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Hace un año…

Eva Puig
Eva Puig
Licenciada en filosofía, escritora y terapeuta. Amante de los horizontes. Desde la pandemia, hace humor gráfico como Malika.
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análisis

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Justo hace un año. En un bar. Partido Madrid-Barcelona. Casi siempre estábamos juntos a esa hora, pero ese fin de semana yo estaba en Madrid. Dicen que de todas las catástrofes que imaginamos sólo un 5% ocurren. Yo nunca imaginé su partida, así, abrupta, de repente.

Sucedió en un bar, en un segundo el corazón del que era mi pareja desde hacía un año colapsó. Sebas se fue, casi sin resistencia, casi como si se hubiera dormido.

El número de muertes por ictus y ataques al corazón se ha incrementado en los últimos dos años. Se sabe cómo las mal llamadas «vacunas» anti-covid pueden producir ese efecto secundario. Pero un tupido velo corre sobre esas muertes. Nunca podré afirmar que su «repentinitis» fuera causada por su condición de ciudadano triplemente vacunado, pero sería faltar a la verdad negar que eso es una posibilidad y que debería ser responsabilidad de las autoridades investigar ese aumento de mortalidad por causas tan específicas.

Pero, aparte de hacer notar esa posibilidad (porque siento una profunda responsabilidad ética de hacerlo) este artículo pretende ser una pequeña reflexión sobre la muerte. Vaya por delante que siempre me sorprendió que una sociedad tan obsesionada por las certezas y las seguridades diera la espalda a lo único que tenemos todos asegurado, que es el morir.

«La muerte se dice de muchas maneras» escribí en un poema de mi libro de Exilios interiores. Existe nuestra propia muerte, pero también existe la muerte de los seres que amamos, que nos transforma profundamente.

Me sorprendía, en medio de la confusión de esos días, cuando la gente me decía que «no tocaba». Sebas murió a la edad de 47 años. Debo confesar que, a pesar de entender lo que los otros me decían, no dejaba de parecerme absurdo: parece que sólo «toca» morirnos de mayores, pero eso es en la lógica humana, que no suele ser la lógica de la vida. Nos morimos cuando toca, ni antes ni después (que las causas de la muerte sean ciertas inoculaciones o no, es otro tema y deben depurarse responsabilidades.). «La muerte es equidistante de todos», decía Panikkar. Camina a nuestro lado siempre pero no la queremos ver.

La muerte de un ser querido te para la vida. El espacio-tiempo no sólo colapsa para el que se va, sino para el que se queda también. La vida afuera sigue, pero a uno mismo se le ha parado. En ese sentido el duelo es anti-sistema: dejas de ser funcional, de funcionar. El mundo se desviste de significado y solo queda un dolor profundo que, como sociedad e individuos, no sabemos ni cómo gestionar. La muerte de un ser querido es una invitación a una transformación profunda, a una gestión física, emocional, mental y espiritual de lo que nos acontece, pero también a una búsqueda vital de respuestas sobre el sentido de la propia vida y del más allá.

Es en ese sentido que, sin hacer apología de la muerte, creo profundamente que al mirarla de frente y sentir cómo nos atraviesa (en la despedida de un ser amado), aprendemos a vivir. En ese sentido la muerte es la gran maestra de vida, y una sociedad que mira para otro lado resulta al final profundamente infantil e incapaz de vivir plenamente.

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1 COMENTARIO

  1. Totalmente de acuerdo. Mi más sentido pésame a usted y al resto (muchos de los cuales no han llegado a esta reflexión, prefieren no hacerlo o tienen otra opinión muy respetable). Esta muerte y otras (p. ej. residencias) deben ser investigadas ya no sólo por el mero hecho de aprender de los errores, que es la manera que tenemos de avanzar como sociedad, sino por el hecho de poner en el banquillo de los acusados a esos responsables que probablemente se consideren intocables pensando que toda la vida estarán ocupando los cargos que tienen. No les importa el resto de la sociedad, me atrevería a decir que ni siquiera sus mismas familias sino servir a su amo, que les llena los bolsillos con dinero de todos eso sí. Mal vamos, muy mal.

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