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Tratado de pandemias: ASÍ, desde luego, NO

Margarita Mediavilla Pascual
Margarita Mediavilla Pascual
Profesora de Ingeniería de Sistemas y Automática en la Universidad de Valladolid. Sus líneas de investigación se centraron en la ingeniería de control y la robótica hasta el año 2003, en que se orienta hacia la dinámica de sistemas aplicada a la energía y la sostenibilidad. Desde el año 2011 es miembro del Grupo de Investigación en Energía y Dinámica de Sistemas de la UVa, formado por profesores e investigadores que quieren acercar sus preocupaciones como ciudadanos del mundo a la investigación académica. El grupo está realizando estudios acerca de la crisis energética global, los límites del crecimiento y las posibilidades de las energías renovables, y además mantiene una importante línea divulgadora con cursos, conferencias y artículos.
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análisis

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Es poco sensato negar que existen problemas globales que requieren cooperación internacional para ser resueltos. El cambio climático, al igual que gran parte de los problemas ambientales, es un reto que necesitaría ser abordado con la cooperación de todas las naciones. También la globalización ha hecho que la alimentación, las relaciones laborales y la economía sean globales y muchas crisis sanitarias son retos globales que exigen la cooperación internacional.

Pero no es, precisamente, la cooperación la tónica de estos tiempos. Llevamos décadas viendo cómo la ayuda oficial al desarrollo, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y los acuerdos sobre emisiones de CO 2 que, supuestamente, iban a terminar con el hambre, las guerras y el cambio climático, acumulan fracaso tras fracaso y son poco más que papel mojado.

Sin embargo, existen aspectos en los cuales la cooperación internacional sí funciona, y lo hace asombrosamente bien. La Unión Europea culminó el enorme reto de unificar las monedas de 20 países, la Organización Mundial del Comercio y el Fondo Monetario Internacional tienen poder coercitivo sobre naciones y empresas y los tratados y áreas de libre comercio como el GATT, el NAFTA, Mercosur o el ANSA-China gozan de buena salud.

Es ésta la cooperación internacional que funciona: la destinada a aumentar los beneficios del capital, una cooperación exclusivamente económica y muy poco democrática. La cooperación orientada hacia la paz, el bienestar de las personas y la preservación de la naturaleza cada vez funciona peor, mientras los grandes problemas mundiales siguen esperando en el cajón de las buenas intenciones de una ONU que, en estos momentos, ni siquiera es capaz de evitar que se bombardeen hospitales.

La pandemia nos vendió el hermoso mensaje de que, por fin, las cosas iban a ser diferentes.

Por unos días soñamos que la cooperación se imponía a la competencia: la industria se paró para proteger la salud de las personas, nos vacunarnos masivamente por responsabilidad y solidaridad y la sanidad pública se convirtió en el eje de la sociedad.

Pero enseguida empezaron a surgir fisuras en el bello espejismo: primero aparecieron listos haciendo negocio con las mascarillas, luego la Comisión Europea firmó unos contratos blindados donde la responsabilidad de las farmacéuticas se reducía a cero mientras se guardaban el cuantioso dinero público que recibieron para desarrollar sus vacunas. Después, se montó la enorme y costosa parafernalia de certificado covid europeo, justo cuando los datos epidemiológicos mostraban que las vacunas no protegían de la transmisión: cuando se confirmó que el certificado era inútil, el negocio ya estaba hecho. Luego vimos cómo aparecían personas que reportaban graves efectos secundarios de las vacunas

https://www.publico.es/sociedad/informe-sanidad-recoge-14000-efectos-graves-500-

desenlaces-mortales-vacunas-covid.html y nadie se preocupó de investigar la calidad del producto que nos habían vendido. También vimos cómo el altar en el que se había colocado La Ciencia sólo tenía espacio para aquella ciencia que no ponía en cuestión el negocio: allí no cabían profesionales como Joan-Roman Laporte a pesar de toda una brillante carrera científica con sus 250 publicaciones, ni Paul Marik con sus 700 publicaciones ni Luc Montaigner y Satoshi Omura con sus premios Nobel de medicina.

