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Cara al Sol

Jesús Ausín
Jesús Ausín
Pasé tarde por la universidad. De niño, soñaba con ser escritor o periodista. Ahora, tal y como está la profesión periodística prefiero ser un cuentista y un alma libre. En mi juventud jugué a ser comunista en un partido encorsetado que me hizo huir demasiado pronto. Militante comprometido durante veinticinco años en CC.OO, acabé aborreciendo el servilismo, la incoherencia y los caprichos de los fondos de formación. Siempre he sido un militante de lo social, sin formación. Tengo el defecto de no casarme con nadie y de decir las cosas tal y como las siento. Y como nunca he tenido la tentación de creerme infalible, nunca doy información. Sólo opinión. Si me equivoco rectifico. Soy un autodidacta de la vida y un eterno aprendiz de casi todo.
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Andaba bastante despistado. No conocía la zona. Llevaba rato, como tres cuartos de hora, buscando el maldito número veintiséis de la calle de Obelix. Iba de arriba abajo y vuelta de abajo arriba. Llegaba al veintidós, había un callejón y cuando cruzaba, el siguiente número era el treinta y cuatro. Incluso se había introducido dentro del pasaje del callejón por si hubiera una plazoleta o algo dentro que explicase el salto de números.  Pero dentro, sólo había una gran explanada con un jardín, una especie de váter de cemento para perros a la entrada y un parque infantil al fondo del parterre rodeado de setos y árboles. No había ni un alma por la zona a la que poder preguntar si en realidad estaba en la dirección indicada o si se había perdido. Ya llegaba tarde al encuentro con sus socios y estaba empezando a sudar, lo que hacía que, el traje ajustado que llevaba puesto, se le pegara al cuerpo y le hiciera sentirse incómodo.

Estaba muy mosqueado con la zona porque con las indicaciones recibidas, él iba a una empresa de relaciones públicas que se encontraba en un bajo de una calle comercial y allí sólo había bloques de dos pisos sin locales comerciales y alguna que otra vivienda unifamiliar. Cabreado como una mona, una vez más salió del callejón y situándose en el extremo de la colonia, comenzó a descender números. Treinta y seis, treinta y cuatro, cruce del callejón, veintidós, veinte, dieciocho… Desesperado, y con unas ganas por miccionar ya imposibles de aguantar, miró a izquierda y derecha, no vio a nadie, volvió dentro del descampado ajardinado y en lugar de meterse en el meadero de perros que era lo primero que había, cruzó el seto del parterre, y se disponía a orinar pegado a un esquelético tronco de acacia, cuando se dio cuenta de que había una señora sacudiendo la alfombra en una de las ventanas. No creía que le hubiese visto pero, por si acaso, anduvo unos metros más hasta resguardarse en el tobogán del parque infantil. Y allí se puso a mear tranquilamente.

Sotero, salía de casa, como cada mañana, con su hijo de cuatro años y se disponía a arrancar su coche cuando observó que un señor trajeado iba y venía de arriba abajo y volvía a repetir la operación de abajo arriba. Todos los días iban al parque un rato, pero hoy, Sotero tenía que acercarse con el coche hasta su empresa porque el día anterior por la tarde se había dejado la cartera. No le dio mayor importancia al hombre con el traje llamativo, así que arrancó el coche, y emprendieron un viaje que apenas les llevaría entre ir, recoger la cartera y volver, media hora.  Después, volverían como todos los días al parque. El hijo de Sotero, jugaría en la arena y en el tobogán, mientras su padre hojeaba la prensa.

A la vuelta, aparcaron en el mismo sitio dónde estaba el coche antes de salir. Nada se movía alrededor y no había nadie. Sotero, desancló a su hijo de la silla situada en el asiento trasero, agarró la bolsa de los juguetes (una pala, un molde para castillos, un tractor con pala, y dinosaurios de varios colores y tamaños) y cogido de la mano, cruzó la calle en dirección al callejón. En el descampado ajardinado dónde estaba el parque, no había nadie. Una señora limpiaba un cepillo, de los de barrer, por la ventana, echando toda la mierda sobre la ropa que tenía su vecina tendida una ventana más abajo. Sotero se la quedó mirando pero la tipa o no le vio, o simplemente le obvió. Según iba a dejar la bolsa de los juguetes sobre la arena, junto al tobogán, un chorro como de un surtidor le llamó la atención. Se quedó unas décimas de segundo sorprendido hasta que vio que el hombre del traje brillante salía de detrás del tobogán abrochándose la bragueta. A Sotero se le hinchó en un momento la yugular y empezó a formársele una espuma blanca en la comisura de los labios que se iba acumulando conforme salían palabrotas e insultos dirigidos al meón del parque infantil. Le llamó guarro, marrano, cochino, cerdo, sinvergüenza, imbécil, indecente, obsceno, idiota y le soltó otros tantos improperios que el meón perdido aguantó estoicamente con cara de póker.

