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Mitos sobre la transición energética

Juan Antonio Gómez Liébana
Juan Antonio Gómez Liébana
Su objetivo es aunar esfuerzos y organizarse para luchar por un sistema sanitario de calidad, que atienda a todas las personas sin exclusiones, dotado de mecanismos de gestión democrática por parte de trabajadores y población, y en el que la actuación sobre los determinantes socioeconómicos y medioambientales de la enfermedad sean prioritarios. En estos años, en los que en todo el Estado (gobierne quien gobierne) han avanzado el deterioro y la privatización de las partes rentables del sistema sanitario, compañeros y compañeras de los diferentes territorios se han ido incorporando a la lucha.
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análisis

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MITO 1. Más energía es mayor calidad de vida.

Cada vez es más evidente que en nuestras sociedades occidentales se van a imponer unos límites en la disponibilidad energética (en el Sur Global ya operan), que van a condicionar todos los aspectos de nuestras vidas, por lo que lo más sensato seria iniciar un debate, antes de que sea tarde, para establecer qué cantidad de energía necesitaríamos para garantizar las necesidades básicas, y que cantidad estamos utilizando para actividades que podrían considerarse superfluas.

Las llamadas necesidades básicas son universales, objetivas, no sustituibles, intergeneracionales y saciables, y su satisfacción incide en la mejoría de los indicadores sociales y de salud. En cambio, los deseos son subjetivos, evolucionan a lo largo del tiempo y en cada cultura, son individuales, sustituibles, y el mercado global los convierte en insaciables.

El hiperconsumo, base del capitalismo, no genera mejoras en los indicadores sociales y de salud. Es sabido, que traspasado un determinando umbral de consumo de recursos, sus posibles efectos positivos se estabilizan o incluso pueden llegar a ser contraproducentes. Por ejemplo, en el modelo médico hegemónico, superado un cierto consumo sanitario, se generan efectos nocivos debido a la medicalización, la perdida de autonomía de los pacientes, el sobrediagnóstico, y el excesivo consumo de pruebas y fármacos. Esta “contraproductividad”, que se da en todos los sectores, es inherente al proceso de crecimiento capitalista que instaura para su reproducción, el consumo compulsivo, la mayor parte de las veces no solo innecesario, sino también nocivo.

Por tanto, los países del Norte deberían de iniciar con urgencia un proceso de decrecimiento, lo que no implicaría regresar a las cavernas. Es posible garantizar para todos un acceso a los principales avances sociales, con una reducción muy importante en el uso actual de energía y en el resto de consumos, que algunos autores cifran en un 90 %, manteniéndonos dentro de la capacidad de carga del planeta.

MITO 2. Existen energías renovables, que permitirán reducir las emisiones de gases de efecto invernadero.

Ningún sistema energético es renovable. Fotovoltaica, eólica, biomasa, hidráulica…todos precisan combustibles fósiles, minerales y tierras raras para ser fabricadas y puestas en marcha. Materiales finitos que requieren minería: desde el cobre y el acero hasta el hormigón, la arena y las tierras raras. Estas tecnologías de captación de energía son “falsas renovables” y enmascaran una realidad oscura; están colaborando con la destrucción ambiental y en el incremento de las emisiones de gases de efecto invernadero (aquí, aquí).

Por ejemplo, para fabricar polisilicio para las placas solares hay que transportar grava de cuarzo pura y carbón a una fundición, alimentada con combustibles fósiles (gas natural, carbón o energía nuclear) para garantizar un suministro constante de electricidad que permita alcanzar 1.600ºC ininterrumpidamente. Ni la energía solar, ni la eólica pueden alimentar una fundición, ya que sólo proporcionan energía intermitente.

Respecto a los pantanos, son “bombas de metano”, ya que pueden emitir, por unidad de energía, hasta 3,5 veces la cantidad de carbono atmosférico emitida por la quema de petróleo, principalmente porque se liberan grandes cantidades de carbono de los árboles cuando el embalse se llena por primera vez y las plantas se pudren.

