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Abusos pestilentes

Julián Arroyo Pomeda
Julián Arroyo Pomeda
Catedrático de Filosofía Instituto
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análisis

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El defensor del pueblo ha realizado un digno y gran trabajo sobre los abusos sexuales en la iglesia católica. Los obispos han celebrado reunión extraordinaria para analizarlo y valorarlo. ¿Estará ahora la institución a la altura de los tiempos?

No lo está, porque es imposible, al tener una visión del mundo arcaica y contradictoria. Arcaica por medieval y contradictoria porque niegan sus principios. Suspiran por ser reverenciados por todo el universo cristiano. En España no había otro. De tal manera se extendió que ha llegado hasta hoy. Otras religión no había o, al menos, nadie las practicaba públicamente.

Todos los clérigos firmaban el voto de castidad, pero muchos no lo practicaban. No hay más que echar una mirada a los cuentos y chistes de toda índole que circulaban entre el pueblo llano. Y es comprensible, porque no hay nada más antinatural que esto. Podría ser, al menos, voluntario.

 ¿Cómo se las arreglaban? Una de las respuestas es el conjunto o de los abusos sexuales, que han destrozado la vida de tantos, aunque nadie lo quiera reconocer. Ni siquiera los laicos, algunos de los cuales tenían fama de díscolos al sistema religioso y político. Savater ha salido diciendo que, si acaso, fue en una especie de magreo sin llegar a la violación.

La Conferencia Episcopal Española mantiene una posición contradictoria. Reconoce los hechos y está dispuesta a pedir perdón. Esto es demasiado fácil. El pecado lleva consigo la confesión, y esta la reparación del daño. Esto les cuesta más.

Empiezan alertando que esto de los abusos empieza en la familia y en otras instituciones de la sociedad española católica. Pero no quieren aceptar que eran ellos los que la dirigían con el recurso fundamental de la moral cristiana y la orientación que daban en el acto de confesión.

De hecho ejercían un control moral en la sociedad española, la católica. Quien no se adaptaba tenía dificultades y problemas. Por tanto, también hay que aceptar las responsabilidades, ante las cuales no hacen más que mirar a otro lado.

Todos ellos son de letras, no matemáticos, pero enseguida interpretan los resultados de la encuesta y se quejan de que la extrapolan, al entrar en las cifras para no aceptarlas, ¿pero no habíamos quedado en que nos son matemáticos? Claro es que aquí son sus intereses los que están en juego. Ha habido daños graves y pedirán perdón por ello, pero no aceptan responsabilidades, porque son casos puntuales. Presidente y Secretario General de la Conferencia Episcopal se sacuden las consecuencias de tales actos, así que no puede haber perdón. No quieren colaboran, como siempre han hecho aquí.

Los datos están ahí, nos manifiestan la evidencia, no cabe  limitarla, negarla o dejarla reposar. Hay que acabar con el escándalo. Solo queda la intervención del papa Francisco. Otro problema que le cae encima.

 ¿Podrá solucionarlo? Otros papas recientes  lo ignoraron, apoyándose en las instituciones más conservadoras de la iglesia. Este puede que ya no lo haga, porque tiene otras líneas de actuación y otro contexto. Por eso no le aceptan y le critican tanto.

Debe ser muy duro para quien ha sido elegido con objeto de conducir a la iglesia contemplar el rechazo de los suyos. Nunca se ha dado que tenga más prestigio entre personas laicas que entre los suyos. No lo entienden, lo que no sería tan grave, es que le rechazan, calificándole de revolucionario o comunista, incluso. Así se atreven a desprestigiarlo. Por cierto que él sigue el mandato del Fundador: no he venido a traer la paz, sino la guerra. ¿Dónde queda la obediencia y el apoyo fraternal y solidario? Lo dejaran para el sucesor.

Los obispos no han  sabido cuidar a los párrocos de la iglesia de su diócesis, ¿qué han hecho entonces? Encubrir sus malas acciones. Si no conocen a los curas, que dependen de ellos, ¿quién los va a conocer? Se dicen pastores, pero no han pastoreado a su iglesia. Y cuando se han encontrado de bruces con un caso, no se han atrevido a considerar su máxima gravedad, actuando en consecuencia, simplemente han retirado al responsable a otra parroquia, pensando que así se acababa todo.

Esto es un escándalo. Reconózcanlo, impongan el castigo necesario, no solo el eclesiástico, sino, incluso, el civil y reparen los daños producidos. En otros países han entrado de lleno en el caso que nos ocupa y no ha pasado nada, sino que están resolviendo la situación. Ahora que, quien no ha cumplido con su deber y se niega a aceptar su responsabilidad, no debe seguir en el cargo. En el fondo perdieron su prestigio y con razón serán rechazados. La alegría y los oropeles del principio acabarán en penitencia y retiro. Otros habrá, sin duda, que lo sabrán hacer mejor y estén dispuestos a ello.

Hay situaciones en que el castigo ejemplar sin contemplaciones resulta absolutamente imprescindible.

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