Cuando Sotero acabó con un “¿No le da vergüenza mear dónde los niños tienen que jugar con la arena?” el meón sólo le dijo “Tu lo que eres es un racista de mierda”. Sotero no sabía si agredirle o coger al niño e irse. Pero el fulano de la meada en el parque infantil insistía “Vaya ejemplo le estás dando a tu niño, racista de mierda”. Así que Sotero, agarró el móvil y llamo a los municipales que, raramente a lo que suele suceder cuando los necesitas, aparecieron apenas cinco minutos después.

La policía nada más llegar, puso al meón de cara al castillo por el que se accedía al tobogán, con las manos extendidas y levantadas. Uno de ellos, lo cacheó y le dijo que se callara la boca cuando protestaba. Sotero contaba lo que había pasado. Pero algo pasó que Sotero no percibió porque el policía interrumpió su relato y le dijo que esperara un segundo y se apartó hasta donde estaba su compañero para comentar algo con él. Dos minutos después, los policías se excusaban ante el personaje que estaba meando en el parque infantil a quién pedían perdón por las molestias y Sotero acababa con una multa por escándalo público y por racismo “por insultar a un ciudadano brasileño por ser de raza negra”.

****

Cara al Sol

Volverán banderas victoriosas
al paso alegre de la paz
y traerán prendidas cinco rosas:
las flechas de mi haz.

Esta semana pasada, ha sido una de las peores para la convivencia del ser humano, dentro de esta vorágine coyuntural a la que estamos sometidos por culpa de nuestra connivencia y pragmatismo simplón. Además de un montón de personas asesinadas injustificadamente por el estado terrorista que preside un demente genocida como Netanyahu, hemos tenido que aguantar las mentiras, la desinformación, la hipocresía y el cinismo de unos medios de comunicación que, salvo contadas excepciones, han estado deformando la realidad para acallar el escándalo de un genocidio y convertirlo en una absurda justificación de autodefensa. Ahora, todo aquel que reclama justicia ente las tropelías de un gobierno claramente fascista es tildado de antisemita.

Todos hemos oído aquello que Rafael Correa, ex presidente de Ecuador, recordó allá por el 2017 “La libertad de prensa es la voluntad del dueño de la imprenta”. A eso, además de ser cada día más veraz, hay que añadir además un corporativismo mal entendido. Al menos en España, (aunque ya se empieza a ver en otros lugares como ha sucedido en el RU con la BBC) el periodismo, en general y salvo unas rarísimas excepciones, es una jauría de adláteres corporativistas, que, regada económicamente por la financiación de grandes grupos de presión para los que también trabajan los políticos, se dedican a desinformar, amedrentar, dirigir, adoctrinar, catequizar y adiestrar en la ideología conveniente en lugar de contar las cosas que pasan, verificar si lo que dicen  los protagonistas es correcto antes de soltarlo como si fuera información o separar y distinguir claramente la opinión de la información. Se dedican a la manipulación de las masas para crear opiniones favorables al sistema.

Es tal la basura televisiva o radiofónica que los mismos que pontifican en las mesas camillas de debate sobre la destrucción de España que llegará con una supuesta amnistía, no ven el desmoronamiento social a través de la pobreza, de la demolición de la sanidad universal o la educación pública, son los que desinforman sobre lo que pasa en Palestina, igual que te advierten de que el cambio climático no es para tanto o que el último invento sobre baterías eléctricas (que a lo mejor lleva un siglo inventado) es la hostia y nos sacará del apuro en el que se encuentra actualmente la humanidad.

Decía Noam Chomsky que parte de la desgracia palestina es la falta de apoyos de gobiernos internacionales. Y estos no se dan porque no tienen riqueza que les puedan robar. La falta de riqueza les lleva a la ausencia de poder y por supuesto todo en conjunto lleva a la falta de derechos. Los pobres, nunca tienen derechos y por tanto, nadie que vele por ellos.

