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Sensibilidad, conciencia y compromiso III

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análisis

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Tal y como nos temíamos, por qué será que siempre ocurre lo que temes y casi nunca, o nunca, lo que esperas, los árboles de la travesía de mi pueblo, La Villa de Don Fadrique, una pequeña localidad de La Mancha toledana, han sido talados, arrasados sin miramiento alguno, hechos leña para la chimenea porque así lo decidieron los políticos que actualmente gobiernan en coalición. Una decisión que ya tenían tomada desde el principio, y su soberbia y prepotencia les ha llevado a mantener al tiempo que ignoraban, cuando no despreciaban, “este es un país dominado por el desprecio”, decía Fernando Fernán Gómez, los informes y diagnósticos de expertos en la materia. Y además de los informes, todas las peticiones de los vecinos que, dando razones y argumentos, intentaban parar esta masacre, esta muerte anunciada, este flagrante atentado al medio ambiente. Pero ha ganado la arrogancia, el desdén y el desprecio a los que no les dan la razón ni asienten diciendo amén a sus antojos y ocurrencias.

Para empezar, cuando comenzaron las obras, nadie conocía el proyecto porque no se hizo público en ningún momento. Alguien lo encontró después de buscarlo con mucha paciencia, y no poca pericia, navegando por Internet. Este proyecto, más escondido que la tumba de Tutankamon, contemplaba la tala de treinta y siete acacias, en realidad han sido muchos más árboles, porque “no estaban en sus medidas”, es decir, no estaban donde tenían que estar. Nadie, ni el ingeniero que realizó el proyecto, en realidad una desmañada y chapucera copia y pega de otros proyectos, cayó en la cuenta que llevar entre ochenta y cien años en sus bien ganados alcorques, les daba legítimo título de posesión de ese metro cuadrado de terrero. Ellos,  los árboles, los seres vivos más viejos del pueblo, tenían más derecho que nada ni nadie a estar donde estaban. Y nadie, nunca, jamás, aunque tuviera sobrado poder para hacerlo, debería haber ordenado su desaparición. Porque el poder implica responsabilidad y esa responsabilidad era, además de con los vecinos actuales, con los vecinos futuros, las generaciones venideras, a los que debía legar esos árboles únicos en las mejores condiciones posibles. Con la tala de todos los árboles, se les hurtado la herencia a la que tenían derecho, a su uso y disfrute. Sin razón alguna, se ha dejado de ejercer la obligación de conservar y proteger ese legado que nosotros recibimos de nuestros padres y abuelos, y hemos disfrutado hasta que alguien, con todo el cinismo, la desfachatez y la indecencia del mundo, nos ha arrebatado ese uso y disfrute al que teníamos derecho. A nosotros y, como hemos dicho, también a las generaciones venideras.

El informe del profesor Máximo Florín Beltrán, un informe muy bien escrito y detallado, bien armado y argumentado, concienzudo y riguroso decía, entre otras muchas recomendaciones, unas recomendaciones que una a una se han pasado por el forro el equipo de “gobierno”, aunque más bien habría que decir de desgobierno, que los árboles debían reponerse a medida que fueran muriendo, porque los árboles, salvo muy contados casos, estaban sanos. Eran viejos pero estaban vivos y todavía con muchos años de vida por delante, pero han tenido la fatalidad, la desgracia de que la Cofradía de la Motosierra fijara sus ojos en ellos. Los árboles, como repitieron y repetimos como un mantra expertos consultados y vecinos y vecinas, estaban la mayoría sanos. Y así ha podido constatarse con total claridad y sin ningún género de dudas, que los tocones han aparecido perfectamente limpios y  sanos y, como ya hemos dicho y no nos cansaremos de repetir, con muchos años de vida por delante si no hubiera mediado la soberbia, la prepotencia y, otra vez, el olímpico desprecio hacia ellos y hacia los que pedíamos una y otra vez que no se talaran, que se respetaran y conservaran. Una petición, un ruego, una plegaria al todopoderoso concejal de obras que creímos haber sido atendida cuando éste se nos apareció un día en carne mortal como si fuéramos pastorcillos de Fátima y nos dio su palabra de que los árboles que pudiera salvar, él mismo, en su infinita misericordia, los salvaría. Ahora constatamos con total claridad dos cosas: que su palabra no vale un comino, y que nos tomó por imbéciles. 

