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Miguel Ángel Rodríguez, destructor de la democracia

El último bulo del jefe de gabinete de Ayuso solo tiene una motivación: que no se hable de los delitos fiscales del novio de la presidenta de Madrid

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análisis

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Robert Oppenheimer, padre de la bomba atómica, se autodefinió a sí mismo como un destructor de mundos. Miguel Ángel Rodríguez, el ventrílocuo que mueve los hilos de la marioneta Isabel Díaz Ayuso, destruye democracias. MAR, o sea el ideólogo del nuevo conservadurismo español trumpizado, sabía que era solo cuestión de tiempo que a su criatura le saliera una rana como aquellas de Aguirre, un casillo, un marrón. Y así ha sido. El affaire del novio de IDA y su piso supuestamente pagado con dinero del fraude fiscal era algo demasiado gordo como para despacharlo con un ominoso silencio administrativo, como suelen hacer algunos políticos cuando los pillan con el carrito del helado. El escándalo era tan descomunal que algo había que decir, así que el Rasputín en la sombra del PP madrileño decidió que tocaba tirar del manual de propaganda del buen goebelsiano, concretamente ese capítulo que dice que, en política, cuando las cosas se tuercen, se ponen feas o chungas, lo mejor es desplegar una cortina de humo, propalar el bulo y desviar la atención del problema creando otro tan alternativo como ficticio. Y toda la prensa ha entrado, como un torito bravo, al trapo de su maquiavélico juego.  

MAR es el flautista de Hamelín que va tocando su sinfonía de mentiras mientras los periodistas le siguen el paso como aquellos roedores hechizados del cuento. Su último montaje, que unos reporteros encapuchados de El País y de eldiario.es se presentaron en la mansión de los Ayuso para acosar a niños y vecinos, allanando moradas, es sencillamente delirante. En realidad, los periodistas solo cumplían con su obligación, que no era otra que tratar de confirmar si la presidenta de Madrid vivía con su novio en un inmueble bajo sospecha de graves delitos contra la Hacienda Pública. Donde solo había un par de reporteros desplazándose al lugar de la noticia, es decir, dos profesionales haciendo su trabajo, tal como se ha hecho siempre, MAR vio a dos violentos escracheadores, a dos terroristas del sanchismo extorsionando a su niña. Y, llevado por la fiebre tuitera, se entregó al bulo en cuerpo y alma propalando la mentira en las redes sociales.

La historia de los falsos periodistas encapuchados es propia de una mente turbulenta como la del polémico asesor ayusista que en su día, hace más de tres décadas, fue apartado de la política por el mismísimo Aznar. Ya entonces, el ser superior debió entender que su jefe de gabinete estorbaba más que ayudaba, perturbaba al partido más que solucionaba conflictos, complicaba más que sumaba con sus métodos siniestros y su vida personal desestructurada. No en vano, en 2013 fue detenido por conducir algo mamado tras empotrarse con su coche contra otros vehículos. El dios de la comunicación del PP cayó en desgracia cuando los agentes le pusieron el alcoholímetro en la boca para que soplara y cuadruplicó la tasa de alcohol permitida. “Necesito pedir perdón a la sociedad por mi mal ejemplo”, dijo consciente de que sus días de vino y rosas en el partido tocaban a su fin.

En cualquier país democrático serio, moderno y avanzado, un personaje así hubiese sido apartado de la política de inmediato. Pero esto es España, y alguien en Génova (sin duda un cachondo mental) consideró una buena idea rehabilitarlo y colocárselo a Isabel de Madrid para que hiciera las veces de Pigmalión, moldeando a la párvula llamada a ser reina de los españoles algún día. Fue así como IDA fichó a MAR como su jefe de campaña en las autonómicas del 19 y, ya plena crisis del coronavirus, como director de gabinete, el gabinete del doctor Caligari de la derecha patria, se podría decir. Al igual que aquel loco hipnotista de la película de Robert Wiene manipulaba a un sonámbulo para cometer asesinatos, este teórico del trumpismo hispano rampante usa a Ayuso, su criatura política artificial, para el crimen dialéctico y retórico cada mañana en los canutazos con los plumillas.

Hoy, MAR vuelve a las andadas como el carroñero de la vida pública que es, viniendo a demostrar que, en política, cuando la mala hierba no se corta de raíz, vuelve a crecer. Tras el espectáculo bochornoso de los dos falsos encapuchados, el tutor de la pupila, presionado por las redes sociales y las asociaciones de la prensa –que han condenado su ataque salvaje contra la libertad de expresión e información– ha tenido que recoger cable y reconocer que dio pábulo a la trola sin reflexionar demasiado. “Es una conversación personal. No es una cuenta de la Comunidad de Madrid”, aseguró cuando la fiebre remitió y comprobó que su enésimo montaje alucinante se le había ido de las manos con la inestimable contribución de los periódicos de la caverna que le compraron la película. Más allá de los errores de MAR, la profesión periodística debería hacer una profunda reflexión sobre la senda degradante a la que se dirige. Que diarios conservadores hayan publicado, a cinco columnas, el titular del supuesto asalto a la casa de los Ayuso, sin ni siquiera contrastar con los periodistas calumniados (como mandan los cánones de la buena praxis profesional), demuestra el nivel de baja estofa al que hemos llegado.

El periodismo de trinchera y de bufanda, el hooliganismo periodístico, la polarización mediática, el fanatismo, el odio y la cruenta competencia por el chupito de la subvención oficial de la Comunidad de Madrid (sobre todo esto último) ha convertido a nuestro cuarto poder en un sector tan contaminado y politizado como la Administración de Justicia, el funcionariado, la Policía o el Ejército. Aquí se ha aceptado sin pudor que la línea editorial de un medio de comunicación, conservadora o progresista, supone la inevitable militancia o adscripción a un partido determinado con su correspondiente patente de corso para cualquier cosa, incluso para mentir o faltar a la verdad con la consiguiente degeneración del periodismo español. Ahora la demagogia populista lo invade todo, no solo los flamantes despachos de los mediocres que como MAR se han propuesto destruir nuestra joven democracia a fuerza de bulos, intoxicaciones y maniobras orquestales en la oscuridad propias de regímenes autoritarios, sino lo que es aún peor: las redacciones de los periódicos que deberían buscar la verdad, con la mayor imparcialidad y objetividad posibles, y no el titular amarillo que dé un puñado de votos al amo de turno ante el que rendir cuentas a final de mes.

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