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Sobre burras, pactos y virtudes

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análisis

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Un señor quiere adquirir una burra, pero no puede acercarse a la feria de ganado. Su cuñado le propone enviar a Manolo, un amigo suyo con fama de saber llegar a acuerdos, quien finalmente es comisionado para cerrar el trato. Manolo regresa con las riendas de la burra en la mano y una sonrisa de oreja a oreja. «¿Qué te había dicho?», dice el cuñado. La fiesta quedará aguada en seco cuando el señor se entere del precio pagado por la burra, que es, nunca mejor dicho, una burrada: ¡ochocientos euros!, lo mismo que solicitaba el vendedor desde el comienzo.

Si tú tuvieras que enviar a alguien a negociar en tu nombre algo importante para ti, ¿se lo encargarías a Manolo? La pregunta es retórica, porque todos sabemos la respuesta: no. «Yo no te dije que supiera negociar buenos tratos, sino que sabía llegar a acuerdos», respondería el cuñado si viera que el señor se ponía a decir, hecho un basilisco, que para esa burra no hacían falta alforjas.

El (actual) PSOE lleva mucho tiempo enviando a sus Manolos a negociar y presumiendo de ser un partido capaz de pactar con todos. A pesar de haber cerrado los acuerdos pagando TODO lo que le solicitaban, Pedro Sánchez se muestra satisfecho. ¿Por qué? Esto necesita una reflexión, porque tonto no es. Que lo pagado por él no es suyo, sino de todos, tiene peso en la ecuación, pero no es lo sustancial. Veamos.

A lo mejor, el hombre de nuestra historia se emociona al ver llegar a la burra, con el burro de Manolo, porque necesitaba sacar durante varias horas al día agua del pozo a cubos con cuerda desde que se le murió su viejo mulo para aliviar a sed de su familia y poder regar. Bueno, entra en juego la «necesidad»; hay una causa mayor que justifica el despilfarro.

Creo que lo medular del dilema del PSOE ha pasado desapercibido, así como de rondón, entre las demás cosas que se ha llevado la corriente. Tras las elecciones de julio, el partido socialista pretende continuar en el gobierno, para lo que tiene que cerrar el acuerdo con su socio principal, que ha cambiado de configuración, pero es el mismo: el mundo Podemos-IU-Mareas (no sé si esto último hay que ponerlo con mayúscula), ahora llamado Sumar. Pero para conseguir el objetivo tienen que ponerse de acuerdo los tres actores: el PSOE, Sumar y los nacionalistas regionales. Con los primeros no hay problema; se les dará de nuevo un par de ministerios con la condición de que no metan los dedos en el enchufe y a ver qué pasa. El problema es con los regionalistas, que son insaciables. Sobre estos últimos ya hay poco que aclarar; se les ha visto sobradamente el plumero. No me extrañaría que cuando hagan casting se copien unos a otros el texto de la convocatoria: «Se buscan ciudadanos para hacer patria». Su baremo es sencillísimo; todo lo que hace patria es bueno, y, claro, el poder y las mentiras (hoy llamadas «relato») hacen mucha patria.

Cuando el mísero de Puigdemont, refugiado en el país de las maravillas y las nieblas tras interpretar su tocata y fuga en octubre del 2017, contemplaba la televisión amohinado, a comienzos del pasado verano, viendo cómo sus compatriotas y los que los oprimían sin piedad paseaban bajo el sol, comían paellas en los chiringuitos y discutían de fútbol y de política entre cañas y chistes, no se podía ni imaginar que estaba a punto de tocarle la lotería.

Las declaraciones de Pedro Sánchez en la noche electoral, dándose por investido, y la constatación de que para que eso se cumpliera debería comprar los siete votos imprescindibles que Junts había logrado, hicieron que Puigdemont redactara la carta a los Reyes Magos con desenfreno (trenecitos eléctricos, dinerito a mansalva, etc.) y con una condición indiscutible: la amnistía. Lógico; no podía permitir que Pedro Sánchez escuchara desde el palacio de la Moncloa, gracias a sus siete votos, la noticia de que él viajaba en celular hacia el presidio.

