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La ruina desencadenada del capitalismo

Francisco Javier López Martín
Francisco Javier López Martín
Licenciado en Geografía e Historia. Maestro en la enseñanza pública. Ha sido Secretario General de CCOO de Madrid entre 2000 y 2013 y Secretario de Formación de la Confederación de CCOO. Como escritor ha ganado más de 15 premios literarios y ha publicado el libro El Madrid del Primero de Mayo, el poemario La Tierra de los Nadie y recientemente Cuentos en la Tierra de los Nadie. Articulista habitual en diversos medios de comunicación.
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análisis

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El capitalismo industrial se disfrazó de liberalismo y se convirtió en lo que Chesterton denominó el monstruo que crece en los desiertos. Por un momento nos hizo creer que era capaz de extraer hasta el infinito, manipular, construir, producir beneficios inagotables, vender y desechar sin medida, mandar, ejercer el control, gobernar seduciendo, sin aplicar la fuerza bruta.

Como cualquiera de las ideologías con las que se enfrentó en algún momento, el liberalismo es totalitario, despiadado, inmisericorde y, sin piedad alguna, se introduce en todos los aspectos de nuestras vidas. Nos gobierna en la casa, en la sociedad y en nuestro propio interior.

El fascismo y el comunismo prometían orden a cambio de tiranía. La ventaja del liberalismo es que prometía el desorden de una libertad entendida como poder del individuo sobre la sociedad y sobre los demás individuos. Según los ideólogos del liberalismo es posible nacer en un lugar, salir de allí, mejorar hasta enriquecerse brutalmente. Ricos y pobres unidos por la igualdad de oportunidades, protegidos por los mismos derechos. Sabemos que es mentira, pero queremos creerlo.

Todos sabemos que ese liberalismo que alienta el egoísmo nos desapega y nos aleja de cualquier lealtad, fidelidad, respeto y memoria de nuestra tierra, de nuestras gentes, nuestra familia, nuestra cultura. El resultado es que esa gran máquina capitalista comienza a generar inestabilidad social y conflictos, que resultan controlables por el Estado y sus instrumentos mientras la situación económica, política, social, lo permita.

De hecho la ideología que se justifica en la libertad conduce a un poder y a un control social sin precedentes. Los gobiernos y las grandes corporaciones, controlan nuestras opiniones y los límites de nuestras expresiones. Regulan nuestras vidas, establecen criterios y normas en función de la salud pública, del bienestar social, de nuestra seguridad, o nuestro futuro. Determinan constantemente lo que está bien y lo que está mal.

Los conflictos a los que asistimos ya sean nacionales, de género, raza, o identidad, son muestras del triunfo del liberalismo. La confrontación, la guerra cultural en el seno de nuestra sociedad, se produce cuando 200 años de liberalismo se han encargado de descomponer cualquier base cultural anterior.

Esta es la ideología que impregna la sociedad globalizada. La ideología de la derecha, pero también de la izquierda, Somos islas, individuos, nosotros nos definimos libremente. Somos muy diversos, teóricamente muy plurales, pero cada vez somos más iguales.

Y lo curioso es que nos convencen de que hay que ser realistas, aceptar las cosas como son. Nos convencen de que esto es lo que hay, es lo que toca, llegamos a creer que es lo que yo quería. Mientras ignoramos el vacío interior que nos habita, la muerte silenciada de nuestros sentimientos.

Pero el liberalismo, en su fase globalizadora, no se conforma con crearnos una cultura, una forma de entender el mundo y la vida, sino que también quiere rediseñar la naturaleza, desde la conciencia de que la fuente de energía que permitió el expansionismo económico no era otra que los combustibles fósiles.

La globalización de los mercados ha sido posible gracias a los barcos de vapor, los automóviles, los camiones, aviones, las fábricas, supermercados, carreteras y autovías. Han hecho posible el advenimiento de Internet, de los teléfonos inteligentes, la Inteligencia Artificial en el marco de eso que ahora llaman la Cuarta Revolución.

Esos avances, alimentados con combustibles fósiles, permitieron que abandonáramos nuestra tierra y nuestras comunidades, que nos creáramos identidades individuales en el reino del yo, yo, yo y luego yo.

La mansión de las libertades modernas se asienta sobre la base de una constante expansión del uso de combustibles fósiles, nos dicen ya muchos historiadores y economistas como el bengalí Dipesh Chakrabarty.

Eso significaría que todo en nuestras formas de vida, cualquier avance económico y social, hasta en derechos y en democracia, se asienta sobre el consumo cada vez mayor de energías fósiles. No existiríamos sin el petróleo. Esa es la gran tragedia de nuestra Europa en un mundo en el que las energías fósiles desaparecen, al tiempo que nosotros carecemos casi absolutamente de ellas y tendremos que pagar cada vez más por utilizarlas.

El liberalismo, tan moderno él, nos exige ir a la guerra contra la naturaleza, dominarla, explotarla, agotarla. Pero la naturaleza resiste esa guerra y responde con el cambio climático. Pero en esto llegó la crisis de 2008 y el capitalismo dio muestras de agotamiento, colapso, caída inevitable.

La gran lección de la crisis desencadenada en 2008 es que los excesos extractivos de recursos naturales para mantener los niveles de consumo y crecimiento actuales, serán cada vez más imposibles de sostener. No bastarán la tecnología, ni todas sus revoluciones, si no aprendemos que nos necesitamos unos a otros y necesitamos cada vida en este planeta.

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