El profesor Máximo Florín también dijo en su extenso informe, un informe que ni el concejal de obras ni otros responsables se dignaron no solo a tener en cuenta, sino ni siquiera a hojearlo por encima, ¿para qué?  si la decisión de talarlos todos ya estaba tomada, que la mayoría de los que estaban enfermos, podían tratarse para recuperar su salud. Pero parece ser que eso de tratarlos era mucho lío, mucho quebradero de cabeza, mucho miramiento y tontería, andar diagnosticando qué árbol estaba sano y qué árbol estaba enfermo, y no digo nada tener que ponerse a tratar su enfermedad, ¡buh¡ ¡menudo rollo andar diagnosticando la enfermedad de cada árbol y después tratarlo con lo fácil que es arrancar la motosierra y asunto solucionado. Supongo que solo de pensar en tratarlos les entraría una enorme pereza, un descomunal bostezo. Qué tontería, qué pérdida de tiempo ponerse a curar la enfermedad de un árbol pudiendo arrancarlo de cuajo y poner un simpático y resultón arbolito de vivero en su lugar. Esta actitud me recuerda a una broma del gran Luis Sánchez Polak “Tip” que en una de sus delirantes y descacharrantes parrafadas dijo: “Si me nombraran director del Museo del Prado, lo primero que haría es coger todos los cuadros viejos y tirarlos al contenedor, y encargaría cuadros nuevos, recién pintados.”  Pues un poco eso es lo que ha pasado aquí con los árboles: para qué perder el tiempo con árboles a los que hay que andar tratando y cuidando como viejos centenarios que son, habiendo plantitas jóvenes, lustrosas y vigorosas en los viveros. El problema es que ya no veremos más esos grandes y hermosos árboles dando sombra y embelleciendo la travesía, que era el escaparate del pueblo. Una travesía ahora convertida en una lengua de cemento al sol y que bien podría rebautizarse como “Avenida de la Desolación”, “Paseo de la Chicharrera”, “Calle de la Vergüenza”, “Paseo del Crimen” “Ronda de los ediles arboricidas” “Vía Dolorosa de los árboles muertos”… etc. Con cualquiera de estos nombres podría rebautizarse. 

Como decíamos antes, ahora que se han talado se ha visto, y hay fotos y vídeos de sobra que lo demuestran, que Máximo y muchos agricultores del pueblo a los que se les pidió su parecer, tenían razón cuando decían que la mayoría de los árboles, salvo algunos, estaban sanos o con alguna enfermedad curable con un, en la mayoría de los casos, sencillo tratamiento. Los que decidieron la tala actuaron, además de con muy mala fe, con total cinismo, descaro y desvergüenza cuando, aprovechando que un árbol podrido, un árbol que llevaba mucho tiempo clara e inequívocamente muerto, se partió y cayó sobre el capó  de un coche cuando éste le golpeó causando leves daños a la chapa, aprovecharon para decir a los cuatro vientos que así de podridos estaban todos los árboles, y que podían caer en cualquier momento sobre los viandantes. Y de una manera absolutamente reprobable, la junta de gobierno, faltando a la verdad a sabiendas con una increíble desvergüenza, afirmó que había que talarlos a todos sin dejar ni uno porque todos estaban igualmente podridos. Más de una vez alguna persona próxima a los miembros de esta junta de gobierno me ha dicho por la calle: “¡Pero si están “tos podríos!”. Pues no, mire usted, no estaban “tos podríos”. Y lo sabían.  La podredumbre estaba más bien en otras partes.

Los que estábamos en contra de la tala, que cada vez veíamos con más preocupación, angustia y hasta pánico el inminente crimen medioambiental, redoblamos los esfuerzos para intentar hacer entrar en razones a los responsables municipales. Pero todo fue inútil, tan encerrados, encabezonados y obstinados estaban en aplicar la sentencia de muerte que hubieran enviado a tomar a viento al mismísimo Linneo y a Mendel y a José Celestino Mutis si éstos hubieran salido de sus tumbas e  ido a La Villa a decir que los árboles ni están enfermos de muerte, ni van a caer sobre las espaldas de los vecinos, como de manera irresponsable y faltando una vez más a la verdad han afirmado hasta la saciedad los responsables municipales, convencidos de que una falsedad muchas veces repetida se convierte en una verdad.

Pero todo lo que diga y más, no va a hacer volver los árboles talados a sus alcorques. La fecha del tiempo solo avanza hacia adelante, y lo hecho hecho está, pero ojalá que esta sea la última vez que  se permite una cosa así. Y ojalá que los responsables de este crimen no vuelvan a ostentar jamás cargo público alguno. 

Antes de alegar como excusa, para justificar la tala, que los árboles estaban enfermos,  circunstancia ésta que no aparece reflejada ni por asomo en el proyecto, los ediles de la junta de gobierno dijeron  que los árboles había que talarlos porque con ellos en pie no podían hacerse las necesarias canalizaciones. Nosotros nunca estuvimos en contra del cambio de tuberías, al contrario, creíamos que no solo era necesario sino que urgía cambiar las viejas tuberías de fibrocemento por otras nuevas. Y esto era algo que  debería haberse hecho hace mucho tiempo. Como no nos fiábamos de los responsables municipales, ¡para fiarse de ellos! cuando afirmaron que no podían hacerse las canalizaciones sin talar los árboles, nos pusimos en contacto con un ingeniero de caminos del pueblo, un señor muy amable, ya jubilado,  con una enorme experiencia en estas lides, que conoce muy bien el tipo terrero del pueblo porque  ejerció la Dirección Facultativa del alcantarillado / saneamiento y también las obras de pavimentación de muchas e importantes calles del pueblo. Y después de estudiar el proyecto de remodelación de la travesía que le enviamos, nos dijo que  las obras podían realizarse sin tener que talar los árboles, que estamos en el siglo XXI y hay muchas soluciones constructivas para no tener que tocar los árboles. También dio algunas soluciones para las raíces que levantaban las aceras. Además, sostiene el señor ingeniero de caminos, canales y puertos que cuando hace cuarenta años se ejecutaron las redes de agua potable y saneamiento, los árboles, que ya estaban ahí, sobrevivieron sin ningún problema. Y ahora, cuarenta años después, podrían sobrevivir igualmente al cambio de tuberías. Todo era cuestión de voluntad. Si se quiere, se puede.

