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Pablo en la cueva del oso (2 de 2)

Guillem Tusell
Guillem Tusell
Estudiante durante 4 años de arte y diseño en la escuela Eina de Barcelona. De 1992 a 1997 reside seis meses al año en Estambul, el primero publicando artículos en el semanario El Poble Andorrà, y los siguientes trabajando en turismo. Título de grado superior de Comercialización Turística, ha viajado por más de 50 países. Una novela publicada en el año 2000: La Lluna sobre el Mekong (Columna). Actualmente co-propietario de Speakerteam, agencia de viajes y conferenciantes para empresas. Mantiene dos blogs: uno de artículos políticos sobre el procés https://unaoportunidad2017.blogspot.com y otro de poesía https://malditospolimeros.blogspot.com."
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análisis

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Leo de Amartya Sen que <<no vivimos en capullos aislados. Y si las instituciones y políticas de un país influyen en las vidas de otras personas en otros países, ¿no deberían las voces de las personas afectadas contar para determinar lo que es justo e injusto en la organización de una sociedad y produce efectos, directos e indirectos, en las personas de otras sociedades?>> (La Idea de Justicia, página 159). Como independentista catalán, creer que lo anterior es cierto, siempre me ha despertado dudar de muchas cosas. Pero el señor Sen, dice más:

<<La evaluación de la justicia exige compromiso con “los ojos de la humanidad”; primero, porque podemos identificarnos con los otros y no sólo con nuestra comunidad local; segundo, porque nuestras opciones y acciones pueden afectar las vidas de otros aquí y allá; y tercero, porque lo que los otros ven desde sus respectivas perspectivas históricas y geográficas puede ayudarnos a superar nuestro propio parroquialismo>>. Un servidor opina que no puede ser, simplemente, cierto lo anterior, sino que es necesario que uno se lo aplique a sí mismo. Uno debe sopesar las consecuencias de sus actos para uno mismo y los demás. Los demás, son los de más allá en la distancia (tanto los vecinos como aquellos en países lejanos) y en el tiempo (nuestros contemporáneos y los venideros en un futuro asolado por nuestras políticas climáticas y ecológicas). El mundo, ni es uno ni es la propia comunidad. Pero nunca he sido capaz de entender la afectación de un referéndum en Cataluña, y la aceptación del resultado, respecto a los españoles, más allá de las consecuencias económicas, que siempre son negociables. Es decir, con esos <<ojos de la humanidad>> que indica Sen, no veo (y disculpen la ceguera) la afectación a la vida y su organización social en una España sin Cataluña. En cambio, sí veo que la pertenencia de Cataluña a España, basada en la imposición y el uso de la fuerza (no existe la libre decisión) conlleva una distorsión en la manera con que la sociedad catalana desea organizarse y legislarse.

Podría decirse que, de una manera directa o tangencial, la reivindicación catalana ha ido llevándose por delante a Rajoy, Santamaría, Cospedal, Rivera y muchos más. No estoy exactamente de acuerdo con esto. Opino que lo que se los ha llevado por delante ha sido la negación de la realidad. Precisamente, aquellos que acusaban a los reivindicadores de vivir en Matrix, son los que van cayendo, pues su posición, por fuerte que sea en momentos dados gracias al uso del poder, es insostenible en el tiempo. La sociedad española, seguidora de este relato que promulgan los medios de Madrid, deberían, al menos, empezar a plantearse si no intentan imponerles un relato ficticio (golpistas, supremacistas, etcétera) tal como lo intentaron el 11M (“ha sido ETA” y todos aquellos mensajes), con la complejidad propia de no referirse a un solo acontecimiento sino a un proceso muy complicado y tan variado como es la sociedad catalana (ver “división” en el soberanismo, es también no saber interpretar esa compleja diversidad de la sociedad catalana que jamás ha sido, ni será, única, pétrea o inamovible).

En el anterior artículo comentaba la cantidad de leyes aprobadas por el parlamento catalán y anuladas por la judicatura española. Lo señalaba como uno de los ejemplos que nos indican las diferencias entre estas dos sociedades, catalana y española. La desproporción en las capacidades de poder (el Estado, el 100%; el parlamento catalán, el 0%) cuando algo es llevado a la última instancia se extiende de la política a la justicia. Del 155 eminentemente político a la prohibición, por parte de la judicatura española, a que se pueda debatir algo en el parlamento catalán. Así, la sentencia del “procés” podría ser justa “a ojos” del Estado Español (con una visión trasladada a su población mediante unos medios informativos que no son imparciales ni independientes), pero injusta “a ojos” de la población catalana.

