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Antonio de la Torre pone en su sitio a Ayuso

El actor asume su papel de intelectual comprometido con la izquierda durante el acto en la Complutense en el que se le entregó el título de “alumno ilustre”

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análisis

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La entrega del premio “alumna ilustre” a Isabel Díaz Ayuso nos deja una nueva polémica y escandalera, una Universidad Complutense dividida en dos bandos (la España guerracivilista de siempre) y el necesario discurso de un actor talentoso y valiente, uno de los más brillantes que ha dado nuestra cinematografía: Antonio de la Torre. Durante el acto académico (una grosera operación de propaganda y autobombo a mayor gloria de la presidenta de la Comunidad de Madrid) fueron galardonados antiguos alumnos del campus que hoy se distinguen por su trayectoria profesional como Arturo Pérez Reverte, Almudena Ariza, Xurxo Torres y el propio de la Torre, que lejos de quedarse callado o de soltar cuatro palabras para quedar bien con el Rectorado y el establishment universitario, decidió implicarse a tope, asumiendo el papel de conciencia crítica que tradicionalmente ejercieron los intelectuales de izquierdas, esos que hoy desertan, se pasan al bando contrario, reniegan de su pasado, se derechizan a calzón quitado, firman manifiestos conservadores y se proclaman burgueses nihilistas de toda la vida. No es el caso de nuestro gran De La Torre.

Tras subir al atril para recoger el premio, el protagonista de la maravillosa La trinchera infinita (una película que habría que poner en las escuelas para que las nuevas generaciones sepan lo que fue de verdad la falta de libertad en tiempos de Franco) decidió lanzar un discurso social y comprometido en el que recordó que “los verdaderos ilustres son los trabajadores públicos”. Chúpate esa Isabelita, debió pensar más de un asistente al paraninfo. Pero el intérprete decidió no quedarse en una simple reivindicación de los derechos pisoteados a nuestro heroico personal sanitario, que estos días se juega el tipo en la calle reclamando mejoras laborales, denunciando el desmantelamiento de la Sanidad pública y reclamando el cese de las privatizaciones llevadas a cabo por el Partido Popular, sino que decidió criticar un acto, el de la entrega del premio a la señora presidenta, que suponía un gran bochorno para desprestigio de la Complutense. “No sé quién es el lumbrera al que se le ha ocurrido”, declaró ante los periodistas antes de sugerir que debería haber sido la propia Ayuso la que rechazara el galardón por coherencia y vergüenza torera (eso ya no lo dijo él, lo decimos nosotros).

En tiempos de posverdad y crisis de los valores humanistas reconforta comprobar cómo un hombre que va para Óscar de Hollywood toma partido, se moja, asume su responsabilidad como intelectual y dice lo que piensa sin miedo a perder lo que ha ganado con su sudor y su esfuerzo en los escenarios. Hay que estar muy bien aquilatado con una buena dosis de coherencia, ser muy honesto con uno mismo y tenerlos muy bien puestos para decirle en su cara a Ayuso –que no le perdía ojo desde la primera fila de butacas y se tragaba el sapo con su habitual semblante de Heidi maligna– lo que opina de ella y de su gestión política al frente del Gobierno de Madrid. Solo por ese momento mereció la pena un sonrojante acto universitario que no tenía otra misión que rebajar al profesorado de la Complutense a la categoría de aduladores, palmeros o pelotas de la Emperatriz de Chamberí.

A De la Torre no le tiembla la voz cuando hay que decir las verdades del barquero. Ayer se las soltó, punto por punto, coma por coma y despacio para que las entendiera bien, a la dirigente popular. Entre otras cosas le afeó que esos conceptos de los que ella tanto abusa, “patria y libertad”, no son propiedad de las derechas, sino todo lo contario, fue la izquierda quien tuvo que bajarse a las barricadas para defenderlos ante el fascismo, ese fascismo que hoy retorna debidamente tuneado y maquillado para volver a seducir a las masas desencantadas con la democracia. De la Torre demostró esa madera humana de calité, esa nobleza de la persona humilde que viene de abajo sin que nadie le regale nada, esa honestidad que solo demuestran los más grandes cuando recordó que si tuvo la oportunidad de cursar estudios universitarios, si pudo llegar a ser el hombre que es hoy, como otros tantos hijos de obreros, fue gracias a que tuvo una beca del Estado, esas becas que llegaron con las conquistas sociales de la izquierda (antes, en dictadura, solo estudiaban los hijos de los ricos, los señoritos, los falangistas, los grandes de España y demás). El actor dio en la clave cuando sentenció que, sin educación pública, sin ayuda a las clases trabajadoras, no hay libertad. Fue un zasca en toda regla a Ayuso, que ha reducido ese valor humano superior, trivializándolo, a la paletada de tomarse unas tapas y unas cañas en las tascas de Madrid.

En cuanto al concepto de la patria, está claro que a De la Torre le jode, como nos jode a muchos, que la derecha vaya por ahí repartiendo carnés de buenos y malos españoles, un ejercicio que en el pasado trajo nefastas consecuencias en forma de guerras civiles. A las derechas voxizadas (entre las que se encuentra la dura Ayuso) les fastidia que más de la mitad de los ciudadanos de este país voten por opciones progresistas o de izquierdas, de ahí que cuando se manifiestan en Colón para “echar al okupa Sánchez” de la Moncloa, ese vomitivo eslogan antidemocrático que suele venir envuelto en la ondeante bandera del pollo, lo que realmente están diciendo es que habría que echar del país a media España, mayormente a los rojos.

“Ellos no necesitan que se les llene la boca con la palabra patria, porque la ejercen día a día. Porque cohesionan a la sociedad y porque gracias a su esfuerzo nadie se queda atrás”, dijo De la Torre sobre los médicos y enfermeras que estos días pelean codo con codo por nuestro Estado de bienestar. Por cierto, el actor también tuvo unas palabritas para esa prensa cavernícola que vive de las fake news, del bulo y del odio fascista. “A mí ese periodismo me preocupa mucho. Entiendo que el rectorado no comparte esta preocupación”, concluyó. Gracias Antonio por demostrarnos que la trinchera sigue siendo infinita.

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