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No alimenten a la vileza

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análisis

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Imagínense ustedes por un momento un combate de boxeo del que saldrá el campeón nacional  de los pesos pesados, y el aspirante al título, que quiere ganar el combate como sea, antes de la pelea, sentado en la camilla de su vestuario, bajo la sucia bombilla llena de cagadas de mosca, y aconsejado por su entrenador, se ha metido dentro de cada guante dos herraduras de caballo percherón y, no contento con ello, se ha liado en cada uno de ellos un metro de alambre de espino. Camino del ring, su entrenador, un tipejo siniestro muy conocido en el mundillo del boxeo por sus métodos poco legales, una rata al que todos los entrenadores desprecian por su vileza, su ruindad y maldad, su cara de cemento armado y su absoluta falta de escrúpulos, le va diciendo cuándo, cómo y dónde tiene que golpear a su oponente. Por supuesto, ningún golpe de los que recomienda arrear al contrario es legal, pero eso da igual porque aquí de lo que se trata es, ya se ha dicho, de ganar el combate como sea. Antes de la pelea ha estado varias horas a solas con el aspirante en el vestuario donde, entre trago y trago al porrón del orujo, le ha ido explicando lo que tiene que hacer para ganar la pelea. Y le asegura, mientras le pasa el porrón al aspirante para envalentonarlo, que si hace todo lo que él le dice, ganará el combate seguro. Para reforzar la confianza, la fe del aspirante, que le mira fijamente con sus ojos de perdiz, una mirada fría que recuerda a la de un velocirraptor de Spielberg, le dice que la última a la que entrenó ganó el combate por K.O en el primer asalto.  El entrenador no deja de repetir a quien quiera oírle, el importante triunfo que acaba de cosechar: la chica que preparó ganó sin mayores problemas, casi sin despeinarse, el importante campeonato de la Comunidad de Madrid.

En el caso de la púgil madrileña, el entrenador sabe que la chica tiene madera de campeona porque es capaz de hacer y decir lo que sea, lo que haga falta, no tiene ningún problema en echar la mentira que haya que echar, en soltar el bulo más grosero, el comentario más soez, más vulgar y chabacano, la frase más absolutamente imbécil sin pestañear, una frase que deja descolocado a cualquiera, no solo de sus adversarios, sino a cualquier ciudadano o ciudadana que se queda absolutamente pasmado, estupefacto, preguntándose con voz queda si esa mujer reúne las mínimas condiciones psíquicas para ejercer el cargo. El entrenador está convencido que el aspirante al título nacional es un paquete que no tiene la ambición de la otra boxeadora que ha entrenado, que es toda una campeona, y puede que este hombre tan amilanado y mohíno vaya a la lona a la primera hostia que le arree el actual poseedor del título, que es un boxeador con mucha más cintura, más ritmo, más clase y, desde luego, más pegada. Pero al entrenador le gustan los retos, ya ganó, como hemos dicho, el campeonato madrileño con una contendiente que no tenía, ni tiene, cualidad alguna para el ejercicio este noble deporte cuyo ejercicio está sujeto a unas normas, a un reglamento que vela por las buenas prácticas. Pero sí tenía, y tiene, una cosa, mejor dos, que suplen la falta de talento, de ideas, de inteligencia, y es una ambición desmedida por el poder y una absoluta falta de escrúpulos para lograrlo.

El entrenador, que ya tiene una tan impresionante como vergonzosa carrera a sus espaldas donde ha entrenado a lo más infame y miserable de la profesión, ha estado toda la tarde explicando una y otra vez a su pupilo que lo único que vale es ganar, y para ello hay que hacer todo lo que sea necesario, sea legal o ilegal, eso no importa, para lograrlo. Y dejándole bien claro que las normas son para los perdedores. Y le contó esa escena de una película de los hermanos Cohen, donde un ricachón en albornoz toma una copa en su tumbona al borde de la fastuosa piscina de su mansión mientras le dice a uno que ha venido a visitarlo: “Las normas, las normas, la gente se pone muy pesada con eso de las normas, si yo hubiera cumplido, respetado las normas, solo me acercaría a esta piscina para limpiarla”.

