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Feijóo quiere meternos en otra burbuja inmobiliaria

El líder del PP basa su programa de vivienda en una idea fuerza: hay que construir más

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análisis

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“Fantasmada”, “errática”, “insuficiente” e “ineficiente”. Así define Feijóo la política de vivienda que pretende impulsar Pedro Sánchez. Está claro que ha empezado la campaña y que aquí, el que más y el que menos, quiere vender su pollino a toda prisa en el abarrotado mercadillo electoral. Por un lado, está Pedro Sánchez, que ante la inminencia de las elecciones y la probable desmovilización de la izquierda se ha enfundado el traje más rojo que tiene en el armario, interviniendo la Sareb y poniendo en el mercado el parque inmobiliario que quedó inservible por el crack de 2008 (más de 50.000 pisos cerrados a cal y canto tras la quiebra de las cajas de ahorro). Además, en las últimas horas ha redoblado su apuesta, sacándose un par de gangas de saldo de la chistera, y ha prometido construir otras 43.000 nuevas viviendas destinadas a alquiler social con precios asequibles. O sea, aquello de “y dos huevos duros”. Lo que no dice es de dónde va a salir tanta obra si no hay suelo, pero Sánchez está que lo tira y no pasa un día sin que se saque una ofertilla de la manga.

Por otra parte, tenemos al gallego, ese hombre, Feijóo. Parece que el moderado líder del Partido Popular se ha puesto a trabajar por fin. “¡Hagamos un pacto de Estado!”, proclama a los cuatro vientos pidiendo la participación de todas las instituciones y agentes sociales implicados: Administración central, comunidades autónomas, ayuntamientos, bancos, empresas y sindicatos. Solo le ha faltado invitar a Pablo Iglesias y a Unidas Podemos. A buenas horas mangas verdes, habría que decir. Hasta la fecha, el pactista Feijóo se había pasado el tiempo oponiéndose a todo, soltando los cuatro topicazos manidos sobre indepes y bilduetarras y tratando de apaciguar el tumultuoso patio madrileño, donde Isa Ayuso se le ha subido a las barbas. A día de hoy, todavía no se ha dignado a sentarse a negociar la renovación del Poder Judicial, que ya hay que tener bemoles. Y ahora nos sale con el pactito ese en el que solo cree él. Tres días, tres, lleva dándonos la barrila con el susodicho plan, si es que se puede llamar así a la gallofa que el dirigente conservador está dando a probar a los periodistas que siguen su road movie por la piel de toro. Más bien se trata de una miscelánea improvisada, un cóctel algo rancio, un remix o popurrí para tiempos de elecciones donde se mezclan una serie de recetas apresuradas siguiendo el viejo manual del buen ultraliberal. En realidad, todo lo que propone ya se ha puesto en práctica antes con resultados más bien nefastos para la economía española, así que nada nuevo bajo el sol. A saber.

La línea maestra del supuesto programa de vivienda de Feijóo gira en torno a una idea fuerza: hay que construir más. Construir mucho, construir día y noche y a destajo. De esta manera, según él, se reactiva un sector maltrecho, el de la construcción, que no termina de levantar cabeza, se genera empleo y la gente tiene dinero para comprarse un piso o irse a vivir de alquiler. Son los mundos de Yupi de siempre, el cuento de Alicia en el país de las maravillas donde los ultraliberales diseñan sobre el papel las teóricas fuentes de la riqueza, unos supuestos manantiales de prosperidad que nos bañarán a todos con su dorado maná pero que a la hora de la verdad solo llegan a unos pocos privilegiados, oportunistas o arrimados al poder (mayormente adosados a la concejalía de urbanismo de turno que reparte las adjudicaciones y contratas). Todo eso lo hemos vivido ya y no sirve, entre otras cosas porque construir como pollo sin cabeza no lleva más que a la saturación del mercado y a la especulación hipotecaria, bancaria y bursátil. Pero Feijóo insiste en la falsa fábula dieciochesca de Adam Smith felizmente superada en la que el mercado funciona como un ser orgánico y vivo que se regula solo y reparte justicia y bienestar por igual. Y un cuerno. A otro perro con ese hueso.

“Si elevamos la oferta hay más posibilidades de que los precios bajen”, dice el chamán del liberalismo patrio. Mentira. En los años anteriores a 2008 había más oferta que nunca (un millón de casas construidas al año), y parecía que nadábamos en la ambulancia, como decía el humorista aquel, cuando en realidad estábamos sentados sobre un peligroso volcán. Al final, había más pisos que personas y los magnates financieros, horrorizados, se pusieron a elucubrar todo tipo de productos financieros basura para poder colocar el stock. Lógicamente, el sistema acabó pegando un reventón que para qué. Pues esa es la solución final que propone Feijóo. Volver a aquellos años aznaristas de liberalización de suelo a calzón quitado; retornar a la economía del humo; recuperar la temida burbuja inmobiliaria. Se puede ser conservador, pero nunca tozudo, obtuso y terco. Otras ocurrencias del jefe de la oposición tampoco son creíbles. Dar mil euros a los jóvenes como ayuda a la emancipación no resolverá el problema: un alquiler mensual ya cuesta eso y además mucho nos tememos que la subvención irá a parar a los hijos de los ricos, como hace Ayuso con las becas.  

Aquí lo único cierto es que mientras Gobierno y oposición se han pasado estos últimos años a la gresca, el problema de la vivienda en España se ha ido agravando. Y ahora a todos les entran las prisas. El principal culpable es Feijóo, como gran filibustero que se ha opuesto a negociar nada con Sánchez. Ahora los precios de los alquileres están por las nubes (en Madrid un simple cuarto o dormitorio a compartir en plan comuna cuesta ya un riñón) y los bancos no avalan las hipotecas con la alegría de antes, cuando a uno le regalaban una vajilla, una caja de puros o un televisor por la compra de un piso. El siempre lúcido economista Gonzalo Bernardos lo tiene claro. “Los políticos se han puesto nerviosos y están haciendo mil maravillas para que estemos contentos y les votemos el 28M”. No hay más que decir, señoría.

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