El espejismo de la cooperación se ha ido, poco a poco, desvaneciendo y nos ha quedado lo de siempre: el negocio. El negocio por encima de todo, la pasta rápida, vender lo que sea, como sea y siempre más y más. Ante tantas incongruencias, el ciudadano de a pie se pregunta de qué han servido su solidaridad y se está volviendo egoísta y excéptico. ¿Para qué sacrificar el bienestar y la libertad individual en aras de la salud colectiva o el medio ambiente cuando los de arriba no se plantean siquiera frenar su codicia y ambición durante unos meses?

En mayo de 2024 la OMS quiere aprobar una serie de enmiendas al Reglamento Sanitario Internacional y firmar acuerdos que lleven a la creación de un Tratado Internacional de Pandemias (https://www.who.int/es/news-room/questions-and-answers/item/pandemic-prevention–preparedness-and-response-accord ). Aunque las negociaciones se están llevando a cabo con una absoluta falta de transparencia y el texto definitivo no se conoce, los borradores hablan de transformar las recomendaciones de la OMS en decisiones vinculantes y con imposición legal. Se habla de dar al Director General de la OMS el poder para declarar emergencias sanitarias, imponer restricciones al movimiento de personas y mercancías y de decidir tratamientos, protocolos médicos y vacunaciones en los estados que firmen estos tratados (https://childrenshealthdefense.eu/es/agenda-mundial/enmiendas-al-reglamento-sanitario-internacional-de-la-oms-una-guia-comentada/ https://apps.who.int/gb/wgihr/index.html ). ¿Alguien sabe en qué elecciones votamos a ese señor al que le vamos a dar tales poderes sobre nuestras vidas, nuestra salud y los presupuestos de nuestros sistemas de sanidad pública?

Asimismo, se habla de permitir que la OMS determine cuál es la información científica válida y aceptable y cuál la considerada excesiva, falsa, errónea, o engañosa sin que en ningún momento se hable de usar los rigurosos mecanismos de revisión, divulgación pública de los datos y discusión abierta que, desde el siglo XVIII se consideran los cauces necesarios para validar lo que llamamos ciencia. ¿Alguien sabe qué tipo de inspiración divina va a tener esta organización para decirnos cuál es la verdad sin recurrir al debate científico?

Podríamos pensar que de todo esto puede salir algo bueno si no fuera porque estamos demasiado acostumbrados a ver que las únicas iniciativas globales que se impulsan son aquellas que llevan fabulosos negocios detrás. No es difícil ver que quien tenga capacidad de decidir qué medicamentos, vacunas y pruebas diagnósticas se venden a todos los países del mundo puede hacer un negocio redondo. Y no es difícil ver quién está buscando llevarse el gato al agua si la iniciativa parte de la OMS que hace ya años no es aquella institución de los años 70, controlada y financiada por los estados miembros. En la actualidad, el segundo mayor financiador de la OMS es la Fundación Bill y Melinda Gates (que controla un 13% de su presupuesto), el cuarto es la Alianza GAVI (impulsada en sus orígenes y controlada por Bill Gates, que controla un 7,8%) y sólo el 20% de los fondos son contribuciones regulares de los estados miembros, estando el resto de la financiación fuertemente condicionada por intereses privados. Todo esto puede comprobarse fácilmente aquí https://open.who.int/2022-23/contributors/contributor , los datos son públicos, les agradecería que se tomasen la molestia de corroborarlo.

No sé en qué cabeza cabe pensar que podemos dejar la decisión sobre qué medicamentos se utilizan en caso de emergencia sanitaria a un grupo de burócratas elegidos con nulo control democrático y financiados generosamente por capitales con evidentes intereses en la industria farmacéutica. Si no fuera tan grotesco, resultaría escandaloso y sería el mejor ejemplo de la degradación del capitalismo en esta época del todo vale. No sé qué más hace falta para que veamos que estos movimientos que están surgiendo en torno a la OMS no son otra cosa que un curioso tratado de “libre comercio” vestido de bata blanca que busca hacer negocio a base de controlar los organismos de las Naciones Unidas financiándolos generosamente y utilizando el prestigio que estas instituciones todavía tienen.