Trasladamos este dictamen del experto en la materia al concejal de obras y éste, una vez más no nos hizo el menor caso porque, volvemos a decirlo, la decisión de talar todos los árboles ya estaba tomada desde que se aprobó el proyecto por parte la junta de gobierno del Ayuntamiento. Y para no decir que iban talar los árboles porque sí, porque  les salía de ahí, primero alegaron que no podían hacerse las canalizaciones sin talar los árboles y como este achaque no tenía base ni fundamento alguno porque un experto en la materia había dictaminado que podía hacerse la obra sin talar un solo árbol, se inventaron lo de la enfermedad de los árboles, el ya antes citado están “tos podríos”. Con esa pobre, inconsistente y falsa razón, acompañada de una cara de cemento armado, han tirado para adelante para justificar el arrasamiento, la tala salvaje de todos y cada uno de los árboles de la travesía. 

Y así ha sido, a grandes rasgos, esta crónica negra, este cuento de terror que  culminó el pasado día 6 de febrero con la tala de los últimos tres grandes, y éstos especialmente magníficos y sanísimos, árboles centenarios. Y hay suficientes documentos gráficos en fotos y en vídeos que dan fe de que los árboles gozaban de muy buena salud.  Durante toda la tala, la gente, a pesar de los llamamientos por redes sociales, el boca a boca y los carteles que se colocaron en los troncos avisando de que los árboles estaban sentenciados a muerte, y la sentencia estaba a punto de cumplirse, nadie salvo unas muy honrosas excepciones acudieron a protestar y a encadenarse a los árboles cuando la motosierra ya estaba a punto de proceder a abatirlos.

Y entre este puñado de vecinos y vecinas, de los más de tres mil quinientos habitantes de La Villa de Don Fadrique, unos vecinos y vecinas con sensibilidad, conciencia y compromiso, además de determinación y valentía para  defender a los pobres árboles, sobresale Lorenzo Gómez Maqueda, que llevaba meses vigilando la travesía y esperando la llegada de los bárbaros de la motosierra. Lorenzo es un jubilado que lleva toda su vida luchando por la libertad y la democracia y contra las injusticias. Y ante esta flagrante injusticia no podía permanecer de brazos cruzados. No lo ha hecho nunca ni lo iba a hacer ahora.

Y durante los terribles día de la tala, Lorenzo ha estado en primera línea defendiendo a los árboles y siendo apartado una y otra vez por la Guardia Civil y la Policía Municipal. Y para defender el último árbol que quedaba, Lorenzo no ha dudado en encaramarse a su copa y encadenarse a él hasta que los cuerpos y fuerzas de seguridad le han hecho deponer su actitud.

Pero, a la vista de todo esto, creo que las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado se han equivocado y perdido el tiempo deteniendo a Lorenzo, que no constituía ningún peligro para nuestra seguridad, sino todo lo contrario. Los que sí constituían, y constituyen, una muy seria amenaza para nuestra seguridad es la Junta de Gobierno municipal del Ayuntamiento. Y el que haya leído hasta aquí, convendrá conmigo en que a los que se debería haber pedido deponer su actitud es a ellos. 

Y aquí acaba, aunque podría decirse mucho más, esta penosa, triste y dolorosa crónica. Este negro relato de una muerte anunciada servida en tres vuelcos. Al final han caído bajo el hacha homicida los seres más débiles, los que no han podido defenderse, y nosotros tampoco hemos sido capaces de salvar. Un dolor que siempre llevaremos dentro. Como ya dije en alguna de las anteriores entregas de este largo artículo dividido en tres partes, los árboles que acaban de talar sin dejar ni uno,  en sus largas vidas resistieron admirablemente largos y terribles veranos de calores sofocantes, pavorosas sequías y largos temporales de lluvia, e inviernos polares de meses con temperaturas muchos grados por debajo de cero. Hasta una  guerra tuvieron que soportar. Pero no han resistido a la invencible e inabarcable estupidez humana personificada en unos ediles bárbaros, prepotentes, soberbios y profundamente incompetentes que se han creído con todo el derecho a acabar con ellos. Un derecho que ni ética, ni moralmente, ni humanamente tenían.  

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