En cuanto a la nueva burbuja, la quema de biomasa (mayoritariamente árboles, no nos engañemos), que la UE ha tenido la desfachatez de catalogarla como renovable, supone ya el 63 % del mix verde, frente a la hidroeléctrica (17%), la eólica (11%), y la solar (6%).

Estas “energías verdes”, cuyo despliegue en forma de macrorenovables industriales, está ayudando a incrementar las emisiones y a calentar aún más el planeta, están promocionadas por las ONGs medioambientalistas y por políticos de todos los colores. Las disensiones que a veces parecen existir entre ellos obedecen a los papeles que se han repartido en la representación, y que trata por todos los medios de ocultar lo principal: que más energía “verde” significa más quema de combustibles fósiles. No hay energías buenas y malas.

MITO 3. Las energías “renovables” no tienen efectos nocivos en la salud de los seres vivos.

Las emisiones producidas para fabricar estos dispositivos tienen un impacto negativo en la salud, pero además durante su funcionamiento también se producen dichos efectos. Por ejemplo, la combustión de biomasa, promovida en teoría para sustituir al “sucio” carbón, resulta que emite a la atmósfera más sustancias tóxicas (dioxinas, furanos…) que la propia combustión de carbón.

En el caso de las “verdes” fotovoltaicas, para aumentar la durabilidad de los paneles, la repelencia a la suciedad y la producción de energía, el marco, las láminas y el encapsulante (y las baterías, si las hay) suelen contener sustancias químicas perfluoradas (PFA), los llamados contaminantes eternos. Diferentes estudios están demostrando que la exposición a estas sustancias puede debilitar el sistema inmunitario, aumentar los niveles de colesterol, alterar las enzimas hepáticas, aumentar el riesgo de hipertensión en las mujeres embarazadas, e incrementar el riesgo de cáncer de riñón o de testículos. Fenómenos atmosféricos extremos, cada vez más frecuentes, pueden destruir los paneles de las plantas fotovoltaicas y dispersar tóxicos por el ambiente.

Las eólicas también tienen efectos negativos en los seres vivos. Producen ruidos que afectan a la vida cercana, dispersan micro plásticos a la atmosfera que luego entran en la cadena trófica, son un peligro para la biodiversidad, colmatan los vertederos tras su utilización ya que sus compuestos son muy difíciles de separar, etc.

MITO 4. Estamos realizando una transición energética. Las renovables sustituyen a las fósiles.

Llevar a cabo una verdadera transición energética implicaría reducir el consumo de combustibles fósiles (y por supuesto la combustión) para que disminuyan las emisiones de gases de efecto invernadero, principal causante del calentamiento global, pero los datos más recientes demuestran que el consumo mundial de energía fósil aumenta año tras año y por ende las emisiones se están incrementando.

El discurso oficial, sostenido por los gobiernos y las grandes ONGs medioambientalistas, defienden que la puesta en marcha de las “energías renovables” permitirá realizar una “transición energética”, eso sí, sin cuestionar la base del capitalismo, el crecimiento indefinido. La cuadratura del círculo. Según ellos, debemos seguir el mismo camino que nos ha traído a esta situación, incrementando el consumo energético que -en los países del Norte- llevamos “disfrutando” desde la “gran aceleración” posterior a la Segunda Guerra Mundial-, simplemente cambiando a “energías renovables».

Sin embargo, la realidad contradice esta afirmación. Históricamente, a medida que se agregaban nuevas fuentes de energía a la red, las fuentes antiguas se mantenían constantes o crecían. En lugar de desplazarse entre sí, cada fuente adicional se suma sobre el resto, y la civilización industrial se vuelve cada vez más intensiva en energía. En 2022, Alemania autorizó la reactivación de 22 centrales de carbón, mientras que China está abriendo una planta de carbón nueva por semana, mientras que otros afirman que son dos nuevas plantas.

Ya en 1865, en The Coal Question, William Jevons explicó la paradoja de que la eficiencia en realidad incrementa el uso de energía (efecto rebote o paradoja de Jevons). Es decir, el consumo de energía y material, incluso si inicialmente cae, deja de caer, luego vuelve a subir, o incluso iguala o supera el nivel inicial.