Pero si hay algo inaceptable, algo que supera todo el hijoputismo habido y por haber es la decisión de la ralea maleante que dirige la UE que, en sesión del parlamento exigió el viernes pasado,  respeto al derecho internacional, pero sin hacer una sola mención a que Israel lleva décadas incumpliendo este derecho internacional, como el uso de fósforo blanco, el asesinato indiscriminado de civiles por la espalda, el taponamiento de pozos y manantiales con hormigón o la destrucción de casas desde hace décadas. En la misma declaración también “se les olvidó” hacer mención al genocidio cometido contra palestinos civiles, mujeres, niños y hombres indefensos en un centenar de bombardeos durante las últimas semanas. Y como guinda,  dicen los caraduras de la UE que Israel tiene derecho a la autodefensa aunque Hamás ni sea un estado, ni representa a toda Palestina, y el derecho de autodefensa sólo sea aplicable entre estados porque las acciones individuales de grupos terroristas, si existen, deben ser los tribunales los que tienen que juzgarlas. Como se ve la UE se ha convertido en una cochiquera que además de no pedir un alto al fuego, intenta por todos los medios silenciar a sus ciudadanos que gritan contra el genocidio israelí. Se ha convertido en cómplice de ese genocidio dejando de lado a los pobres para ponerse del lado del imperio y de los ricos. No hay gobierno más antisemita que el de Israel, ni indecencia más lamentable que la UE. Los palestinos también son semitas y los están matando sin contemplación con armas, a base de dejarles sin suministros y de bombardear sus hospitales.

El sionismo no es una raza. Los judíos no han sufrido a lo largo de la historia por ser una raza distinta a los demás. El sionismo es una religión como la católica o la musulmana. No todos los musulmanes son árabes, ni todos los árabes son musulmanes. No todos los sionistas son israelíes ni están de acuerdo con el exterminio de los palestinos, que tampoco son de otra raza y que tampoco todos son ni musulmanes, ni mucho menos terroristas. Ni la lucha en Palestina es una guerra religiosa, ni mucho menos nacionalista. Lo que sucede en Palestina desde 1948 es que los ricos usureros y avaros quieren quedarse con todo el pastel y para ello necesitan exterminar a todos los pobres.

Pero, la vieja Europa siempre ha sido muy dada a mirar para otro lado. Ahora tenemos a la Von der Layen, cuyos ancestros fueron traficantes de esclavos o colaboradores de la Alemania nazi, que después de su paso por Londres, parce tener una “relación especial” con el Foreign Office. O a Borrell que está para dar lecciones de nada desde aquello de Abengoa. O a todos los demás que miran para otro lado ante el genocidio israelí sobre palestina. Pero antes hicieron la vista gorda con las actitudes genocidas del rey Leopoldo II de Bélgica, que “se cepilló” entre diez y quince millones de seres humanos de raza negra, en el llamado Congo Belga, por la única razón de negarse a trabajar el caucho en condiciones de animales. También llama la atención la desfachatez y la ausencia de sanciones y de condenas hacia la Sudáfrica del apartheid (1948-1990). Claro que nosotros tampoco estamos para dar lecciones porque la cuarta esposa del Mastuerzo y regente hasta la mayoría de edad de su hija la ninfómana, fue la mayor tratante de esclavos de la época.

Todos estos casos tienen en común que los ricos, siempre se posicionan a favor de los que son como ellos, y que los pobres, ni tienen derechos ni tampoco el respeto internacional de los dirigentes del mundo. Todo ello tiene en común que la justicia internacional no existe y sólo es un truco para que los que mandan tengan primero una coartada a la que acogerse y segundo que todas las injusticias del mundo, desde el expolio al genocidio, queden cubiertas bajo una pátina de legalidad moral. Si tú pones una bomba eres un terrorista, pero si el estado bombardea un hospital es defensa propia. Si tú agarras a cinco amigos y esperas a un político para ajustarle las cuentas es terrorismo, pero si el político envía a la policía para echarte de tu casa, es la legalidad del sistema.

Como siempre digo, tal vez, tú, querido lector, te creas a salvo de esta gentuza. Pero nadie lo está. Tal y como están las cosas, la semana pasada prohibieron las manifestaciones en favor de Palestina y del alto al fuego, (aunque nadie parece que hizo caso de ello) así como cualquier símbolo palestino, pero igual que han hecho eso sin base legal alguna, mañana te prohibirán beber agua de un manantial que ellos no controlen, o consumir comida que no tenga “legalidad”. Y si crees que exagero, pregunta a cualquier agricultor que conozcas si puede sembrar lo que quiera o si puede dejar en barbecho las hectáreas que le apetezcan.

Salud, feminismo, decrecimiento, ecología, república y más escuelas públicas y laicas.

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