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Otro PSOE es posible. Y terriblemente urgente

José Antonio Vergara Parra
José Antonio Vergara Parra
Licenciado en Derecho por la Facultad de Murcia. He recibido específica y variada formación relacionada con los trabajos que he desarrollado a lo largo de los años.
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análisis

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Hubo un tiempo en el que el mejor pesoe alargó el bienestar hasta españoles sempiternamente olvidados. Durante larguísimos años y con el protectorado activo del régimen, hubo una casta de señoritos, nobles y terratenientes que pastorearon a españoles faltos de las más elementales necesidades. No pocos de aquellos forjaron sus riquezas sobre el sudor y lágrimas de estos últimos. A medida que el régimen languidecía, España entreabría sus puertas a Europa y una pujante clase media emergía, apiñada pero feliz, de entre los pequeños Seiscientos. Me estoy refiriendo a los años sesenta, naturalmente. Entre 1960 y 1975, la economía española crecía a un ritmo del 7% anual. La crisis del petróleo de 1973, que llegaría a España con una par de años de demora, truncó aquel crecimiento espectacular. No es posible negar esa evidencia como también lo es la gran labor desarrollada por el pesoe de Felipe González; singularmente durante su primera legislatura. En las elecciones generales de octubre de 1982, el PSOE obtuvo un resultado simplemente espectacular: 10.127.392 votos que se tradujeron en 202 diputados. Mas esa fortísima dosis de representatividad democrática hubo de enfrentarse a un escenario nada alentador. Un año antes hubo un golpe de Estado felizmente fallido, la destrucción de empleo era galopante, la inflación estaba por encima del 10%, el déficit público no había parado de crecer y la banda terrorista ETA mataba a mansalva. El primer gabinete de González fue, ante todo, responsable pues adoptó medidas tan necesarias para el país como contrarias a sus principios socialdemócratas: realizó un duro ajuste fiscal, flexibilizó el mercado de trabajo y reconvirtió la industria obsoleta. Otro hito no menos capital para la seguridad de España fue su ingreso en la OTAN. El PSOE, de nuevo, tiró de sensatez auspiciando un referéndum en el que, revisando su conocida oposición, defendió el . Los sindicatos se hicieron a un lado dejando que todo el peso y desgaste de aquellas decisiones cayeran sobre los hombros del pesoe.

Decisiones insoslayables que el tiempo reveló como acertadas. Como indiscutibles logros fueron la consolidación de la democracia, el ingreso en la Comunidad Económica Europea, la cimentación del Estado del Bienestar y una apuesta inversora muy significativa en educación e infraestructuras.

A la altura intelectual y política del gabinete de González debemos los aciertos reseñados, como otros no citados por economía narrativa. Transcurridos treinta y siete años desde el fin de la primera legislatura socialista, ya nos gustaría contar hoy con ministros de la talla de Francisco Fernández Ordóñez, José Joaquín Almunia, Ernest Lluch, Félix Pons, Eduardo Sotillos, Javier Solana, Abel Caballero o Enrique Barón, por poner algunos ejemplos.

Sabemos lo ocurrido después que, por otra parte, es consustancial con casi todos los alargamientos innecesarios de mandatos: corrupción, anquilosamiento de las estructuras gubernativas y una acción política esencialmente centrada en la preservación del poder. El que esté libre de pecado que arroje la primera piedra pues, en efecto, todos los partidos con una larga trayectoria guardan pelusas bajo las alfombras.

Borrell, contra todo pronóstico, ganó a Almunia (candidato del aparato) en las primarias de abril de 1998. Trece meses más tarde, presentó su dimisión. ¿Motivo? Un caso de fraude fiscal salpicó a ex colaboradores cuando éste fue Secretario de Estado de Hacienda. ¿Hubo alguna implicación directa de Borrell en ese asunto? Ninguna. ¿Saben qué periódico destapó el caso? El País. Aten cabos, si así lo desean. Finiquitado Borrell, Almunia (el preferiti de González) asumió el liderato del PSOE. Lo que me recuerda la dimisión de José Manuel Soria tras una filtración del caso conocido como los papeles de Panamá. El Ministro que intentó atar en corto a las eléctricas por alterar de forma fraudulenta el precio de la energía, quedaba oportunamente amortizado. Vuelvan a atar cabos.

Lo de Almunia no salió bien. Aznar consiguió una holgada mayoría absoluta y el PSOE obtuvo un calamitoso resultado. A partir de ese instante, el PSOE inició un declive evidente. José Luis Rodríguez Zapatero abanderó una etapa en la que la solvencia intelectual, la responsabilidad o la adopción de políticas útiles dejaron paso a la mediocridad, la insensatez y la propaganda. Tiró de memoria selectiva (que es una forma de desmemoria) para tapar su incapacidad aunque la realidad, cruda y terca, acaba regresando en forma de búmeran afilado. A los de memoria corta y acomodaticia, les recordaré que Zapatero redujo el sueldo a los empleados públicos, congeló las pensiones y modificó la Constitución para establecer un techo de gasto. Abarató el despido e introdujo mayor control sobre los parados, elevó a la edad de jubilación a los 67 años y la necesidad de cotizar durante 38,5 años para poder jubilarse a los 65.

Hizo cosas bien. Aprobó la ayuda de 426€ para los parados que hubiesen agotado la percepción del desempleo, la Ley Antitabaco, la creación de la Unidad Militar de Emergencias o la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo. El establecimiento de una Ley de plazos para el aborto fue un grave error y la posibilidad de que una chica de 16 o 17 años pudiese abortar sin el permiso paterno, un solemne disparate. La derogada legislación (devenida de una soberbia sentencia del Constitucional) no consideraba el aborto como un derecho sino que lo despenalizaba en tres supuestos concretos: aborto ético, terapéutico y eugenésico (también llamado embriopático)

Hay derechos civiles cuya positivización normativa no admite contradicciones juiciosas, pues son potestativos y su ejercicio efectivo no colisiona contra derechos de terceros. Sin embargo, hay otros derechos para los que la norma debe prever las adecuadas cautelas; que no están pensadas para laminar el derecho sino para proteger los intereses de sus beneficiarios. Por último, hay otra categoría de derechos (que no son tales, en realidad) cuyo ejercicio lesiona otros derechos de mayor o igual entidad. Parece claro que las agendas ideológicas disparatadas deben dar paso al análisis riguroso de implicaciones éticas, humanísticas, científicas y filosóficas.

Una vez más, el discípulo aventajó al maestro pues el sanchismo nos ha demostrado a todos que lo peor del zapaterismo era perfectamente degradable pero, ¿para qué repetir lo que muchos sabemos y otros tantos se empecinan en ignorar? Lo de Sánchez es tan esperpéntico que me supera. Me produce hastío.

Los fanáticos de uno y otro lado se ven, recíprocamente, con rabo y tridente. Los marionetistas actúan; los títeres no.

Me rebelo contra ello. Hay ideas y personas que merecen la pena. Y al contrario. No levanto murallas ni horado fosos. En las distancias cortas veo con claridad. Me consta, porque les conozco bien, que hay socialistas que merecen mejores abanderados y la recuperación de sus más elevados postulados. Desconozco si España merita un mejor pesoe pero lo necesita, aunque supongo que este quejido mío se diluirá en un océano mudo.

Tengo claro mi lugar pues como dijo alguien que yo me sé, “ser derechista, como ser izquierdista, supone siempre expulsar del alma la mitad de lo que hay que sentir”. Y por nada del mundo amputaría mi alma.

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