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La revolución de los claveles, cincuenta años después

Boaventura de Sousa Santos
Boaventura de Sousa Santos
Sociólogo. Profesor catedrático jubilado de la Facultad de Economía de la Universidad de Coímbra (Portugal). Profesor distinguido de la Universidad de Wisconsin-Madison (EE.UU.)
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análisis

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Traducción de Bryan Vargas Reyes

Desde hace cuarenta años escribo un artículo sobre cada década de la revolución del 25 de abril de 1974, la cual devolvió la democracia a Portugal después de 48 años de dictadura. El análisis de las prioridades interpretativas o prospectivas muestra que a lo largo de los años me he enfrentado a dos resentimientos, uno principal y otro secundario, a los que he respondido, sin resentimiento, pero con argumentos y justificación de opciones políticas. Me refiero al resentimiento de la oportunidad perdida y al resentimiento del pasado perdido. En el transcurso de este largo periodo, los dos resentimientos han cambiado sus posiciones de prominencia relativa. El primer resentimiento dominó en las tres primeras décadas y el segundo ha dominado desde entonces.

Hay dos tipos de resentimiento: histórico-ideológico e interpersonal-comunitario. En ambos casos, se trata de emociones o sentimientos que dramatizan daños considerados injustos de forma ético-moral y, por tanto, no política. Siempre implican la existencia y celebración de las víctimas. Ambos tipos de resentimiento demonizan al agresor y, en el caso del resentimiento histórico-ideológico, el arrepentimiento o reparación es mucho más difícil, si no imposible. En los resentimientos que abundan en la sociedad contemporánea encontramos componentes de ambos tipos de resentimiento, pero siempre es posible detectar matices y prevalencias.  En este texto me ocuparé exclusivamente del resentimiento histórico-ideológico.

El resentimiento de la oportunidad perdida

La revolución del 25 de abril de 1974 desencadenó dos energías políticas extraordinarias porque se combinaron: democracia y socialismo. Tras 48 años de dictadura, la democracia estaba en el corazón de la revolución. Tuvo lugar pocos años después del movimiento estudiantil de 1968, que tuvo su precursor en Coimbra en 1962, y un año después del golpe de Pinochet contra el régimen socialista democrático pretendido por Salvador Allende. Sin duda, en el campo socialista surgieron posiciones extremistas que no querían la democracia representativa por considerarla burguesa; se dividían entre partidarios de los sistemas soviético, albanés o chino. La idea verdaderamente hegemónica era el socialismo democrático. Estaba consagrado en la Constitución de 1976 y los mismos partidos que ahora son de derechas se consideraban defensores del socialismo. La idea del socialismo democrático estaba inscrita en las aspiraciones populares, aunque no estuviera claro en qué consistía. Recuerdo que en 1980 -en la época en que yo era enlace entre la Universidad de Coimbra y el Movimiento de los Capitanes del Movimiento de las Fuerzas Armadas (MFA) de Coimbra, dirigido por el teniente general Franco Charais- el rector me pidió que visitara Yugoslavia para conocer el sistema socialista autogestionario, antisoviético pero del que se sabía poco, y redactar un informe. Pasé un mes en ese país y también en Albania (para contrastar), pero cuando regresé el interés por el socialismo había decaído.

En 1985 escribí: «La sociedad portuguesa vive hoy en una atmósfera de expectativas reservadas. Los últimos diez años han sido el despliegue de un proceso muy complejo de transformación social cuyas implicaciones aún no son del todo visibles. Hay temores y, al mismo tiempo, esperanzas de que el futuro sea diferente de los muchos pasados recientes que han dado lugar a nuestro incierto presente. Todo, o casi todo, comenzó con el 25 de abril de 1974, sin duda el acontecimiento más significativo de la historia contemporánea de nuestro país. Conocer en profundidad lo que ocurrió entonces (y después) y por qué ocurrió es la clave para entender muchas de nuestras preguntas de hoy y es, por tanto, un reto para los científicos sociales y, en general, para todos nosotros, ciudadanos comprometidos con el devenir histórico de nuestro país[…] lanzar un debate científico, con el telón de fondo histórico de esto  momento [1985] ya posible, sobre esta fecha importante de nuestra contemporaneidad, un proceso social rico y complejo que ha recorrido (¿profundamente? ¿superficialmente?) la realidad portuguesa con modelos de desarrollo y planes políticos, con proyectos de acción y programas de futuro, que fueron otros tantos hilos con los que se cosieron las rupturas y continuidades entre la sociedad emergente y la vieja sociedad que se le resistía con la fuerza de los años». La democracia no se problematizaba, pues se consideraba un bien incondicional e irreversiblemente adquirido, pero el socialismo quedaba ya muy lejos, sustituido por su versión capitalista -sin olvidar la contradicción- de la socialdemocracia. Los principales temas de reflexión eran «la cultura y las nuevas formas de vida; los cambios en el derecho y la administración de justicia; la lucha por el control de la producción; los movimientos populares para mejorar las condiciones de vida».