Desde que en marzo de 2020 se declaró la emergencia del covid han surgido muchas voces críticas y ha florecido lo que podemos llamar negacionismo. Muchas personas han negado la importancia de la enfermedad o incluso la existencia del virus y también muchas otras han renegado de la necesidad de cooperación tanto social como internacional. En algunos casos lo que hay detrás es simple comodidad, individualismo o nacionalismo que reniega de la cooperación global y apuesta por la estrategia del avestruz.

Pero la mayor parte de quienes hemos sido críticos no somos ni hemos sido nunca negacionistas, ni somos ultraderechistas, ni contrarios a la cooperación, la solidaridad e incluso las restricciones de libertades, si fueran imprescindibles y estuvieran guiadas por cauces democráticos y científicos rigurosos. Porque la cuestión no es si deben o no restringirse las libertades individuales para proteger el bien común, sino quién detenta el poder de decidir qué es el bien común y qué libertades se pueden restringir para conseguirlo. No es una cuestión de libertad sino de democracia.

Por todo ello, un grupo de personas nada vinculadas con la ultraderecha (y algunas con amplia trayectoria en organizaciones de izquierda) nos hemos unimos bajo el grupo ciudadano Rompe el Silencio hemos convocado una manifestación en Madrid el próximo 16 de marzo para pedir al gobierno que rechace las enmiendas al Reglamento Sanitario Internacional y no ratifique el Tratado Internacional de Pandemias.

Hagamos el favor de no pecar de ingenuos y creer que todos estos acuerdos que se están barajando en torno a la OMS son iniciativas altruistas que buscan mejorar nuestros sistemas de salud sin mayores intereses económicos y políticos. Corremos el riesgo de llegar a mayo de 2024 y ver que nuestro gobierno ha firmado un tratado del cual no sabemos nada y que, por ejemplo, sirve para terminar de destrozar nuestra ya muy dañada sanidad pública. Exijamos información sobre estas negociaciones y no dejemos que los grandes capitales nos cuelen, de nuevo, tratados y acuerdos que fomentan sus negocios a costa de dinero público, el bienestar de personas y de las pequeñas empresas. El poder sobre la salud de las personas, los animales y el planeta no puede ser cedido, todavía más, a las mega corporaciones capitalistas y menos con la ingenua y pasiva complacencia de quienes se consideran buenas personas solidarias y responsables que se sacrifican por el bien común.

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6 COMENTARIOS

  1. Estoy muy de acuerdo con este artículo,tengo familiares que aún arrastran efectos secundarios de esos experimentos y muchos conocidos y algunos muy jóvenes están enterrados, deportistas,sanos y con una salud excelente y de repente,ictus, infartos y cánceres fulminantes,el que no quiera verlo que siga mirando para otro lado y deje todo en manos de estos desalmados que no miran por la salud sino por el dinero y sus grandes fortunas, terminaremos exterminados y en la miseria.