Sumar, nunca ha ocultado su reconocimiento del derecho de autodeterminación de «los pueblos de España» (porque España es muchos pueblos, no como Cataluña, que es un “sol poble”, o sea, una, grande y oprimida) y por lo tanto no resulta incoherente su posición: tanto la amnistía como la Moncloa han entrado siempre en sus planes.

Pero el PSOE lo tenía mucho más difícil. Aunque venía haciendo sus pinitos con lo del «estado plurinacional», la «cogobernanza» y otras boberías similares, el peso de la hemeroteca resultaba aplastante: hacen falta las dos manos para contar los dirigentes que han asegurado tajantemente que no habría amnistía, y, en el caso del líder carismático, con el añadido de manifestar su compromiso de traer a España a Puigdemont para ser juzgado como todo quisque.

En cuestión de horas, Pedro Sánchez cambió de opinión (y también, casualidades de la vida, todos sus centuriones) y para que el cambalache no pareciera un cambalache empiezan con la cantinela de que hay que desjudicializar el conflicto y propiciar la concordia, debe de ser que con los indultos no había logrado completamente. Vamos a ver, que yo sepa: 1.º El que judicializa es el que comete el delito; no pretenderán que los jueces valoren primero si es de índole política para pasárselo al ejecutivo solicitando un informe sobre si la intervención de la justicia puede dañar o no la convivencia; 2.º Atribuirse la pacificación de Cataluña como efecto de las medidas de gracia es faltar a la verdad. La paz llegó a Cataluña antes, cuando los que la rompieron con sus fantasiosas pretensiones bajaron los brazos, lo que tuvo como consecuencia inevitable que la mitad de los que seguían al flautista de Hamelin (o sea, un millón de personas, más o menos) despertaran de su hipnosis. Cuando llegaron los indultos, Cataluña ya estaba apaciguada y los indultados, que más merecían una camisa de fuerza con ingreso en el psiquiátrico que el perdón del Gobierno, continuaban con el victimismo de nación oprimida y persecución política, pero a la calle solo salían en las más gloriosas efemérides unos miles de nostálgicos que parecían, sobre todo, hablarse a sí mismos, como los beodos en la barra. Una encuesta de otoño del 2022 de un instituto catalán decía que el voto independentista era inferior al 40 % y que apenas un 4 % de los catalanes creía que el procés iba a traer la independencia.

El llamado procés ha sido el acontecimiento político más grave y ridículo de la historia reciente de nuestro país. Ha traído crispación, ruina y decepción, y sus responsables han sido indultados a pesar de proclamar que lo volverán a hacer. Y todo ello con el argumento de la convivencia.

Pero esto ya no es llover sobre mojado, sino diluviar. Anteriormente habíamos visto cómo Sánchez aseguraba que nunca sería presidente gracias al independentismo, que no era aceptable que unos políticos indultaran a otros políticos, que lo cometido por los independentistas era un delito de rebelión, que abogaba por el cumplimiento íntegro de las penas y que se comprometía a traer a Puigdemont y ponerlo en manos de la Justicia pero, sin embargo, se modificaron los delitos de malversación y sedición a la medida de los independentistas, que fueron (auto)indultados. Por cierto, primero se argumentaron los cambios legales diciendo que se buscaba la adecuación a las demás legislaciones europeas, y cuando se dieron cuenta de que no colaba, sacaron el comodín de la concordia.

