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Libertad en su máxima expresión durante el París en ebullición del 68

La misteriosa escritora francesa Catherine Guérard dejó de publicar hasta su muerte en 2010 tras presentar su segunda novela, ’Renata sin más’, en 1967, ahora rescatada del olvido por Tránsito

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análisis

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“La libertad es sentarse en un banco y escuchar el canto de los pájaros”. Pónganse en su lugar: una empleada del hogar decide de la noche a la mañana abandonar su trabajo como interna y echar mano de la libertad en su máxima y más revolucionaria expresión, completamente opuesta y alejada de los convencionalismos burgueses preestablecidos, esa misma libertad que nada ni nadie le puede arrebatar ni por todo el oro del mundo. Saltar al vacío de la vida sin preguntarse qué será de ella esa misma noche o al día siguiente cuando despierte después de pasar una noche al raso. 

¿Dónde irá tras esta trascendental decisión personal? Ni ella lo sabe, tampoco le importa, simplemente quiere ser feliz, sin ataduras de ningún tipo, ni siquiera de esa supuesta felicidad que quieren creer que otorga el trabajo y un sueldo seguros. Porque, por encima de todo, la protagonista de esta sorprendente e impactante novela, rescatada ahora por la exquisita editorial Tránsito, con una excelente traducción de Regina López Muñoz, ansía la libertad de hacer con su vida lo que le venga en gana, sin tener que claudicar a las imposiciones burguesas de la sociedad imperante, con todo lo que ello implica para nuestras monótonas existencias de personas de bien y productivas, encajes perfectos del sistema como piñón en cadena.

No solo la novela en sí, publicada en 1967, con aquel París en plena ebullición existencial, es una misteriosa bocanada de aire fresco, también posee un encanto especial la trayectoria vital de su autora, prácticamente desconocida hasta que recientemente se ha rescatado esta Renata sin más. Catherine Guénard falleció un 14 de julio de 2010. Olvidada durante décadas, su existencia quedó para siempre en una nebulosa tras la publicación de esta genial novela, dedicada a un enigmático “François”. Ni más ni menos que el ex presidente francés François Mitterand. También se la relacionó con el periodista, escritor y guionista Paul Guimard. Renata sin más no fue su única obra maestra, con la que a punto estuvo de hacerse con el galardón más importante de las letras galas, el Goncourt. Más de una década antes de esta, en 1955, había publicado Ces princes.

Es una obra escrita con las vísceras, de manera implacable y en forma de monólogo interior por parte de la protagonista, una mujer digna ante todo que quiere exprimir la vida en su máxima expresión

Y después, el silencio más absoluto. Desapareció de toda vida pública y ya nada más se supo de ella hasta ahora, que empieza a ser de nuevo reconocida por el valor que transpiran las páginas de Renata sin más, una obra escrita con las vísceras, de manera implacable y en forma de monólogo interior por parte de la protagonista, una mujer digna ante todo que quiere exprimir la vida en su máxima expresión. Mucho de ese idealismo utópico de esta empleada del hogar que rompe todo vínculo con “los señores” es el que se respiraba en el París de aquellos efervescentes años sesenta del pasado siglo, con los existencialistas copando plazas y universidades con sus reivindicaciones para hacer de este mundo algo mejor de lo que era entonces. El tiempo no les dio la razón.

Pero quedan obras maravillosas como este diamante en bruto que se paladea con cada nueva acción relatada por la protagonista en un estilo indirecto que insufla un ritmo preciso y precioso a la novela, no exento de riesgos perfectamente solventados con maestría narrativa. Esta mujer ahora libre se siente con el pleno derecho de detestar a todas esas vecinas de su anterior monótono día a día como interna en un domicilio ajeno, y al mismo tiempo está plenamente convencida de que ha hecho lo correcto, más allá de que su arrojo y valentía no estén repletas de incertidumbres. “Por qué se empeñará toda esta gente en trabajar, y para colmo se creen que son ellos los que tienen razón, pero si alguien tiene razón soy yo”. Ni más ni menos, una bello redescubrimiento que viene cargado de aires de libertad de la buena, de esa a la que nadie le puede endosar apellidos ni clichés de eslóganes.

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