Casi treinta años después, en medio de la crisis financiera-existencial que significó la intervención de la Troika (Unión Europea-Banco Central Europeo-Fondo Monetario Internacional), escribí el 25 de abril de 2011: “Vivimos el 25 de abril más oscuro desde aquel que hace 37 años, como un milagro impío, nos gritó: levántate y anda». Y así lo hicimos, a pasos agigantados, superando retos, cayendo en trampas, hasta llegar a estos días en que un dios extraño, porque es trinitario pero sin gracia, nos ordena: arrodíllate y arrástrate. También es un imperativo extraño, aunque no inédito en nuestra historia, porque nos ofrece la salvación a cambio de perder el alma.

Asistimos al desarrollo del subdesarrollo de nuestro país y aparentemente observamos pasivamente. Como si el país fuera un lugar lejano, habitado por personas que conocemos poco, por las que no sentimos especial estima y que, sin duda, merecen la carga que tienen que soportar. Escuchando o leyendo a algunos comentaristas da la impresión de que son alemanes hablando de nuestro país. Diseccionan la realidad nacional como si fueran forenses, descuartizando el cadáver como si no formaran parte de él. Otros, los superricos, cuyo dinero les da derecho a un caudal de sabiduría, se declaran asqueados por la pobreza y las pensiones miserables, como si la pobreza fuera un pecado del que su riqueza es inocente. Y casi todos ellos flagelan el país, como si las causas de nuestra crisis financiera no fueran sistémicas y, por tanto, en parte ajenas a nuestras acciones, por torpes que hayan sido. La autoflagelación es la mala conciencia de la pasividad y no es fácil superarla en un contexto en el que la pasividad, cuando no se quiere, se impone. La llegada a Lisboa de la trinidad UE-BCE-FMI constituye simbólicamente un activismo de alta intensidad que contrasta con nuestra incapacidad para actuar. Se actúa sobre nosotros. Nuestro es sólo el nombre en el que otros actúan por el bien que sólo es nuestro si también es suyo. Para actuar, tenemos que apartar la vista de este paisaje y caminar en la oscuridad durante unos instantes hasta llegar a la parte trasera del mismo para ver el andamiaje que lo sostiene, observar el ajetreo que allí se desarrolla e identificar los tramos vacíos que esperan nuestra acción. No necesitamos capitanes, pero sí la lucidez y el coraje que tuvieron algunos de ellos hace 37 años para actuar sin temer las reacciones de los mercados ni las calificaciones de las agencias de rating.”

Este texto formaba parte de un libro, Portugal: ensaio contra a autoflagelação (Portugal: ensayo contra la autoflagelación) (Almedina 2012), que, aunque analítico, representó el fin de la idea (y del resentimiento) de la oportunidad perdida. A partir de entonces, otro resentimiento dominaría.

El resentimiento del pasado perdido

La última década se ha caracterizado globalmente por el crecimiento de la extrema derecha como expresión políticamente organizada. En Portugal, su organización llegó más tarde y hemos llegado a atribuirlo a la fuerza de la revolución de 1974. Pero las elecciones del pasado mes de marzo demostraron que Portugal no sólo no era inmune a esta ola, sino que la montaba con más audacia que otros países europeos. Hay puntos de convergencia tanto en las causas de este fenómeno global como en las formas que adopta. Las manifestaciones más comunes de la extrema derecha son: el nacionalismo xenófobo y antiinmigración; el antisistema, que abarca más que el sistema político y engloba las relaciones sociales; el racismo y el sexismo; la idea de que todo uso del poder es abuso de poder, excepto cuando se trata de las fuerzas de represión y seguridad, donde todo abuso de poder es uso legítimo del poder; el uso instrumental de la democracia con la subversión de la separación de poderes y la banalización progresiva de las violaciones de los procedimientos democráticos liberales; la naturalización de las desigualdades sociales; el Estado de protección social mínima o sólo para «nosotros» y el Estado represivo fuerte y sólo para «ellos».