Para más inri, los subsidios a los combustibles fósiles aumentaron en 2022 a un récord de 7 billones de dólares, más de lo que los gobiernos gastan anualmente en educación (4,3 % del ingreso global) y alrededor de dos tercios de lo que gastan en atención médica (10,9 %). Incluso, aunque se ha calculado que eliminar los subsidios a los combustibles fósiles evitaría 1,6 millones de muertes prematuras al año, es decir, mejoraría la salud global de la población, lo que no interesa porque reduciría el sacrosanto PIB por la consecuente caída del gasto sanitario. Más salud es menos negocio.

Lo que llaman “transición energética” es una ilusión para calmar la ansiedad de las mentes occidentales, y también una buena oportunidad de negocio a nuestra costa. No es posible mantener una sociedad de consumo compulsivo, basada en un sistema energético de alta densidad, que funciona las veinticuatro horas del día, con sistemas energéticos de baja densidad e intermitentes. Lo sensato es aceptarlo.

MITO 5. Es posible electrificar nuestro consumo actual.

El mantra de la electrificación total, repetido desde los medios de formación de masas, ha generado la ilusión de que podemos mantener nuestros derrochadores modos de vida occidentales con soluciones tecnológicas mágicas. Pero las energías “renovables” son sólo una pequeña pieza de nuestro puzle energético actual. Solo producen electricidad, que es un 23 % de nuestro consumo energético y además se está reduciendo desde hace quince años El 77 % restante procede de combustibles fósiles, y hoy por hoy no se puede sustituir por electricidad. Así, no es posible electrificar el sector aéreo, los transportes marítimos, la maquinaria pesada, la maquinaria agrícola, sustituir el parque actual de 1.100 millones de vehículos de combustión por coches eléctricos, etc.

Además, la intermitencia de los flujos hace que no puedan ser utilizadas para muchas actividades. El almacenamiento de la electricidad convirtiéndola en energía química, en hidrógeno o en metanol, conlleva sus propios costes, incluidos los energéticos. Así, las promesas tecnológicas de maravillosos sistemas de acumulación no se plasman en nada concreto, en gran parte porque dependen de materiales escasos, cuya extracción y procesamiento a su vez generan más combustión y más emisiones, justo lo que deberíamos frenar.

Es más, nos prometen la electrificación de cualquier actividad de nuestras vidas, pero ni siquiera ejecutan lo factible. Aún tenemos el 35% de la red ferroviaria sin electrificar, fundamentalmente la que afecta a la “España Vacilada” o a comunidades periféricas, como es el caso de Extremadura. Sin entrar en la insensata utilización del transporte pesado por carretera (diesel) cuando se podrían utilizar las redes ferroviarias electrificadas en horarios nocturnos.

Además, aunque si hipotéticamente, en un futuro pudiéramos electrificar el parque automovilístico, el metabolismo capitalista necesitaría seguir extrayendo petróleo -y por tanto incrementando las emisiones de gases de efecto invernadero-, ya que de cada barril de petróleo se dedica el 40% a producir gasolina, y el resto, que son fracciones más pesadas, se utilizan para producir queroseno y combustible para barcos, asfalto, plásticos, textiles…elementos que están en muchos de los objetos de consumo cotidiano (en gran parte innecesarios y prescindibles) de esta sociedad. El exceso de nuestro metabolismo es la fabricación y consumo ilimitados de bienes en un planeta con materias primas finitas1.

MITO 6. El extractivismo puede ser sostenible.

La minería implica destruir el manto verde de un hábitat vivo, talar con grandes máquinas consumidoras de diesel, el arbolado “que estorba”, desplegar excavadoras y bulldozers para abrir carreteras y caminos hacia la futura explotación minera, dinamitar las rocas que impiden acceder hasta los minerales que se van a explotar, tirar líneas eléctricas hasta la zona para hacer funcionar las maquinas no móviles, etc. Una vez consumado este proceso “sostenible”, hay que procesar y triturar cantidades ingentes de roca -cada vez mayores debido a la caída de la ley de los minerales-, en busca del elemento codiciado, lo que implica la necesidad de realizar explotaciones a cielo abierto. En este proceso de triturado se mezclan los minerales con productos químicos agresivos para separar los elementos buscados, dejando detrás de si toneladas de residuos tóxicos que pasarán a contaminar ríos y aguas subterráneas, efecto colateral que no suma en la cuenta de resultados de las corporaciones mineras, y del que, por lo general, nadie se hace cargo mientras la Administración hace la vista gorda.