Cuando nos afecta directamente, la justicia deviene comparativa, por ello tiene una balanza con dos platos, y no solamente uno. Pongamos que usted tiene un hijo/a de unos doce años, y que no le proporciona un teléfono móvil porque no lo cree adecuado. Se lo explica, se lo argumenta. El niño/a lo entiende, pero luego va a clase y ve que los otros 32 niños/as sí tienen móvil: pensará que su situación es injusta. Cuando las situaciones reales dejan en evidencia una situación desigual, los argumentos se desvanecen por razonados que sean. Es más, si los razonamientos son débiles o incluso inexistentes, si sólo se opta por la imposición, la sensación de injusticia arraiga con mucha más fuerza. Es muy difícil saber qué es justo, o no, sin precisar que es la diferencia y qué es la desigualdad.

En un libro altamente recomendable y que les pondrá los pelos de punta, <<La Desigualdad Mata>> de Göran Thernborn, se indican diferentes tipos de desigualdad. Uno de estos es la “desigualdad existencial” (página 58), que es la <<relacionada con la desigualdad personal de autonomía, dignidad, grados de libertad y de derecho al respeto y al desarrollo personal>>.

Un problema fundamental, relacionándolo con todo lo anterior, es que el Estado Español es un estado plurinacional, pero su misma constitución, en el fondo, lo dictamina como una Nación (única) cuando la realidad no es así. De ahí se derivan todos los problemas. Se rige en base a una Nación Única (de índole castellana y, por extensión, española) cerrada en su parroquialismo y agravado por la total acumulación de poder. La sociedad castellana / española es impermeable a las otras culturas del Estado, las cuales, al menos en Cataluña (desconozco la realidad vasca o gallega para opinar) sí son permeables a la cultura reinante en el Estado. Tal situación de desigualdad, que implica un desconocimiento de la cultura y sociedad catalanas por parte de esta Nación Única, comporta la visión de esa “diferencia” como una agresión al Estado, tanto cuando se ha reivindicado políticamente (el Estatut sentenciado o el “procés”) o socialmente (el caso de los Jordis como cabezas de la ANC y Òmnium, y, ahora, los CDR o Tsunami Democràtic. El caso Forcadell, muy olvidado pero quizás el más relevante, merecería capítulo aparte). La disparidad entre la palabra teórica pero falsa (cuando el socialismo español hablaba de Estado plurinacional) y los hechos, al haberse judicializado la reivindicación, causa esa distorsión en la apreciación de la justicia española: evidentemente, es justa desde los ojos de la Nación Única, pero tremendamente injusta y cruel desde los ojos de la visión plurinacional (que pueden ser, también, los de un castellano o cántabro o andaluz que tenga esa visión).

Hay que señalar que la visión de Nación Única se sustenta sobre dos pilares que se retroalimentan: una sociedad española profundamente nacionalista (y que, por tanto, tiene un sustrato ideológico que rechaza la plurinacionalidad) y una concentración de poder económico y político en Madrid, consecuencia de la Corte históricamente absolutista que maneja los sistemas mediáticos mayoritarios del país. Así, la pleitesía a la monarquía sería simplemente la reafirmación de esa unicidad y concentración de poder. Por ello, no es de extrañar que, en Cataluña, los partidarios de la monarquía oscilen en unos porcentajes bajísimos, y que su sociedad sea mayoritariamente republicana: aunque un catalán no sea independentista, tiene claro que la monarquía es incompatible con los derechos de su cultura en un estado plurinacional.

Mientras no se solucione lo anterior, y muy difícil una vez abandonada la posibilidad del federalismo, para muchos catalanes ciertas políticas de cesiones autonomistas son, simplemente, parches, que cada vez evitan menos que se desagüe la voluntad de pertenecer a este Estado. No se trata de un problema de convivencia entre catalanes, Pablo, a lo sumo, el problema interno se limitaría a “cómo” tratar el problema de fondo. Ni se trata de que, ahora, Podemos pueda influenciar así o asá en la posición del Estado y su legislación. Se trata del modelo de Estado, de ese Estado Único en sí mismo. Y tratar de evitar enfrentarse a ello, tratar de negar esta realidad, es lo que está causando que las consecuencias cada vez sean más extremas. Ese oso único e inamovible es capaz de dar zarpazos muy a lo lejos de su cueva, pero sin salir, manteniéndose en su propia realidad única, cerrada e intransigente. Cuidado, Pablo: si intentas tocar el modelo de Estado, el oso te va a destrozar, pero si evitas, como el PSOE, cuestionarlo y negar la realidad de la reivindicación catalana, el peso de Podemos en Cataluña y los apoyos afines, puede menguar mucho, y me parece que es necesario. Difícil dormir bien, sobre todo compartiendo cama con aquél que tiene el colchón asegurado mientras defienda este modelo de Estado Único.

Cuidado con el oso, Pablo (1 de 2)

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