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Futuro Vegetal, un activismo antipático

Redada de la Policía contra el grupo que defiende un ecologismo radical incluso poniendo en peligro el patrimonio artístico y cultural

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análisis

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La Policía ha detenido a 22 integrantes del grupo ecologista Futuro Vegetal, esos activistas a los que les da por adosar sus manazas con pegamento, sin compasión, a cuadros considerados obras maestras del arte universal. Una vez más, la causa más justa y noble, como es la protesta contra la desidia internacional frente al cambio climático, acaba criminalizada en los juzgados. Y no sin razón.

Aparentemente podría parecer que nos encontramos ante un grupo de utópicos e idealistas chavales con acné que se dedican a estas cosas en sus ratos libres. Sin embargo, nada más lejos. La red se regía por una compleja organización, una serie de reglas propias de una “estructura criminal” y conexiones internacionales con Extinction Rebellion. En total se les atribuyen 65 delitos, entre ellos daños a obras del Museo del Prado, el lanzamiento de pintura contra la fachada del Congreso de los Diputados y el corte de carreteras y aeropuertos. Se calcula que han causado daños al patrimonio por importe de más de medio millón de euros. Así que poca broma con ellos.

Nos gustaría decir que estamos ante unos héroes adelantados a su tiempo que luchan por un mundo mejor, pero visto el currículum, más vale no hacerlo. Sin duda, los muchachos de Futuro Vegetal (se han contabilizado hasta 300 activistas) han logrado justo el efecto contrario al que pretendían: si lo que buscaban era captar adeptos para la causa ecologista y llamar la atención sobre el momento crítico que vive el planeta, solo han conseguido que la opinión pública les tome manía, los vea como niñatos antipáticos e incluso los consideren poco menos que unos gamberros o pequeños terroristas dispuestos a sacrificar la cultura y el patrimonio de la civilización humana.

Pero más allá de los métodos radicales o expeditivos que empleaban, llama la atención una serie de datos que deben hacernos desconfiar. Para empezar, ningún movimiento político o social por los derechos cívicos (en este caso el derecho a un medio ambiente saludable) puede asentarse en el lucro o en el negocio, porque entonces pierde su legitimidad, su esencia y su razón de ser. Y esto es lo que, según la Policía, parece ser que ocurría en este caso. En total, la red acumuló 140.000 euros en donativos, una cantidad nada despreciable que se desconoce si iba destinada en su integridad a financiar acciones de protesta o también se gastaba en otros fines algo menos idealistas y más mundanos. Sabemos que la organización estaba liderada por tres listos o cabecillas –conocidos como “dinamizadores”–, quienes “asumían roles directivos y recibían remuneraciones por sus responsabilidades”. O sea, que los jefes de la pandilla se lo llevaban calentito y no se dedicaban a esto de salvar el planeta por amor al arte precisamente.

Cabe pensar que todo ese parné que no lo ahorra un obrero trabajando cuarenta horas semanales durante toda una vida salía de las donaciones de gente de buena fe, de ciudadanos bienintencionados, de personas concienciadas con la catástrofe climática que vivimos y con la necesidad de adoptar medidas urgentes antes de que esta tragedia cósmica sea ya irreversible. Como obviamente el grupo no funcionaba como una empresa legal, sino de forma clandestina, no habrá forma alguna de saber en qué conceptos se empleaban esos recursos ni su desglose contable. Es de suponer que todos ellos trabajaban en B o en negro, de modo que habían hecho su modus vivendi con eso de ir pegando manos de jóvenes (y no tan jóvenes) a los cuadros de Goya, Velázquez o Zurbarán.

Futuro Vegetal nos dirá ahora que el dinero se destinaba a costear las performances planeadas para llamar la atención mundial, pero nadie nos puede garantizar que una parte del bote no fuese a parar a otras actividades menos comprometidas como viajes de fin de curso, compra de ropa o teléfonos móviles caros o botellones de sábado noche. Ya se sabe que, a menudo, quienes se meten en el activismo social y político no lo hacen solo por compromiso con la causa, sino por cosas más peregrinas y terrenales como conocer gente, ver mundo, vivir la aventura de ser perseguido por la policía, ligar o tener experiencias poliamorosas, como dicen hoy los posmodernos.

La historia nos cuenta que del Mayo del 68, del movimiento jipi y del eslogan universal “haz el amor y no la guerra” surgió toda una generación como el baby boom. Ellos, con sus gafas de pasta y sus largas barbas y greñas, se dejaban ver por las salas de cine (siempre películas de la Nouvelle vague o de arte y ensayo) con los tochos existenciales de Sartre y Camus bajo el brazo y haciéndose los interesantes. Ellas también vestían andrajosas para no parecer demasiado pequeño-burguesas, fumaban sin tragarse el humo, se hacían las liberales (aunque les daba miedo el sexo como a sus madres) y estaban a la última en Simone de Beauvoir. Toda época tiene su revolución, su perfil de subversivo antisistema, y si en aquellos años se llevaba el comando flower power de la pana y la codera hoy tenemos a la muchachada del tatoo y el piercing. El envoltorio cambia, el mensaje contra el poder corrupto suele ser el mismo y, por desgracia, casi siempre sale derrotado en la eterna batalla generacional y cultural. La revolución nunca empieza ni termina. Siempre es permanente, el goce fundamental de la vida, como el amor, ya lo dijo Max Ernst.

Nos congratula que ninguno de los detenidos haya ingresado en prisión. Al fin y al cabo, la mayoría son chavales con buenos sentimientos cuyo delito ha sido tratar de vivir la aventura fascinante de querer cambiar el mundo cuando el mundo, ya se enterarán con los años, no tiene arreglo. Poco a poco se irán dando cuenta de que en esta vida se consiguen más cosas cayendo bien que por la fuerza. Así que algunos volverán a casa con sus padres (generalmente familias acomodadas) para olvidar aquel año loco en que jugaron a ser el Che Guerava climático. Otros, los más concienciados y radicales, tardarán en aprender que pegar sus dedos embadurnados de cola a La maja desnuda no servirá para cambiar gobiernos ni para rebajar la temperatura de la Tierra ese grado y medio que nos separa del infierno. Así que mejor vayan buscando otros métodos menos agresivos de protesta si quieren ganar la batalla mediática o de la opinión pública. Háganlo, dejen en paz a la pobre Gioconda, y contarán con todo nuestro apoyo.

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