En el caso del preciado litio, primero se extraen grandes cantidades de granito para reducirlo a polvo y poder hacerse con la mica. Se construyen enormes balsas en las que se mezclará el granito con miles de litros de productos químicos para aislar la mica. La mica, una vez recuperada, será enviada con agua a través de tuberías, para acabar en una segunda planta donde se sumergirá en baños de ácidos y bases muy potentes, a temperaturas muy altas, para obtener finalmente el litio. Estas operaciones consumirán cantidades inmensas de agua, que se bombearán directamente de los acuíferos cercanos, detrayéndola de otros usos. Una vez separada la mica, queda el resto del granito, hasta un 95 % de la roca empapada de químicos, que luego se volverá a colocar bajo tierra. El agua de lluvia se filtrará a través de los desechos de esta mina y se mezclará con arsénico, metales pesados y otras sustancias químicas utilizadas en el proceso de sedimentación, que terminarán en las vías fluviales.

En las últimas semanas hemos asistido a las noticias de que la “progresista” Noruega ha aprobado la minería en aguas profundas. El raspado con maquinaria del lecho marino, aparte de arrasar la biodiversidad de los fondos, puede provocar la liberación de grandes cantidades de dióxido de carbono previamente secuestradas en el suelo, provocando verdaderas “bombas climáticas”.

A pesar de las maravillosas noticias que todos los lunes los periodistas especializados en “avances científicos” nos ofrecen, no es posible la minería con energías renovables y maquinaria pesada eléctrica, y aunque lo fuera, la cada vez menor disponibilidad de litio, cobre, cobalto, aluminio, y otros elementos la haría imposible.

Hasta la propia Agencia de Protección Ambiental de EE.UU. (EPA) clasifica la contaminación del agua por la actividad minera como una de las tres principales amenazas para la seguridad ecológica del mundo. De seguir este camino, se predice que las “energías verdes” serán la principal causa de destrucción del hábitat a mediados de siglo.

MITO 7. Las energías renovables son energías democráticas y no implican el mantenimiento del expolio del Sur global y de la España Vacilada.

El despliegue de las “renovables” en nuestro entorno no implica democratización de la producción energética, sino que se está realizando bajo el modelo de macroproyectos de “renovables eléctricas industriales” por parte de empresas multinacionales, muchas de ellas con intereses también en los combustibles fósiles, para dirigir los flujos energéticos a los antiguos nodos de evacuación de las antiguas centrales de combustión de carbón. Nada que ver con modelos descentralizados. Los sectores públicos, marionetas de los intereses privados, ni apoyan, ni apoyarán las “comunidades energéticas”. Se trata de seguir manteniendo el modelo centralizado para garantizar el consumo de las grandes ciudades y las industrias, cuando lo sensato seria establecer sistemas energéticos de tecnología sencilla, descentralizados y al alcance de todos.

De cualquier forma, la fabricación de estos dispositivos para nuestros países, que la progresía verde abraza con entusiasmo, implica un nuevo proceso de expropiación de las riquezas de los países del Sur Global en el que participan multinacionales extractivistas occidentales, rusas y chinas. El vaciamiento se acelera. No tenemos que perder de vista que el colonialismo comenzó su expansión mediante energías renovables. Con la navegación a vela se conquistó el Sur Global. Con energía solar se produjeron monocultivos comerciales -tras destruir las agriculturas tradicionales- que, explotados mediante la esclavitud, el sudor y la sangre humanas, hicieron crecer los cultivos que permitieron al capitalismo acelerar su crecimiento.

