Al médico investigador Boris Pérez no le entusiasma la televisión. La considera un elemento que puede hacer compañía en casa, pero no le hace mucho caso. Sin embargo, en un conocido programa de televisión de máxima audiencia, en cierta ocasión escuchaba a un chico hacer una brillante actuación recordando a Camarón.
Se trataba de un buen programa de televisión, bien coordinado y dirigido, y que cuenta con una de las mejores presentadoras del panorama televisivo. Entre las secciones de ese programa hay una que está dedicada a que jóvenes con talento puedan interpretar canciones de cantantes a los que admiren. Es lo que hizo este chico cuando cantó, como hacía Camarón, la canción titulada “La Saeta”.
Lo hizo muy bien, y los comentarios fueron muy favorables. Hubo algunas intervenciones, incluida la de algún familiar, y se dijo varias veces que era una canción que escribió Serrat. A Boris le llamó mucho la atención que nadie lo corrigiera en ningún momento.
Es cierto que Serrat en el año 1969 saca un disco donde la sexta canción es precisamente “La Saeta”. Se trata de un disco editado por la compañía Zafiro/Novola, y el título de este LP es “Dedicado a Antonio Machado, poeta”.
Porque quien escribió aquella poesía a la que luego le pusieron música fue Antonio Machado, poeta andaluz. “La Saeta” está incluida en el libro “Campos de Castilla”, que se publicó en 1912. En agosto de ese mismo año Leonor Izquierdo, esposa de Antonio Machado, fallecía en Soria. El libro “Campos de Castilla” se envió terminado en 1910 a la Editorial Renacimiento, pero no se publicó hasta 1912 poco antes del fallecimiento de Leonor, que lo había visto escribir y pudo verlo publicado.
Boris pensó que la historia se cuenta así, y es verdad que no importa tanto. Un poema que trasciende a su autor. El autor es Antonio Machado, pero se recuerda con la cara de Serrat. Estas cosas suelen ocurrir. Otro ejemplo es el caso de John Nash, matemático estadounidense, que ha obtenido una notoriedad importante a través de la película “Una mente maravillosa”, con lo que su cara ya es la de Rossell Crowe.
Lo cierto es, concluye Boris, que al final las cosas no son de nadie, sino de todos los que las disfrutan. En el fondo es mejor así. Va en su propia razón de ser.