En el caso de Portugal, la extrema derecha adopta la forma del resentimiento hacia dos pasados perdidos: el colonialismo, como expresión de grandeza y civilización, y la dictadura de Salazar, como época de orden y expectativas a la altura de las limitadas posibilidades del país. Como puede verse, se trata de dos pasados basados en dos ideas contradictorias de la identidad del país. Una, invocando la grandeza desafiante, la audacia desproporcionada a las posibilidades reales y, por tanto, el éxito; la otra, invocando la mediocridad, la humildad, la moderación, la astucia en la gestión de las limitaciones y, por tanto, el éxito. Es típico de este tipo de resentimiento que el pasado, fuera cual fuera, fuera mejor que el presente. Las contradicciones sólo se hacen patentes cuando se sale del mundo del resentimiento.

La revolución del 25 de abril supuso una ruptura profunda con ambos pasados. La ruptura con el pasado colonial era irreversible porque, en gran medida, no dependía de los portugueses, sino de los movimientos de liberación anticolonial. Al contrario de lo que sostiene el resentimiento colonialista, las relaciones con el mundo ex colonial continuaron y se diversificaron, pero obviamente depuradas de la violencia colonial y orientadas hacia beneficios recíprocos y establecidos multilateralmente. A su vez, la ruptura con el pasado dictatorial también pretendía ser irreversible, entre otras cosas porque el régimen fascista había cifrado su futuro en el mantenimiento de las colonias. Pero la irreversibilidad de la democracia siempre fue menos segura que la del fin del colonialismo, no sólo porque dependía únicamente de los portugueses, sino también porque pronto cortó el cordón umbilical con el socialismo que la apoyaba al principio. La cuestión de la irreversibilidad toma la democracia liberal como una entidad fija e inequívoca, que la realidad desmiente cada día. ¿Qué vale una concha de ostra sin una ostra dentro? ¿Qué será de la democracia si la mayoría de los ciudadanos votan a partidos de extrema derecha que utilizan la democracia para llegar al poder pero, una vez en el poder, no lo utilizan o aceptan perderlo democráticamente?

Tanto en el caso de Portugal como en el fenómeno global, se ha dicho que la nueva extrema derecha, a diferencia de la del siglo pasado, no recurre al fascismo de partido único. A nivel formal esto parece ser así, pero la realidad es mucho más compleja. El neoliberalismo de después de la caída del Muro de Berlín es una nueva etapa de la lucha de clases que pretende eliminar la distribución relativa de la riqueza que las luchas sociales de las clases trabajadoras han conseguido a un gran coste durante el último siglo. Al igual que los derechos humanos, la democracia se ha celebrado al mismo tiempo que se ha vaciado de contenido material en la vida concreta de las familias. En las condiciones actuales, el coste político de eliminar las políticas sociales en una democracia es mucho menor que hacerlo en una dictadura. Pero nadie puede predecir hasta cuándo.

El otro pilar del neoliberalismo ha sido globalizar el poder político y financiero real (centrado en un pequeño círculo de países dominantes), mientras se mantenían los conflictos políticos democráticos a escala nacional. Este desajuste, combinado con el control de la opinión de los medios de comunicación, las sofisticadas políticas de vigilancia y los cambios tecnológicos en la organización del trabajo, ha desarmado casi por completo las luchas sociales por una sociedad más justa. Si estas luchas no pueden reconstruirse, la propia democracia se desarmará sin ser eliminada. El Presidente Julius Nyerere de Tanzania dijo una vez que los EE.UU. eran también un régimen de partido único, sólo que con la especificidad de que había dos. La democracia, aunque vacía, siempre es mejor que la dictadura, pero sólo para quienes pueden beneficiarse de ella. Y cada vez son menos. Las máscaras del resentimiento colonialista y fascista ocultan los rostros de personas sencillas, sin voz, que sienten que han perdido lo poco que tenían y no tienen esperanza de recuperarlo.

Este año, más que en los anteriores, «lo que hace falta es animar a la gente», recordando al cantante José Afonso. Y para ello necesitamos políticas y gobiernos que aborden el resentimiento sin resentimiento.

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