  2. La Srta. Margarita Mediavilla (a la que agradezco que se haga eco de la farsa y homicidio perpetrado por nuestras autoridades y cuya campaña fue totalmente apoyada por los medios de comunicación) es muy laxa y excesivamente políticamente correcta, ya que la vacuna que menciona que ha provocado tantas muertes y efectos secundarios nocivos como, turbocanceres, ictus, patologías coronarias graves, parálisis, trombos, muertes fulminantes repentinas y un largo etc… de la que además y como bien dice las naciones eximieron desde un inicio a los fabricantes (laboratorios farmaceúticos) de responsabilidad sobre cualquier efecto, no es una vacuna ya que ha seguido patrones de desarrollo y formulación muy distintos, siendo la primera vez en la historia que se administra a un ser humano un medicamento con ARN mensajero, y de la que además no se ha seguido el protocolo marcado de ensayos y comprobaciones que legalmente autorizan a una vacuna como apta para el ser humano. Por tanto hablamos de un EXPERIMENTO cuyas cobayas y víctimas han sido los seres humanos, y lo más grave es que ha sido con el beneplácito y la coacción de nuestros políticos a sabiendas del peligro y riesgo que entrañaba un experimento de esta magnitud. Por tanto me sorprende la Srta. Margarita Mediavilla al no hacer mención a la calidad EXPERIMENTAL de la pócima inoculada, y aún me sorprende más que con los datos y cifras que maneja no denuncie la falta de responsabilidad y por tanto de consecuencias penales de todos los partícipes en el negocio/farsa que fue el Covid-19, del que no ha aparecido hasta la fecha ninguna prueba que atestigüe su existencia pues ni está aislado, ni purificado ni secuenciado según postulados de Koch.
    Por mucho menos en este país ha ido gente a la cárcel, pero con el cómplice silencio comprado a través de subvenciones a los periodistas y sector sanitario, pese a la cantidad de datos revelados (entre ellos de Pficer donde suspendieron las prueban en los animales porque se morían todos, así como el documento interno que revela la interminable y grave lista de efectos secundarios) pocos o ninguno se ha hecho eco de la macabra maniobra que ha acabado con miles de vidas y otras que sufrirán de por vida los graves y limitantes efectos secundarios.
    Conociendo estos datos, ¿Cómo no se exige públicamente justicia?, ¿Cómo se les permite a TODOS los que participaron en este genocidio que sigan impunes, algunos incluso renovando cargos de máxima responsabilidad en nuestro gobierno? ¿Qué podemos esperar de desalmados que coaccionan a inyectarnos un experimento mortal y que renuevan cargo en el poder? ¿Enmendaran el daño causado y se dedicaran a hacer el bien hasta el resto de sus días?
    Lo que si está claro es que: Si el poder no nos defiende ante la injusticia o… es que no le interesa la justicia o es que está implicado en la misma, y esto es extrapolable a todos los cómplices (periodistas, médicos, abogados, TODOS LOS POLÍTICOS y por supuesto la Big Pharma. Solo el pueblo ayuda al pueblo.

  3. No veo por qué un Tratado Internacional de Pandemias va a ser menos democrático que el Reglamento Sanitario Internacional actualmente vigente. La primera mitad del artículo elogia la necesidad de someter a todas las naciones a administraciones supranacionales globales, para salvar a la Humanidad de las graves crisis que amenazan con extinguirla. Pero después parece que opta por retroceder a políticas nacionales como defensa del acoso capitalista. Para mi es evidente que necesitamos someternos a organismos supranacionales. Si esos organismos están colonizados por el Capitalismo, entonces lo que debemos hacer es tomar esos organismos, o sustituirlos por otros nuevos. Pero que deben ser supranacionales, y que las naciones deben perder soberanía, lo tengo clarísimo. Tras la globalización del Mercado, es necesaria la globalización del Estado.

    • Estaría interesante escuchar su opinión respecto a cómo “tomar los Organismos supranacionales del Capitalismo”, cuando es el Capitalismo el que domina el mundo. Imagino conoce que el 99% de la riqueza mundial está en manos del 1% de la poblacion, y dentro de ese “1%” hay otro “1%” donde recae el mayor peso de dominancia económica, dominando no solo empresas comerciales, grandes cadenas de medios de información, Big Pharma,etc, si no que además dominan la economía a nivel mundial y por tanto dirigen el mundo a través de los gobiernos nacionales y organismos supranacionales. Toda esa concentración de poder y riqueza la quieren multiplicar centrando el poder de decisión en organismos supranacioles para que con tan solo a una orden de esta “elite” el mundo se arrodille y obedezca sin posibilidad de defensa cualquier mandato que a este 1% le interese en cada momento. Es lo más opuesto a la Libertad y a la Democracia, es una artimaña que conduce a incrementar el nivel de exclavitud y sometimiento (más si cabe) y con nulos mecanismos de defensa ante decisiones destructivas y dañinas.

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