Y luego se repitió el atropello; cuando ya han dado todo lo que les pedían y más; cuando hacen el ridículo de solicitar en la Comunidad Europea que el catalán y el vascuence sean considerados oficiales ofreciéndose a costear los gastos, para más inri, con el dinero de todos los españoles; cuando reconocen el derecho al uso de esas mismas lenguas en el parlamento español después de haber votado en contra de esa misma propuesta unos meses antes; cuando firman un acuerdo vergonzante reconociendo a Junts como los portavoces de todo el pueblo catalán y comprando todo el argumentario delirante y falsario del independentismo; cuando ofrecen un cheque de 15.000.000.000 € (más los tropecientos de los vascos, gallegos y canarios) y la alcaldía de Pamplona, repiten, para tranquilizarnos, que han puesto la línea roja de la Constitución. ¡Esto ya es de traca! La línea roja de la Constitución la hemos puesto todos y vale para todos. Las líneas rojas de los partidos no se ponen con la ley, faltaría más, sino con la ética y la ideología. ¿Es que se piensan que somos tontos?

Como lo del bien social no colaba, salieron con lo de que habían hecho el esfuerzo de mandar a Manolo (premiado ahora con dos ministerios) con un cojincito para las rodillas, las toallitas y el tubo de vaselina, con el verdadero objetivo de evitar que los fascistas llegaran al gobierno. Este argumento tiene correspondencia con el programa electoral compartido por el PSOE y por Sumar en julio, que tenía un único punto, de brillante calado intelectual: ¡Que viene el lobo!

El argumento es falaz por dos motivos: 1.º ¿Qué medidas sociales de González derogó Aznar? ¿Qué medidas sociales de Zapatero derogó Rajoy? ¿Por qué no vamos a pensar que si el PP gobernara con VOX en la actualidad no haría lo que el PSOE ha hecho con Podemos, que es darles dos o tres ministerios que anteriormente eran secretarias de estado o direcciones generales para tenerles contentos y entretenidos, pero que lo fundamental no se escaparía de su ámbito de decisión? 2.º No comparto ni una sola idea de lo que propugna VOX, que es un partido mononeuronal (aunque, como dijo Cercás, si VOX dice que la tierra es redonda, no voy a ser yo quien diga que es plana), pero ¿no es más fascista el que dice que los que no hablan catalán no son catalanes y que deberían marcharse de Cataluña? Eso lo dijo una dirigente de ERC, juzgada, condenada, indultada y a punto de ser (auto)amnistiada. El ultranacionalismo es un ingrediente que figura como componente fundamental en todas las formulaciones fascistoides que en el mundo han sido, y combinado con el encanto del populismo puede llegar a ser fatal; Puigdemont no solo comparte con Trump, Johnson, Milei y Wilders un lamentable concepto de la peluquería, sino que tiene en común con ellos mucho de lo poco que se esconde bajo esas pelambreras.

Imaginemos por un momento que los chicos de VOX acaban quemando coches y que Abascal y su pandilla desacatan las leyes y declaran la guerra a los independentistas desde los balcones de Móstoles, dando con sus huesos en el Puerto de Santamaría. ¿Qué dirá la gente que ahora apoya esta amnistía cuando Feijoo se vea obligado a promulgar otra que los pondría a todos en la calle, para contar con los votos de VOX, con la diusculpa del apaciguamiento la conveniencia de acabar con un conflicto que nunca debió de judicializarse?

Creo que Pedro Sánchez y los de su cuerpo de baile piensan que es mejor para el progreso social que gobiernen ellos y se limitan a aplicar los consejos de los sociólogos imbuidos de la idea de que la política es el arte de ganar las elecciones y/o votaciones, y no el de mejorar y ennoblecer a la ciudadanía con sus obras y su ejemplo. Pero creo también que muchos socialistas bien pensantes seguramente creen de verdad que es necesario evitar que llegue el fascismo. Por supuesto que hay que evitar que siga creciendo el pensamiento retrógrado de VOX, pero hay que lograrlo convenciendo y argumentando, no torciendo los principios y, sobre todo, no dejando el terreno libre y abonado. Porque no todos los que se mofan del pertinaz «ellos y ellas» son machistas; y no son españolistas todos los que opinan que decir Lleida en lugar de Lérida es una sandez tan grande como decir Zaragoza en lugar de Saragosa cuando se habla en catalán; como no son derechistas todos los que dicen que es una atrocidad que ciertos delincuentes salgan del juzgado antes de que los policías que los han detenido acaben su informe; ni son racistas los que opinan que es insostenible la llegada de miles de inmigrantes, ni son centralistas los que cuestionan ciertos aspectos del estado de las autonomías y reclaman el trato igualitario: sí, café para todos, hay que decirlo alto y claro.

