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Todos los demócratas con la selección de Irán

El combinado de Carlos Queiroz da una lección de valor y dignidad durante el Mundial de Catar

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análisis

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El Gobierno de Irán ha amenazado a las familias de los jugadores de la selección de fútbol con severas torturas si no dejan de reivindicar el respeto a los derechos humanos durante el Mundial de Catar. Cada día que pasa dan más ganas de hacerse de la selección iraní y dejarse a un lado la Roja de Luis Enrique. El combinado asiático no solo está dando una muestra de coraje futbolístico al enfrentarse de tú a tú con equipos de mucho mayor poderío económico y nivel, sino que está ofreciendo toda una lección al mundo de cómo salvaguardar los valores humanos, de cómo enfrentarse a una tiranía infecta como el régimen de Teherán y, en definitiva, de valentía, bravura y dignidad.

Corren tiempos difíciles para los principios éticos y morales. El poderoso ejerce su fuerza y lleva sangre y fuego contra los débiles, como Putin contra los ucranianos; el rico aplasta al pobre sin que le tiemble la mano; y el embustero se hace el amo del mundo propagando bulos en Twitter. La posverdad ha terminado con los nobles valores y ya todo es trumpismo. Sin embargo, ahí están esos veinticinco deportistas aguerridos, esos últimos veinticinco guardianes custodios de la libertad contra la satrapía de los religiosos fundamentalistas seguidores de las siniestras doctrinas del ayatolá Jomeini. Hay que tenerlos muy bien puestos para saltar a un campo de fútbol en un país integrista que masacra a las mujeres, a los homosexuales y a los inmigrantes y llevar a cabo una acción de protesta que quedará para la historia. Tardaremos mucho tiempo en olvidar la imagen de los jugadores iraníes guardando silencio, sin cantar el himno nacional, en los prolegómenos de su partido contra Inglaterra, para dejar constancia de la indignación de todo un pueblo contra la persecución machirula. Fue un grito callado que perdurará para siempre y un extraordinario apoyo de los hombres a la campaña de protesta llevada a cabo por todas aquellas que se han cortado un mechón de su cabello estos días.

Tal como era de prever, la heroica actitud de los veinticinco de Carlos Queiroz ha despertado a las hienas fanáticas y a la siniestra Policía de la Moral que acosa a la población femenina en las calles de todo el país. En las últimas horas, y tras una tensa reunión de los jugadores con miembros del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria de Irán (la escuadra pretoriana de los dictadores de las túnicas), se ha sabido que el régimen de Teherán ha advertido a los deportistas de que, de producirse una nueva acción subversiva o disidente durante un encuentro en el Mundial, los familiares de los futbolistas serán detenidos y cruelmente torturados.

Además, los ayatolás han llenado las calles de Catar de actores bien pagados para que griten patrióticamente. Solo regímenes totalitarios como el nazismo, el fascismo italiano y el franquismo en España (también el sangriento estalinismo de los gulags) puede equipararse en grado de maldad a lo que estamos viendo estos días. No sabemos hasta dónde puede llegar el valor de estos futbolistas modestos deportivamente hablando pero grandiosos en talla moral. De momento, algunas de las estrellas del equipo como Sardar Azmoun, delantero centro del Bayer Leverkusen, ya han dado la cara ante los medios de comunicación. “No puedo quedarme callado con lo que ha sucedido con Mahsa Amini. Si el castigo es ser expulsado de la selección nacional, es un pequeño precio a pagar”. Azmoun y sus compañeros quedarán para la eternidad como aquellos guerreros persas que pusieron de rodillas a los griegos, solo que esta vez son ellos los que dan ejemplo de civilización a ese Occidente anestesiado y decadente que estos días se dedica a cantar los goles de Catar cuando tendría que estar codo con codo con los demócratas iraníes, con las mujeres represaliadas y con la comunidad LGTBI encarcelada por los jeques de los petrodólares.

El pueblo de Irán pelea por su libertad en las calles, incendia la casa de Jomeini y planta cara a los lacayos de la Policía de la Moral mientras nosotros, los egocéntricos e insolidarios occidentales, no somos capaces de decirles a nuestros muchachos de las diferentes selecciones que salten a la cancha con el brazalete del arcoíris y el eslogan One love en contra la homofobia del emir catarí. Solo alguna honorable excepción, como el combinado alemán o el inglés, se libra de la vergüenza. Los teutones han tenido el arrojo de taparse la boca en señal de protesta y los británicos hincaron su rodilla en tierra contra el racismo. Más allá de eso, la ONU futbolística ha mirado para otro lado y ha preferido quedarse en los estúpidos partidos, en las absurdas polémicas con el VAR y en las coloridas aficiones antes que meterse de lleno en esta batalla cultural (esta sí, legítima) contra la opresión, el patriarcado y el totalitarismo del siglo XXI. Ya tarda la FIFA en tomar cartas en el asunto y en prohibir que clubes-estado como el PSG sean vendidos al dinero negro de los blancos turbantes. Definitivamente, y mientras la comunidad internacional no alce su voz contra Al-Thani, contra Infantino y el resto de los jerarcas del fútbol, este Mundial 2022 será recordado como el torneo de la infamia. Hoy, más que nunca, todos somos de Irán, aunque los yanquis los hayan mandado para casa en la fase de grupos. Que nos perdone Luis Enrique, pero esto va de algo más que de deporte.

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