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Almudena Grandes en los ojos de García Montero

José Luis Escañuela Roman
José Luis Escañuela Roman
Abogado y Tercer grado en Economía aplicada. Lideró el traslado de los restos de Diego Martínez Barrio, Presidente de la IIª Republica al cementerio de Sevilla. Fundó el Ateneo Republicano con Julio Anguita y fue amigo personal de la Duquesa Roja y Trevijano. Columnista en diversos medios. Lo imposible lo lleva al paso, lo posible le cuesta un rato. Emérito (¡qué palabra!) del club de los benditos fracasados.
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análisis

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Hay algo triste en las estatuas y las imágenes que perpetuan torpemente la memoria de los que se fueron.

No hay mausoleo que no acabe derribado por el tiempo o la memoria; y apenas pervive en la retina la bala perdida que cayó sobre el Hotel Palestina, (cuyo nombre debió ser una premonición), y donde terminó abatido con solo 32 años el periodista José Couso.

El óbito de quienes fallecieron no nos aparta de ellos, sino de nosotros mismos. De quienes éramos cuando nos cogían de la mano.

Por eso, estremece el uso de la nostalgia como recurso publicitario, de lo que es pobre ejemplo el último libro de Luis García Montero, que versa sobre sus poemas en derredor de Almudena.

Sin ánimo de crítica, a la poeta gaditana (lo siento por Madrid, pero uno es patrimonio de donde te amaron) se la venera recorriendo los senderos por donde transcurrían sus pasos entre retamas blancas y amarillas.

Se la adora temblando en el carmín secreto con que Pasionaria disimulaba su luto, en las tinieblas húmedas con Antón.

Sucede que en España se utiliza en exceso el recurso de la hagiografía y los obituarios fenecen como los horóscopos.

Se versiona la música original y ya ni retumban los bongos y congas de las estrofas.

Parece que nuestras opciones de no rendirnos o abandonarnos ante un futuro parco, deberían pasar por respetar la integridad de quienes peleamos contra el mismo enemigo y perdido las mismas guerras; pero nos empeñamos en sucedáneos en forma de relato que acaban humillando nuestras heridas.

Haría bien pues García Montero en dejar reposar a Almudena, tal como fue y no tal como él la imaginó. Siquiera porque su voz ya estaba quebrada y, sobre todo, porque  tan solo fuera un momento que solo perteneciera a ellos.

Lo demás, -eso que nos dicen las cenizas- seguro que ya han partido con el viento que desbroza en el imaginario de quienes, en los albores de la inteligencia artificial, aun sueñan con ser poetas.

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