Hoy, en pleno Capitaloceno, el capitalismo verde y sus ONGs asociadas nos venden el discurso de que podemos dejar de desenterrar carbón y petróleo y sustituirlo por la extracción de litio y cobre para crear una matriz “renovable” con la que continuar nuestro suicida modelo de consumo en el Norte. Ante todo, se trata de no cuestionar el modelo social. Se trata de mantener las conurbaciones y la concentración cada vez mayor de la población en zonas urbanas. Para ello precisan vaciar de población las zonas de sacrificio (y exterminio) para sembrarlas de renovables eléctricas industriales, nuevos embalses, minería a cielo abierto, y donde subsista masa forestal, biomasa para seguir quemando como si no hubiera mañana. Sigamos calentando el planeta. Del carbón a la madera, y si es posible incinerando los árboles más viejos, los más rentables para hacer astillas, curiosamente los que más carbono almacenan. Todo lo contrario de lo que el economista ecológico Herman Daly advertía hace décadas: “No extraigamos de la Tierra más rápido de lo que puede reponerse; y no desperdicies más rápido de lo que puedes absorber”.

MITO 8. Todos debemos de poner nuestro granito de arena para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero.

El capitalismo utiliza el discurso de la modificación de los hábitos personales individualizando la culpabilidad, ya sea en el campo de la generación de enfermedades, o en el cambio climático. En ambos casos se trata de ocultar a los auténticos responsables y a las causas profundas, trasladando la carga de la responsabilidad a cada persona.

Es indiscutible que entre el consumo energético de los países ricos y el los pobres media un abismo, ya lo midamos como consumo eléctrico (Noruega 23.000 kWh per cápita frente a 211), o si lo preferimos en kg. de equivalente de petróleo per cápita (Qatar 19.103 frente a Bhutan 358). Sin embargo, la parte del león de las emisiones y del consumo fósil se realiza en acciones que no dependen en gran parte de nosotros.

Así, el consumo energético y las emisiones de los ejércitos, aquellos de los que las ONGs medioambientalistas nunca hablan, y que no cubre ninguna necesidad básica supone una parte muy importante. La huella de carbono del primer año de la guerra de Ucrania ronda los 120 millones de toneladas de CO₂e, aproximadamente las emisiones anuales de Bélgica. El Departamento de Defensa de Estados Unidos es el mayor consumidor de petróleo del mundo y, en consecuencia, uno de los mayores emisores de gases de efecto invernadero, con alrededor de 1.200 millones de toneladas métricas desde 2001 hasta 2018. Los ejércitos mundiales son responsables de cerca de 5,5% de las emisiones de GEI globales, de forma que si los ejércitos de todo el mundo fueran un país, sería el 4º del ranking, con unas emisiones superiores a las de Rusia.

Si nos centramos en corporaciones, descubrimos que cien empresas eran responsables del 71% de las emisiones de gases de efecto invernadero imputables al hombre desde 1988, y que más de la mitad de las emisiones industriales mundiales son atribuibles únicamente a veinticinco empresas. Lógicamente todas ellas relacionadas con los combustibles fósiles.

Las emisiones no solo tienen una distribución de clases sociales, sino también colonial. Centrándonos en el CO2, la mitad del liberado a la atmósfera fue producido por el mundo eurocéntrico. Los 23 países más ricos y “desarrollados”, entre ellos EE.UU., Alemania, Reino Unido y Francia, son responsables de la mitad de todas las emisiones históricas de CO2, y más de 150 países son responsables de la otra mitad. Dichos países son los principales responsables de la actual crisis climática global, pero las naciones en desarrollo son las más vulnerables a sus efectos.

Aunque el decrecimiento en nuestros consumos es necesario, no es suficiente, ya que la ganancia de recursos ahorrada por los «pequeños gestos» se reutilizará para fabricar otros bienes de consumo, creando nuevas necesidades. Es imprescindible cuestionar los fundamentos mismos del capitalismo, de la sociedad de mercado globalizada y de la civilización industrial. Porque como afirma Jean-Baptiste Fressoz, «Salir del carbono es más difícil que salir del capitalismo«.