El entrenador sigue trabajando la parte mental de su alumno, le dice que si gana el campeonato, algo que da por seguro, el perdedor y los suyos estarán una temporada dando el coñazo con esa tontada de las normas, la legalidad, el reglamento, la verdad, la honradez y todas esas mierdas. Pero pasado el tiempo se cansarán de protestar y el ganador, aunque sea ilegal, que eso, insiste, es lo de menos, seguirá conservando el trofeo, el título de campeón,  estará en el primer puesto en el escalafón y desde ahí hará su santa voluntad. Y los protestantes, esos perdedores, esos derrotados, volverán a su cueva a lamerse las heridas y a “ladrar su resentimiento por las esquinas” como dijo aquel campeón, el primer campeón que entrenó hace muchos años, un supercampeón que llegó a codearse con los más grandes campeones del mundo en lo que se llamó “Trío de Las Azores”. El viejo entrenador no puede evitar una furtiva lágrima, un calambre subiéndole por la rabadilla, un amago de emoción, un súbito enternecimiento al recordar al irrepetible púgil madrileño.

Pero el tiempo apremia, su pupilo está a punto de saltar al cuadrilátero y es hora de repasar las mentiras que tiene echar con la misma naturalidad que se respira. Unas mentiras, falsedades, calumnias, manipulaciones y un surtido de bulos, que deben ir encadenados como una serie de puñetazos uno detrás del otro sin parar para dejar noqueado al oponente sin que éste tenga ninguna posibilidad de reaccionar ante la incesante lluvia de golpes bien colocados. Unos golpes que el rival irá encajando uno tras otro sin poder creer lo que está pasando. En este consiste su estrategia, en soltar tantas y tan variadas mentiras que el oponente no sepa por donde empezar a a desmentir, a explicar, a decir la verdad. Pero la verdad debe interesar muy poco o nada, aquí lo único que interesa es noquear al contrario con todo tipo de golpes bajos. Para que esta táctica funcione es necesario que ninguno de los “árbitros” haga su trabajo de poner orden, porque aquí precisamente lo que estorba es el orden, la limpieza y la verdad. Esta es la filosofía del entrenador, su fórmula para ganar, una fórmula que le ha reportado grandes éxitos. Y por eso está ahí, preparando al aspirante al título. Y por eso es el entrenador más cotizado de la derecha, que ve en él a un triunfador hacedor de triunfadores. De los “métodos”, mejor no hablar. Si se gana es que el método era bueno, sin más, no nos calentemos la cabeza.

Suena la campana y comienza el primer asalto, los dos árbitros, que han hecho la vista gorda desde el primer momento y permitido que el boxeador tramposo haga trampas porque quieren que gane, les interesa que gane porque de esa manera serán conveniente y generosamente recompensados, sus carreras se verán impulsadas con un buen ascenso, un buen cargo con todos los privilegios y prebendas que ese puesto conlleva. Los dos “árbitros” quieren que gane el aspirante, por eso no notaron las herraduras cuando inspeccionaron los guantes, ni tampoco el alambre de espino, como tampoco hubieran visto cualquier otra cosa prohibida porque lo que se quiere ver no se ve.

Suena la campana, comienza la pelea y el tramposo empieza a arrear mamporros, uno tras otro, y todos ellos prohibidos por el reglamento: golpes bajos, patadas, cabezazos, rodillazos, pisotones, bocados y demás. Los árbitros se miran el uno al otro sin saber qué hacer y el entrenador les dice a gritos que dejen seguir la pelea, que no intervengan, a no ser que quieran que el campeón retenga el título. La pelea finalmente acaba después de los quince asaltos. Cuando suena la campana que marca el final del último asalto, uno de los árbitros agarra de las muñecas a los contendientes y levanta el brazo del aspirante, que ha ganado ampliamente a los puntos.

