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Tiempos de Nostalgia

Joan Martí
Joan Martí
Licenciado en filosofía por la Universidad de Barcelona.
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análisis

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Existe una sensación de desorientación en un mundo que ha perdido los elementos de identidad que solían caracterizar la cohesión comunitaria. Ya no creemos en Dios y nuestra fe en la patria se ha debilitado. Incluso los nacionalistas tienen dudas al respecto. Esta disolución de los antiguos mitos que construían nuestra identidad nos deja sintiéndonos solos, flotando en un vacío, sin saber realmente quiénes son los nuestros, dónde encontrar nuestra tribu o con quién identificarnos. En medio de todo esto, surgen algunas añoranzas.

Algunas personas sienten nostalgia por cosas que nunca han experimentado, porque la semilla del pensamiento mágico y de la visión religiosa de la vida sigue arraigada en nuestro ser social. Si la sociedad no nos proporciona esa experiencia, la inventamos. Dentro de muchos movimientos sociales actuales, encontramos un sentimiento religioso latente. Por ejemplo, el ecologismo tiene aspectos religiosos, una creencia en algo más grande que el individuo, crea comunidades y asigna una misión. En la actualidad, estos son simplemente signos de desesperación. Sin embargo, no creo que haya un resurgimiento de ideas reaccionarias, sino que algunos movimientos populistas, tanto de izquierda como de derecha, se aprovechan de nuestra desorientación para crear un movimiento político que canalice ese descontento.

La nostalgia (del griego «nostos», regreso al hogar, y «algia», añoranza) es el anhelo de un hogar que nunca existió o que ha dejado de existir. Es un sentimiento de pérdida y desarraigo, pero también representa una relación idílica con la fantasía individual. El amor nostálgico solo puede sobrevivir en una relación a larga distancia. La representación cinematográfica de la nostalgia es la doble exposición o superposición de dos imágenes: la del hogar y la del extranjero, la del pasado y la del presente, la del sueño y la vida cotidiana.

Cuando intentamos reducirla a una sola imagen, se rompe el marco o se quema la superficie. Nunca se nos ocurriría ir a la farmacia y pedir un medicamento para curar la nostalgia. Sin embargo, en el siglo XVII, se consideraba una enfermedad curable, similar a un resfriado. Los médicos suizos creían que el opio, las sanguijuelas o un viaje a los Alpes aliviaban los síntomas de la nostalgia.

En algún momento de la década de los sesenta, nos deshicimos de la fe optimista en el futuro, como si fuera una nave espacial anticuada. La nostalgia misma tiene una dimensión utópica, aunque está basada en una utopía que no se proyecta hacia el futuro. A veces, la nostalgia no se proyecta ni siquiera hacia el pasado, sino hacia los márgenes. El nostálgico se siente sofocado por las categorías convencionales del tiempo y el espacio.

Existe un refrán ruso contemporáneo que dice que es aún más difícil predecir el pasado que el futuro. La nostalgia se basa en esta dificultad de predicción. De hecho los nostálgicos de todo el mundo tendrían muchas dificultades para expresar qué es lo que añoran exactamente –otro lugar, otra época u otra vida mejor–. El seductor objeto de la nostalgia es muy escurridizo.

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