de basura al contenedor, porque se atrevió a decir que estuvo feo que  el hermano de la Ayuso se llenara los bolsillos con la comisión  de un contrato de mascarillas en plena pandemia, cuando morían centenares de personas al día.

A la hora de darle la patada a Casado no se tuvieron en cuenta sus grandes servicios prestados al partido. Unos grandes servicios que, como ya se ha dicho, consistieron, básicamente, en insultar a Pedro Sánchez, llamándole “el mayor felón de la historia democrática de España” “el mayor traidor que tiene nuestra legalidad”, además de acusarle del grave delito de “alta traición”, y de dedicarle calificativos como “sociópata” “presidente fake” “guerracivilista” “anticlerical”…etc. ¿Anticlerical?, pero si está la Santa Institución y sus no menos santos miembros, desde el presidente de la Conferencia Episcopal al último cura raso, más lustrosos que nunca.

Y volviendo a la idea de la cámara cenital, de haber estado ya instalada habría captado el momento exacto en que las bancadas de las derechas montan la trifulca. Unas bancadas que cuando no hay programado ningún jaleo, bronca o zapatiesta contra Sánchez y sus malvados socios, son un apacible obrador de albondiguillas, un catálogo de bostezos, un dulce y despreocupado concierto de placenteros ronquidos cuando se tratan en la cámara problemas reales de la ciudadanía, como las desigualdades sociales y chorradas así que no les interesan lo más mínimo. En cambio saltan de sus asientos como resortes, sacudiéndose en un instante su permanente modorra, y espabilándose como las gallinas cuando les dan la pimienta, en el momento en que desde la dirección de sus partidos reciben en sus móviles el toque de rebato, el toque de corneta de la carga de la caballería, con la consigna de “España se rompe, se quiebra, se destruye, se va al garete….” . Y es entonces, y solo entonces cuando sus señorías se despabilan y empiezan a “trabajar” de verdad, es decir a gritar y a patalear como posesos, a armar bronca, a sobreactuar, a dar rienda suelta a todo el histrionismo del que son capaces, que no es poco; a mostrar toda la falsa y descarada afectación de la que hacen gala como los malos actores y actrices que gimen amarga y desconsoladamente por “la rotura, la destrucción de España”.

Antes de lanzarse a formar parte del desolado coro griego que interpretan en bucle  el “Réquiem por España”, intentaron colar la burda, la fea mentira de que ellos, el Partido Popular, habían ganado las elecciones, pero los malvados agentes del Sanchismo, ¿quién si no? no reconocían su derrota y les impedían gobernar. Y tuvo que venir Nicolás Sartorius a explicar lo que todo el mundo sabía, y el PP el primero, que éste es un régimen parlamentario donde gana el partido que más apoyos consigue en el parlamento. Y esto, no hace falta decirlo, lo sabía el PP, que ha perdido muchas elecciones en las urnas y después las ha ganado por medio de sus alianzas con Vox. Y tanto dieron el tostón, la insufrible matraca, con que habían ganado, que tuvo que subir al estrado, a decirles lo que ya sabían, un diputado llamado Óscar Puente que, a pesar de haber ganado las elecciones, perdió su sillón de alcalde de Valladolid por el pacto entre PP y Vox. Y lo dijo de una manera clara y contundente, sin paños calientes, lo que se llama un afeitado en seco. Y se lo tomaron muy a mal, como se suelen tomar a mal las crudas verdades dichas a la cara. Incluso Carles Francino, un gran periodista que respeto y admiro, dijo de la intervención de Puente que, entre otras cosas, “faltó decoro”. Querido Francino: ¿qué decoro puedes mantener cuando se están riendo de ti en tu cara? ¿Cómo quieres mantener decoro alguno cuando unos energúmenos no dejan de gritar sus mentiras, llegando a llamar a la ciudadanía a rebelarse contra Sánchez porque no deja gobernar al que ha ganado las elecciones?. Qué momento perdiste, admirado Francino, de callarte y en lugar de tus palabras, que casi siempre comparto, poner una de las habituales buenas canciones que se oyen enteras, lo cual se agradece mucho, en tu estupendo programa.

Pero lo que rompe a España, y eso lo saben bien PP y Vox, lo saben tan bien como cualquier ciudadano y ciudadana mínimamente informando, no es esa hipotética amnistía a los independentistas catalanes, ni menos el referéndum. Lo que rompe España es la cada vez más profunda brecha entre ricos y pobres. Lo que rompe a España es el progresivo e imparable desmantelamiento de la sanidad y la educación públicas. Lo que rompe a España es el no menos imparable empobrecimiento de la clase trabajadora a la que las derechas han negado una y otra vez una más que justa y necesaria subida del salario mínimo. Lo que rompe a España es el imposible acceso de los jóvenes a una vivienda. Y así podíamos seguir, pero no haría falta porque todos y todas sabemos que es lo que  rompe a España.

En un reciente pleno del ayuntamiento de Cádiz, un concejal afirma, con toda la razón, que “PP y Vox son los  mayores fabricantes de independentistas”. Y sigue diciendo, con no menos razón, lo que todos sabemos, pero nunca viene mal repetir por si a alguien le queda alguna duda: “España no se va a romper por la amnistía, España ya está rota por la mitad, está rota por los de arriba que tienen muchos beneficios y está rota por los de abajo que somos muchos y tenemos pocos recursos. Porque lo que rompe a España no es la diversidad, ni son las identidades ni los nacionalismos, lo que rompe a España es la desigualdad social. Son las dos reformas laborales que las derechas llevaron a cabo, y la negativa a la subida del salario mínimo. Lo que rompe a España es que no se regulen los precios de alquileres de las viviendas. Que no se pueda acceder a una vivienda digna. Lo que rompe a España son los desahucios, los regadíos ilegales como los de Doñana; lo que rompe a España son los 14 días de lista de espera para un cita de atención primaria o un año para el traumatólogo. Lo que rompe a España es el racismo, es la homofobia y es la exclusión, no la igualdad y diversidad. Y ustedes nunca han traído estas cuestiones al pleno”.

Ya sabrá el concejal y su grupo que pueden esperar sentados a que las derechas lleven esas cuestiones a ningún pleno, porque son asuntos que ni les van ni les vienen. Nunca se remangarán y se pondrán a arrimar el hombro para solucionar estos graves problemas que afectan a una gran mayoría de  españoles y españolas. Unos problemas que están rompiendo a España de verdad. Y no las peticiones de unos dirigentes independentistas que deben ser tratadas buscando siempre una solución política que debe salir del diálogo entre las partes.

Dice Michelle Bachelet: “Hubo un tiempo en nuestro país donde se terminó el diálogo. Qué terrible es para una sociedad que se le acabe algo tan elemental como es la posibilidad de comunicarse y entenderse”. Ningún político debería olvidar que su trabajo es comunicarse y entenderse a través de un diálogo permanente.

Algunos políticos y políticas deberían preguntarse alguna vez si aportan, si contribuyen en algo a ese, más que necesario, imprescindible diálogo. Si nunca se lo han planteado, la sociedad debería hacerles saber a esos  diputados o diputadas elaboradores artesanos de albondiguillas, o a los matones y matonas que solo saben armar bronca, insultar, descalificar y amenazar a los que no piensan como ellos, o a los que interpretan ambos papeles según les ordena su partido, que si son incapaces de dialogar mínimamente, de llegar a acuerdo alguno a través del debate, de la argumentación, del razonamiento, de la voluntad de entendimiento, harían un gran favor a la ciudadanía dejando la política.    

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