En el momento en que Alberto Núñez Feijóo, el aspirante a la presidencia del gobierno “gana”, el debate del pasado 10 de julio frente a Pedro Sánchez, eso sí, a base de información manipulada y medias verdades que son mentiras enteras, se desata la locura entre todos los periodistas, lo de “periodistas” es por llamarles algo, de la poderosa maquinaria de la derecha mediática, la llamada “Brunete mediática” que tienen que ganarse el sueldo y para ello no dejan de jalear y dar palmas a su candidato, callando miserablemente que ha ganado mintiendo como un bellaco. Baste como ejemplo el tuit de uno de los incansables palmeros y jaleadores,  un tal Antonio Naranjo: “Sánchez K.O desde el minuto uno. Es lo que pasa cuando se debate con un adulto, con datos y hechos, y no con propaganda, mantras, bulos y monólogos”. Es verdaderamente asombrosa la desfachatez, el descaro, la desvergüenza y el atrevimiento de este periodista de la ciénaga mediática de la derecha, llamando mentiroso al que dice la verdad, una verdad que puede cotejarse y comprobarse en cualquier momento. Y “adulto” al que ha echado más mentiras que resuellos. Es el mundo al revés. Y ese mundo al revés está creando unos lectores, unos televidentes, un público aborregado que cree todo lo que les dicen los “suyos” sin contrastar jamás esas informaciones, que creen a pie juntillas como si fueran dogmas de fe.  El editor Joseph Pulitzer escribió hace siglo y medio una frase que hoy sigue más vigente que nunca: “Con el tiempo, una  prensa mercenaria, demagógica, corrupta y cínica creará un público tan vil como ella misma”.

Después de más de una semana aplaudiendo y jaleando en modo enfervorizado, una actividad que solo dejan cuando tienen que escribir algún vergonzoso artículo indigno de alguien que se hace llamar periodista,  poniendo por las nubes las virtudes de Feijóo, que ha venido a salvar a España de las garras del malvado “Sanchismo”, del Socialcomunismo y sobre todo de ETA, mucha ETA, no importa que ésta haya desaparecido hace años, hay que resucitarla porque no hay otra cosa, no tienen otra cosa, no tienen ningún otro argumento, ninguna otra forma de atacar al gobierno de coalición que lo ha hecho casi todo bien, y lo sigue haciendo bien, y ahí están las leyes aprobadas y los beneficios que han conseguido para la ciudadanía. Y ahí están los datos que confirman el acierto de las leyes aprobadas, de las que se han beneficiado, sobre todo, millones de trabajadores y trabajadoras para los que se ha trabajado mucho y bien, respondiendo y dando solución a las muchas demandas de unos tiempo extraordinariamente difíciles.

Ante tal cúmulo de aciertos de un gobierno que, como decimos, ha trabajado mucho y bien por buscar y encontrar soluciones a problemas muy serios, y sobre todo ha trabajado con muchas ganas por mantener la dignidad de la clase trabajadora, la derecha y su socia la extrema derecha solo tienen ese slogan siniestro de “Que te vote Txapote”, que como dice Antonio Muñoz Molina en su artículo “La era de la vileza” publicado el pasado 15 de Julio en el diario El País: “provoca una reacción no ya moral sino física, como esa arcada que desata un olor a podrido”. Sigue diciendo Muñoz Molina en su artículo  que ese slogan “es el tipo de gracia que se hace en un grupo de amigotes cuando alguien cuenta un chiste de violaciones o de negros”. “La diferencia es que en la nueva era el chiste y la risotada desbordan el grupito confidencial y se hacen públicos sin pudor ni vergüenza, con chulería desafiante, con un clamor de chusma beoda en el calor tórrido de una plaza de toros”. “Ahora, sigue diciendo Muñoz Molina, la rima cruel, la gracia, la consigna (la que antes solo estaba en la barra del bar y la pared del retrete) la repiten en público las personas que ocupan cargos públicos y que están seguras de poseer una educación exquisita”.

Poco o nada importa el daño que se les hace a las víctimas cuando se usa su dolor como slogan y argumento. Lo único que importa es ganar, recuperar el poder político que creen que les pertenece digan lo que digan los urnas, porque están convencidos que solo ellos pueden “salvar a España”, y nadie quiere a España como ellos. Una creencia que desmiente la interminable ristra de escándalos de corrupción en los que se ha visto implicado el PP desde su fundación hasta hoy mismo.  Y más vale que ganen las elecciones el próximo 23 de Julio porque de lo contrario, y siguiendo los pasos del “Trumpismo”, doctrina a la que se han adscrito, hablarán de pucherazo si pierden, tal es su vileza, su deslealtad, su ruindad, su desprecio por una democracia en la que empiezan a no creer cuando los resultados electorales les son adversos. Los que van a votar a este partido deberían pensar por un momento si con su voto están ayudando a sentar las bases de una nueva “Era de la vileza” muy nociva y malsana para el conjunto de la sociedad. Por favor, no alimenten al monstruo de la vileza.  Luego no digan que no sabían.

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