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Carmen Mola y el lector zombie

Pedro Antonio Curto
Pedro Antonio Curto
Escritor. Colaborador del periódico El Comercio y otros medios digitales. Autor de los libros, la novela El tango de la ciudad herida, el libro de relatos Los viajes de Eros, las novelas Los amantes del hotel Tirana (premio Ciudad Ducal de Loeches) y Decir deseo (premio Incontinentes de novela erótica). Premio Internacional de periodismo Miguel Hernández 2010. Más de una docena de premios y distinciones de relatos. Autor de diversos prólogos-ensayo de autores como Robert Arlt y Jack London, así como partiipante en varias antologías literarias, la última “Rulfo, cien años después”.
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análisis

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Mi primer premio literario fue el segundo lugar en el concurso de relatos 23 de junio dedicado a la temática LGTB hace ya unos cuantos años. Cuando la revista que editaba la entidad convocante publicó los relatos, mientras el primero apareció con su nombre, el mío lo hizo con el seudónimo que había concursado (obligatorio) y que era un nombre de mujer. Supongo que cuando el jurado abrió la plica de una narración sobre lesbianismo y firmado por una mujer, no se esperaba encontrarse con un tío. Quizás la publicación con el seudónimo fue un error, pero es posible que pensasen que aquella historia tenía más sentido con un nombre de mujer, que uno masculino.  No es que pretendiese pasar por mujer y menos aún lesbiana, sino que mostraba lo que señala Roland Barthes en La muerte del autor: “La escritura es ese lugar neutro, compuesto, oblicuo,  al que va a parar nuestro sujeto, el blanco y negro donde acaba por perderse toda identidad, comenzando por la propia identidad del cuerpo que escribe.” En esa disolución del autor de un modesto texto, se planteaba aquello que dijese Monique Wittig: “Nos levantamos por una sociedad sin sexos; ahora nos encontramos con la trampa familiar de que ser mujer es maravilloso.”  Y eso es lo que parece venderse en alguno de los “éxitos” femeninos, expresado en el premio Planeta a una autora llamada Carmen Mola que resultaron ser tres tíos.

No presté ninguna atención al fenómeno Carmen Mola pues me pareció uno más de la sociedad en que lo macro nos invade, también en literatura: grandes torres de libros, ocupación de espacios, carteles, anuncios, presencia mediática repetitiva… y es que uno siempre ha sido de lo micro. No es extraño que dicha autora de éxito por imposición, de la que circulaban datos pero no quién era, acabase desembocando en el premio Planeta, que hace tiempo dejó de ser un concurso literario, para convertirse en una parte más del universo macro. Que la tal señora fuesen tres señores, a estas alturas, se trata de una parte del espectáculo, que se hable de ella, mal o bien, que cree polémica, que incluso sepan de su existencia aquellos que no leen o lo hacen más bien poco; hay que llenar estanterías y mejor con un libro famoso. Dentro de no mucho llegará el libro impreso, es posible que desde China o algún lugar parecido, ocupara escaparates y mesas de novedades, dará el morbo de si lleva el nombre de Carmen Mola en la portada o estarán los tres tenores, o si estos pondrán su cara masculina bajo el nombre femenino de la criatura que han creado. Y sobre todo se venderán, se venderán muchos, quizás luego harán una película o serie, también es posible que se hagan camisetas o tazas, pues como en otros fenómenos, el libro solo es la base del negocio donde la novela en sí, termina por ser algo secundario. 

En el mítico año de 1968 Roland Barthes planteó en La muerte del autor, algo que me parece fascinante: “Un texto está formado por escrituras múltiples, procedentes de varias culturas y que, unas con otras, establecen un diálogo, una parodia, un cuestionamiento; pero existe un lugar en el que se recoge toda esa multiplicidad, y ese lugar no es el autor, como hasta ahora se ha dicho, sino el lector: el lector es el espacio mismo se inscriben, sin que pierda ni una, todas las citas que constituyen la escritura; la unidad del texto no está en su origen, sino en su destino.” Lo que plantea no es que el autor deba ser anónimo o no reconocido, sino en colocar la obra más allá de su creador y entregarla al lector que debe interpretarla y participar de ella.  Carmen Mola, como otros, ocupa todo el espacio, es el principio y el fin, la trama cerrada y acabada, pues esos libros de invasión masiva no buscan un lector,  sino un consumidor de producto. No hay el Morelli de Cortázar y las diversas formas de leer Rayuela, la escritura de lo no dicho de Marguerite Duras, los tiempos de Proust, los bosques de Djuna Barnes, los laberintos de Kafka, el lugar de la acción de Nathalie Sarraute… Para leer un libro hay que sumergirse en el mar de sus hojas, nadar entre sus líneas que pueden ser renglones torcidos. El marketing es inteligente y aunque la literatura sea hoy algo secundario, sabe qué tipo de lector se debe fabricar. Dice Barthes, “el nacimiento del lector se paga con la muerte del Autor.” Hoy ese lector no ha nacido, el autor es una parodia y lo más grave, la literatura cada vez tiene menos espacio.

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