En todo caso, en la exposición de motivos que figura en el texto presentado se habla solo de recuperar la concordia (con los independentistas que poseen los votos necesarios, no con el 60 o 70 % de los españoles, que, según las encuestas se oponen a la amnistía) y no de lo de parar el avance de la derecha. En las leyes hay que decir la verdad, ¿no? Mentir, mercadear, vender burras, no contribuye a mejorar la imagen de los políticos ni el aprecio de los ciudadanos por la democracia.

El PSOE puede cambiar de opinión cuando lo considere, pero sin olvidar que lo que ha obtenido son votos, no patentes de corso. Si creen de verdad que la amnistía es conveniente, que convoquen un referéndum y hagan campaña (por cierto, ¿no eran los de la izquierda del PSOE los que denunciaban el incumplimiento de lo anunciado en campaña por los partidos, proponiendo que las promesas electorales tuvieran carácter contractual?).

Que dejen de señalar al cielo con la mano derecha, vendiéndonos la amnistía y sonriendo al decir que «España no se rompe», mientras con la izquierda y por debajo van soltando prebendas y ventajas al insaciable bicho del nacionalismo. ¿En qué página del ideario socialista se dice que puedan otorgarse privilegios a unos españoles sobre otros? ¿Es valentía, como dice el irreconocible Pachi, vender y comprar burras? Valentía es decidirse a acabar de una vez por todas con los nacionalismos, tóxicos y egoístas, abordando la modificación de la Constitución y de las leyes que sean necesarias. ¿De qué pretenden hablar con lo de «hacer de la necesidad virtud»? ¿De la necesidad de ocupar la Moncloa y la virtud de ocupar la Moncloa?

Este no es el PSOE de antes (donde había dirigentes, no líderes carismáticos, y debates, no aclamaciones), y por eso yo, tras ser afiliado (no militante) durante 20 años me he dado de baja hace unos meses. Me voy asqueado y triste. Asqueado de ver cómo los políticos, todos, solo saben tocar la partitura del sectarismo y del maniqueísmo hasta lo pueril, de sentir que la concordia y el respeto entre mis compatriotas esta bajo cero, de ver cómo imperan la sobreactuación, el discurso hiperbólico, la futbolización de la política y el papagayismo. Y triste de ver que la izquierda no sale del bucle, inmersa en lo que parece una enfermedad autoinmune que le hace dispararse al pie sin parar. No puede ser que se aferre al estandarte del feminismo como su punta de ariete; el 90 % de los españoles somos feministas, no hace falta ser hooligan del feminismo. Y lo de cuál es nuestra bandera y el republicanismo (los republicanos que dieron su vida por el estado de derecho en una democracia con separación de poderes y libertades plenas, homologable a las mejores del mundo, se partirían de risa) es como lo del sexo de los ángeles. Me voy a la abstención hasta que vea luz, pensamiento y verdad.

Pedro Sánchez no va a cambiar; se le ve encantado de conocerse, adulado por los de su círculo, aplaudido por sus ministros, incluso al triple de velocidad, como hace la ministra ayudante de Manolo (también premiada, con un vicepresidencia en este caso) mirándole de soslayo con gesto preorgásmico. De todos modos, le sugiero al Gran Timonel que se lo piense bien antes de acabar como López Vázquez en La gran familia cuando se quedó a cuidar de los niños (ahora son 20), y que recuerde cuando él era un prometedor político y dijo aquello de «para ser presidente del gobierno hay que ser decente, y usted (Rajoy) no lo es». Para ello puede ser apropiado que tanto él como los de su séquito se relajen un poco viendo en la tele uno de esos programas de pececillos de colores, aun a riesgo de que se cuele algún plano de fondos marinos donde se puedan distinguir los pecios del PSF, o del PSI, o del PASOK…

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