MITO 9. El Estado y la tecnología nos salvarán

Como tratamiento -en cápsulas de liberación prolongada – para la tranquilizar a las conciencias occidentales, funciona el mantra de que la tecnología y el Estado nos sacarán de este atolladero. De esta forma se potencia el “adaptacionismo” en la población, que cierra sus ojos ante los múltiples síntomas del desastre en marcha (el último, el posible colapso de la corriente AMOC del que Turiel lleva advirtiendo tiempo), potenciando aún más el individualismo social extremo. Sin embargo, las posibles innovaciones futuras en gran parte beben de un pensamiento mágico, y en el hipotético caso de concretarse, quizás puedan llegar tarde. Una de las más socorridas son las técnicas de geoingeniería, sector preferido por los tecno-optimistas, que se están experimentando en múltiples lugares. El despliegue de experimentos de bioenergía con captura y almacenamiento de carbono (BECCS), captura directa de aire (DAC), fertilización y alcalinización de los océanos, etc., aparte de las lógicas incertidumbres, presentan riesgos sobre la biodiversidad y las poblaciones que deberíamos tener en cuenta en base al sentido común y al denostado principio de precaución.

La propia industria y las grandes corporaciones son las más interesadas en alimentar la promesa de las soluciones tecnológicas. La innovación tecnológica les permite fabricar nuevos dispositivos, imponer la obsolescencia, generar nuevos deseos y necesidades artificiales y, sobre todo, hacer caja. Solo que, en plena urgencia por reducir la combustión y el consumo de materiales y energía, las nuevas tecnologías no sustituyen a las antiguas, sino que se suman a las ya existentes. Además, sabemos desde los 80 (postulado de Khazzoom-Brookes) que los posibles avances en eficiencia energética se utilizan para consumir cada vez más energía. El mal llamado “progreso” técnico no resuelve definitivamente los problemas ecológicos: los desplaza y acaba creando unos nuevos.

La última moda, la promoción de tecnologías «verdes, es muy útil para el sistema. Permite seguir incrementando el PIB, y generando “trabajos de mierda”, esos trabajos inútiles, innecesarios y perniciosos que tan agudamente diseccionó David Graeber. La fábula de que la naturaleza se salvará con esas acciones teñidas de verde, opera para que en esencia no cambie nada fundamental y todo siga su curso hacia el desastre, al mismo tiempo que desvía la mirada de los responsables.

Respecto a la fe en la salvación por parte del Estado, parece sensato pensar que los mismos que han colaborado en la creación del problema, los mismos que continúan alimentando la caldera que nos está achicharrando, ni están capacitados, ni están interesados en solucionar el problema, ni van a poner en marcha políticas decrecentistas adecuadas al problema. Es más, más peligrosos que los negacionistas son aquellos que, desde la letanía de la salvación a través de sacramento del Nuevo Acuerdo Verde, están pugnando por participar en la gestión del desastre, los defensores de la “solución” dominante. En cuanto a aquellos, cuyo diagnóstico es certero, pero como tratamiento para la enfermedad proponen la enésima toma del Estado, para desde allí pilotar un decrecimiento eco-estalinista, merecen escasa credibilidad. Los Estados no son entes neutrales, están a las órdenes de las megacorporaciones, son apéndices del capital y todos son extractivistas. Su función es garantizar el crecimiento. Los mismos Estados que nos venden el Nuevo Acuerdo Verde como la panacea para salir del atolladero, están abandonando gradualmente lo que en teoría garantizaban: los servicios públicos.

En definitiva, estamos en la antesala de una crisis de supervivencia a todos los niveles que ya está azotando al Sur Global. Y en esta tesitura, más que nuevos estudios, necesitamos actuar y tomar decisiones para frenar el extractivismo y poder salvar vidas, como lo han entendido ya los movimientos franceses de base. Y al mismo tiempo, apoyar experiencias de base, descentralizadas, que permitan recuperar espacios de autonomía en la cobertura de las necesidades básicas. Con toda seguridad no tenemos todas las respuestas y tampoco todas las preguntas, pero al interrogarnos salimos del autismo social.

1 https://katiesinger.substack.com/p/why-i-dont?publication_id=1426536&post_id=135388529&isFreemail=true

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